CONTRATAPA
› Por Gary Vila Ortiz
Cuando uno entra en una librería, va en busca de tal o cual libro y termina comprando uno que no esperaba llevar. Sobre todo, porque un azar dictado por la intuición, si esto no implica una contradicción y el azar corre por su cuenta y la intuición por la suya, termina como sorprendido ante ese libro en el cual no había ni tan siquiera pensado. Fue de tal manera que la cara de Rafael Barrett en la portada en uno titulado Cuentos breves, nos llevó a buscarlo y repasar sus páginas con el completo olvido de los otros autores. Ya hemos hablado de Barrett en esta misma columna. Hijo de George Barrett Clarke y de María del Carmen Alvarez de Toledo y Toraño, nació Barrett en Torrelaega, Santander, en 1876. Tres países conocieron el honor de tenerlo en sus tierras: Argentina, Paraguay y Uruguay. Honor, claro está, que se lo comprende ahora, pues desde que llegó en 1903 a Buenos Aires, hasta que partió desde Montevideo hacia Francia, donde moriría en diciembre de 1910, nunca se lo trató como correspondía. Fue Paraguay "el único país mío, que amo entrañablemente, donde me volví bueno". En esos siete años de vida americana fue perseguido, encarcelado, torturado, enfermó de tuberculosis, se casó con Francisca López Maíz, con quien tuvo su único hijo, Alex Rafael, y dedicó todo su tiempo, la brevedad de su tiempo, en escribir. Y todo lo soportó con algo parecido a la santidad, con el propósito de difundir sus ideas, su ideal anarquista, tan utópico en ese ayer como lo es hoy. No claudicó nunca de sus principios, sus escritos conocieron la publicación periodística y en vida solamente publicó un solo libro: Moralidades actuales. Cuando murió, su mujer hizo hacer una edición póstuma de sus obras, entre ellas los Cuentos Breves, que apareció en 1911, en Montevideo, y que en Buenos Aires se conoció en 1932, en los comienzos de la década infame.
Es este libro que ahora edita el Grupo Editor Mil Botellas en sus libros de la Talita Dorada y en la colección dedicada a la narrativa. Estos cuentos breves tomados del natural, como se agrega debajo del título, llevan un prólogo, más breve que los mismos cuentos, de David Viñas, y algunas precisiones sobre Barrett de parte de los editores.
El lenguaje de Barrett es el de los anarquistas de aquellos años, cuando el anarquismo tenía fuerza, sus representantes eran temidos, y los cuales, como otros pocos grupos, tuvieron convicciones firmes a las que nunca traicionaron. En nuestra ciudad hubo un movimiento anarquista respetado y activo, cuyos principales exponentes estaban en las panaderías. Ahora quedan no demasiados y tengo por ellos un verdadero afecto y un gran respeto.
Tengo a mano un libro: El lenguaje libertario, una antología del pensamiento anarquista contemporáneo; no creo que el lenguaje de Barrett se encuentre dentro de estos lineamientos, o de esas expresiones del anarquismo de hoy, pero mucho de lo que allí se dice se le puede aplicar. Noam Chomsky citando a Mirbeau recuerda que "el anarquismo no es un sistema fijo y encerrado en sí mismo, sino más bien una tendencia definida en el desarrollo histórico de la humanidad que, en contraste con el tutelaje intelectual de todas las instituciones clericales y gubernamentales, se esfuerza para impulsar el libre desarrollo sin trabas de todas las fuerzas individuales y sociales de la vida. Incluso la libertad es sólo un concepto relativo y no absoluto, pues tiende constantemente a ensancharse cada vez más y a afectar a círculos cada vez mayores de muy variadas maneras".
Creo que Barrett estaría de acuerdo con esto y en sus cuentos breves "al natural", lo que logra es la pintura de una sociedad perversa que lleva al ser humano a situaciones aberrantes. Son cerca de cuarenta cuentos, aunque hay quien pueda discutir su denominación, en 117 páginas. Como se puede comprobar son muy breves, esbozos pintados al natural, que en una página pueden describir situaciones crueles, feroces, que se deben seguir repitiendo, aún, en muchos lugares del mundo.
En la lectura de cada una de estas situaciones uno puede preguntarse si cosas así son aún posibles. Incluso cuando comprende bien que se las puede confirmar en los medios de comunicación con lujo de detalles. Para Barret ni se requiere que se difundan detalles. Pocas líneas definen la escena sin llegar a un desarrollo más amplio que lo que se lee en los párrafos iniciales.
La visión de Barrett es como la de una cámara que quiere dejar el testimonio de lo que ha podido captar. Para el fotógrafo, la elección de lo que quiere fijar en la foto y el apretar el disparador para sacarla son simultáneos. Necesita de una particular sensibilidad. En Barrett sucede algo parecido. Veamos fragmentos de esas "fotos": "únicamente soy una cosa cobarde, escondida en un rincón del tiempo. Torpes enemigos, seguid buscándome en la luz; mañana será tarde...". "Vivía de escardar campos ajenos, de fregar pisos, de ir a vender, a enormes distancias, un cesto de legumbres. Su densa cabellera desgreñada estaba siempre sudorosa. En sus harapos siempre había barro o polvo, y cansancio en los huesos de sus pies. Victoria era célebre en el pueblo, no por infeliz y abandonada, que esto no llama la atención, sino porque decían que no estaba en su juicio. La locura inofensiva es un espectáculo barato, divertido y moral...". "Sobre la cama sucia estaba el cuerpo de doña Francisca, víctima de cuarenta años de puchero y escoba...". "Parió de madrugada. Ahora un extraño y hondo bienestar la invadía. Estaba sola con su hijo. Porque aquel paquetito de carne blanda y cálida, pegado a su piel, era su hijo. Amanecía. Un fulgor lívido vino a manchar la miserable estancia. Afuera la tristeza del viento y de la lluvia. La mujer miró al niño que lanzaba su gemido nuevo y abría y acercaba la boca, la roja boca, ancha ventosa sedienta de vida y de dolor. Y entonces la madre sintió una inmensa ternura subir a su garganta. En vez de dar el seno a su hijo, le dio las manos, sus secas manos de obrera; agarró el cuello frágil y apretó. Apretó generosamente, amorosamente, implacablemente. Apretó hasta el fin".
Tal vez hemos puesto el acento en lo más oscuro. Eso no implica que en una completa lectura se descubra a Barrett luchando por el amor y la justicia, enamorándose y sintiendo el soplo de la vida en la palma de la mano. No parece tener demasiadas esperanzas, pero sí una voluntad de lucha que mantuvo intacta hasta el último respirar de un militante de anarquista ejemplar.
En la contratapa merecen ser leídos los comentarios de Borges, Abelardo Castillo y Augusto Roa Bastos.
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