CONTRATAPA
› Por Gabriel Bortnik
Galileo Galilei declara que la Teoría Heliocéntrica es falsa. La Santa Inquisición sonríe de costado (cual Ignacio Copani) y alimenta, en un solo bocado, tres patas que constituirán su devenir: opulento ego, infinita ignorancia y caótica ambición. Ego, ignorancia y ambición: elementos vecinos que tienden a la atracción mutua y a parir discursos autoritarios.
Galileo Galilei pierde la batalla y gana la eternidad en el mismo evento. Eppur Si Muove desliza por lo bajo, dejando que la historia coseche el rastro sembrado para el futuro. Galileo Galilei, como siglos después Nietzsche, nacería póstumo.
Galileo aportó en el campo científico del mundo denotado, de las experiencias corporales, de las interpretaciones concebidas para entender porque los sentidos suceden.
Mucho antes semantizó el mundo Sócrates, fue el primero en preguntarse por el hombre. De alguna manera comienza a ver algo nuevo, pregunta y construye sentido orientado por sus inquietudes. La pregunta por el Hombre remite, ante todo, al Hombre mismo.
La Edad Media construyó las verdades divinas. Torquemada como testaferro y la diversidad como víctima. Leonardo Da Vinci (entre tantos) no tuvo necesidad (ni intención) de discutirle, en su actuar construyó interpretaciones que desplazaron el absolutismo.
Muerto dios (todavía sin enterrar) se inventa el sustituto: Rey Muerto, Rey Puesto. Ahora somos nosotros los referentes últimos del acceso a La Verdad.
Bienvenidos a la Era Moderna, donde todavía tenemos Grandes Verdades Absolutas. Ahora las dicen los Durkheim, Lotman, Saussure, Marx, Stalin, Hitler, Benito, Mao, Fidel. Muchas pretensiones juntas, tan opuestas como diversas.
Evidentemente La Verdad es otra cosa.
Posmodernidad es la nueva muerte de una vieja divinidad, el suicidio de nuestras pretensiones demiurgas y el nacimiento de la libertad del lector/espectador/interpretador.
Pararse en una episteme posmoderna implica que, ante todo, somos nosotros remitentes últimos de las "verdades" que observamos y/o experimentamos. Un nosotros que no refiere al Hombre como ser genérico, sino al observador particular que cada uno es. La verdad nos pertenece.
Declarar que La Verdad nos pertenece implica tanto hacernos responsables (habilidad de responder ante una situación) de su existencia, como reconocer que el Otro puede tener la suya.
Jean Paul Sartre planteó que un pensador es aquel que está lleno de creencias y no deja de atacarlas. Pudo percibir que, de alguna manera, lo relevante no es la respuesta, sino la pregunta.
Los hombres modernos se ofenden y enojan ante la pregunta que impugne su verdad, se anclan en un rol de víctimas ante la maldad del mundo (o clases opresoras). ¿Cuantos cuestionan si esa maldad existe fuera de su propia observación?
"Nadie peca voluntariamente" dijo Sócrates (con las orejas rojas), tal vez, no existan buenos y malos, oprimidos y opresores. Quizás sea el momento de cuestionar la mirada que, en su observar, interpreta el mundo y construye sentido (ese sentido) sobre él.
¿Qué responsabilidad tienen (tenemos) ante el mundo tal cual lo experimentamos? ¿Qué nueva pregunta podemos hacernos? ¿Qué respuesta podemos resemantizar (despojándola de su Verdad)?
¿Lucha de clases es algo más que dividir lo social en función de una sola mirada? ¿Porqué los luchadores populares no son legitimados (democráticamente) por el pueblo? ¿contra quién se lucha? ¿los propietarios de medios de producción son ajenos al pueblo? ¿los pensamos como tipo ideal o como tipo empírico? ¿el pueblo son todos? ¿incluimos cacerolas de teflón? ¿Cobos traidor? ¿Campo golpista? ¿Qué es el Estado? ¿Para qué existe?
Preguntemos que se acaba el mundo tal como lo tenemos junado.
Preguntemos que trasformar es encontrar nuevas respuestas.
Preguntemos.
Sigamos preguntando.
Y ante cada respuesta recordemos a Galileo rezando, bien por lo bajo, un Eppur Si Muove.
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