Sáb 17.12.2005
rosario

CONTRATAPA

Monólogo a Miss Blandish

› Por Gary Vila Ortiz

Querida amiga: me he olvidado de tu nombre y es probable que vos hayas olvidado el mío. No tiene demasiada importancia. Bastaría un par de detalles, de pequeñas claves de nuestro conocimiento para que te acuerdes. Para que revivamos lo que ante todo fue, curiosamente diría, una historia de amistad, no de amor, lo que hubiese sido lo que no fue. Pero lo que no fue, fue escrito por Noel Coward y dicho por nosotros ahora, tantos años después de aquel Brief Encouter (1943), que lamentablemente no vimos juntos en el correspondiente cine de antaño convertido posiblemente en un sitio donde se hacen milagros en el momento. Pero con seguridad que recordas que ese film, que aquí se llamo "lo que no fue", estaba dirigido por David Lean, trabajaban Celia Jonson y Trevor Howard. La música era el segundo concierto de piano de Rachmaninov. Supongo, lamento no recordarlo, que debo haber ido al cine con una novia de la adolescencia y me habré atrevido a tomarle la mano, lo que por aquel entonces era algo absolutamente trasgresor. Interrumpo un momento esta carta para consultar el indispensable libro de Sydney Paralieu sobre los cines de Rosario. Allí esta el dato que quería Lo que no fue se estreno en nuestra ciudad el 2 de septiembre de 1947, un año, dicho sea de paso, con películas que no podemos olvidar: El filo de la navaja, Al borde del abismo, Qué bello es vivir, Lo mejor de nuestra vida, Pasión de los fuertes, Roma ciudad abierta, y Larga es la noche, entre otras. Creo que en el Palace agarrarle la mano a la novia era mucho atrevimiento, después vinieron mejores tiempos para los enamorados: El Urquiza, arriba, El Broadway, arriba también, El Astral, ídem de lienzo, siempre y cuando el acomodador estaba de buen humor. Siempre arriba, es como decir en el paraíso del pecado, sin caer en blasfemia alguna. No recuerdo con exactitud si vi esas películas por ese año; es probable que las haya visto posteriormente en el Alvear, ese cine que amo en la memoria como ningún otro cine en el mundo.

Pero esta carta, querida amiga, que se publica en el diario es por que ignoro tu dirección y si seguís viviendo por estos lares. Por aquellos tiempos de lloviznas, otoños amarillos, poemas de Rilke, música de Malher, los gorriones comiendo el maíz de los silos que estaban frente al viejo Sunderland, las voces de Porchia, solías preguntarme por algunos libros. Tenías, dicho sea de paso, una habilidad sorprendente para contarlos. Tal es así que nunca leí Cien años de soledad porque vos supiste enriquecerlo de tal manera que García Márquez aprobaría su recreación. Que es meramente retórica la enumeración de esas memorias.

Todas ellas me entristecen y lo que quiero decirte es que hay pocas cosas que no me llevan a la tristeza. ¿Por qué? Muchos de los protagonistas de esos días lejanos (ignoro si el término protagonistas es el adecuado) han muerto, otros han desaparecido de mi vida (o quizá yo he desaparecido de la de ellos) y es posible que puedan vivir a la vuelta de la esquina. Otros, ni siquiera recordarlos pero debo, han desaparecido como naufragando en sus propias deslealtades y algunas actitudes deleznables. Hay, sin embargo, pese a esta vieja tendencia a la nostalgia que vos conoces bien, vieja y querida amiga (¿cómo te tratan los años?) cosas que me salvan, que me otorgan esa cuota de felicidad que posiblemente no merecemos, pero que obtenemos de esa forma que describía de manera tan exacta Salinger: una forma de viajar, de no llegar a cierto sitio y permanecer en él.

Cuando se llega a un sitio y se permanece para siempre vos sabes que solamente puede ser la muerte. La tristeza y el pasado, la extraña melancolía de los blues de los maníes cuando las cáscaras quedaban en el suelo para ser pisadas y crear algo parecido una música que hoy podía tener suceso y los chorizos colorados con salsa de caracoles. ¿Por qué diablos puede ponerme eso como me pone? De noche es como el aullido del viento en la esquina de Dorrego y Córdoba (pero tantas cosas sucedieron en esa esquina y no solamente a mi) que recorre el pequeño departamento y me pregunta si abandoné a Chandler. Nunca, le digo, ni por un momento. ¿A que viene esa pregunta?, le digo. Pero el viento se ha escapado entre un malvón, un helecho y un cactus. Querida y vieja amiga, nunca entendí porqué no pudimos pasar del lugar donde llegaron nuestras manos y nuestra mente. Pero no tuvimos límite alguno en el lenguaje y las cosas que dijimos fueron muchas. Éramos jóvenes, estábamos como escondidos pero no recuerdo bien de qué, y nuestro refugio era el cine Urquiza, arriba claro, el maní con chocolate y las promesas que nunca cumplimos.

Te pregunto: ¿a los setenta años se pueden hacer promesas? No me animo, pero me gustaría saber si vos sí todavía las haces. Es curioso, amabas mi costumbre de mezclar las cosas en los momentos menos oportunos, mejor dicho para las mezclas que hacía ningún momento era oportuno. Se trataban de delirios que todavía tengo, ignoro si aminorados, por lo menos en la tortilla de papa, ajo, espinaca, panceta ahumada y aceitunas negras que tengo en la cabeza ¿Cómo hacerme entender que Laura era una película, que alguna vez viajé montado en una elefanta (que aún debe estar viva), que las viejas librerías que conocí de adolescente y un poco más no existen más y las extraño, como hacerme entender que todo esto no es lo mismo si yo creo que salen del mismo lugar de mi cuerpo que ese cuerpo que hace tantas cosas que ignoro como llamar, en definitiva, querida amiga, en que estado me encuentro?, en este caso el signo de interrogación solamente al final.

He descubierto, nada como para decir Eureka, ya se trate del que lo dijo por primera vez o de Poe, ningún descubrimiento de América ni tampoco el código genético, después de todo, en atropellada que no detengo, América la descubrió Colón, los vikingos, los chinos, los hombres de Oceanía, pero en realidad he descubierto que no ha sido descubierta, tengamos paciencia, algún día seremos lo que debemos ser o no seremos nada, aún cuando soy de los que cree que la nada no es tal cosa, sabido como es de su inexistencia. Querida amiga, así, de salto, quiero recomendarte como aquella vez, arriba, pero esa vez en el Astral, cuando no pudimos ver bien el filme en cuestión, porque te sentías mal y salíamos a tomar un café cada diez minutos lo que hace que tenga una memoria un tanto distorsionada de Dr. Strangelove or How I Learned To Stop Worrying and Love the Bomb, Kubrick, 1963. Tenés que buscar el Oficio de Tinieblas, 5, de Camilo José Cela, libro imperdible que consta de 1194 textos breves en su mayoría, memorables creo que todos y en su conjunto, escritos, lo cual explica lo que el libro es, en Palma de Mallorca entre el día de difuntos de 1971 y la semana santa de 1973; Cela andaba en ese entonces pasados un poco sus sesenta años, si la memoria de su fecha de nacimiento no me falla (nació en Iria Flavio, España, en 1916, ganó el Premio Nobel en 1989). Y ya que estamos en la "C" podes volver para salvaguardarte del mundo de hoy, a Camus, a Capote, a Cernuda, a Cortázar, a Lewis Carroll, a Cyril Connolly, a Chandler, a Calvino, y los que acaso se me olvidan de la letra "C". Busca un diccionario, querida amiga, a nuestra edad es indispensable.

Si te parece, nos veremos en nuestros respectivos entierros, y lloraremos, tanto si estamos muertos o estamos vivos. En estos días del 2005, todo es posible, hasta la verdadera tristeza y el intento de encontrar una buena lima para cortar los barrotes de todas las prisiones que nos agobian. ¿Una buena música para escuchar, no mientras lees, pero si cuando dejas tus ojos reposar en la memoria? El concierto de violín de Alban Berg, alguno de los cuartetos de Bela Bartok, lo que tengas a mano de Brahms. Un beso en tu inolvidable meñique.

(Versión para móviles / versión de escritorio)

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS rss
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux