Lun 30.06.2008
rosario

CONTRATAPA

En la morgue

› Por Sonia Catela

No la conozco, si la conociera, cómo no habría de acordarme, sin embargo, algo impreciso en ella me resulta familiar, me dice "aquí estoy" y traza rayitas en blanco para que yo vaya colocando encima las letras del nombre; su cabello no ayuda, no porque se halle empapado en sangre, como un pollito al que uno aplasta con un ladrillo a los siete años, sino por la tintura que lo ha vuelto rubio, las raíces ya alboreando pero todavía imprecisas, "¿vos que opinás?" le espeto a Ramos, "encantado de conocerla" refunfuña mi colega, "¿no tiene una cara que has visto antes muchas veces?", "correte que ordeno el instrumental", Ramos ya se calzó los guantes para acomodar a la mujer antes de que llegue el doctor Lorenzen, y desnuda el cuerpo lujoso que también va diciéndome al descorrerse: "acordate, acordate", barrio que uno recorrió alguna vez y sin embargo cuesta reconocer debido a los cambios que le meten los vecinos, como ese tatuaje que seguro no toqué antes de ahora, "¿te decidís a ayudar o qué?", Ramos me saca del medio, el tatuaje de un cigarrillo ardiendo, vaya diseño, "¿por qué el que hizo esto le habrá cortado un dedo?", indago, Ramos se fastidia, "se llevó un souvenir, ¿te parece?", "¿a quién se le ocurre algo así?" especulo y escruto cada rincón del barrio del cuerpo, "a alguien muy enojado", mi compañero bufa porque le estorbo el paso mientras organiza de a poco la ropa de la mujer, la que apareció tirada entre los yuyos del Paraná sin pistas sobre quién es, despojada de documentos, anillos, cadenitas, cualquier elemento que nos facilitara la identificación, "el que se mandó ésta sabe lo que hace", bufa Ramos pero yo escucho el ululante "adiviname", "adiviname" que grita ese cuerpo, "¿sabés quien soy?" me clava como flechas el cuerpo, y si no aparece una denuncia que reclame a la mujer desaparecida, alguien a quien le falte una hija o esposa, ella quedará en el archivo de casos irresueltos, una en el montón, "adiviname", y nada, no hallo respuesta, Ramos mete la ropa en un canasto para que los muchachos la analicen cuando lleguen, pero si yo conociera sus muslos rayados como por espinas, o malezas, cómo no habría de acordarme, N.N. escribo mentalmente en los cuadritos de su nombre, pero me sobran espacios, como si viera seis rayas y no cuatro, "no te hagás el psíquico, acabala", bufa Ramos, "y ayudame con las muestras", seis cuadraditos, Melisa, Teresa, adiviname, vamos sacando flujo de su vagina, saliva de su boca, suciedad de sus uñas, adiviname, grita el cuerpo que no conozco porque de conocerla no podría olvidarla, cómo podría olvidarla, "ya dejá de jugar al detective" reclama Ramos y me tira con una esponja ensopada en jabón que me acierta en plena jeta y como cobro conciencia de pasarme de pesado, doy vuelta la página, una muerta, un trabajo más a hacer, clasificamos, registramos, entregamos las conclusiones escritas a Lorensen. Las seis de la tarde, a casa.

Entro en el caos que dejó la mañana apurada, la salida al trabajo con atraso (no oí el despertador) recojo los restos del desayuno que la prisa me hizo abandonar, las tostadas ya húmedas, el pocillo con el fondo reseco, la bolsita. La bolsita cerrada con un cordón. La bolsita salpicada por una sustancia seca de color bordó. La que abro y de la que salen un montón de respuestas que no responden nada, sólo aturden, un anillo con el "Davina" en relieve, un paquetito de diario, manchado, que no quiero abrir porque ruge lo que encierra y no puedo verlo ¿un dedo? ¿el dedo de la mujer de la morgue? ¿Cómo vino a dar aquí, a mi cama, todo esto? ¿Davina? es el turno de "mi" cuerpo; mi cuerpo grita, pregunta, y no hay autopsia a hacerle para que me dé respuestas ni dónde buscar eso, respuestas.

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