Dom 24.08.2008
rosario

CONTRATAPA

Y yo amo a los perros

› Por Luis Novaresio

Uno: Amo a los perros. A los animales en general. A los perros en especial. Amo a los perros. Y me miraste. Supe que era inútil. El resto de los que estaban en la reunión ya hacían esos silencios que preceden al comentario post discusión. Raro cumpleaños cuyo festejado cree que se pueden mezclar todos los amigos en una fiesta en la que cruzan ideas artistas que siguen discutiendo a Marx y Foucault en La Sede con los analistas de mercados de cereales que se reunieron en AAPRESID hace unos días para aplaudir al maoísta Alfredo D`Angeli, cito textualmente a una experta en soja en el mundo. Y eso, esas mezclas, ya se sabe, nunca salen bien.

Amo a los perros, dijiste, con la convicción de que el amor es mucho menos prejuicioso que vos mismo. El que la ligó, fue el director de cuenta de una cerealera que exporta desde Johanesburgo y que, a estas alturas, se había adueñado del otro rincón del ring usando como guantes todos los lugares comunes que van desde no entender al que no adopta a un niño en vez de a un perro o repudiar al que deja dormir a su mascota en su cama. Contrincante sencillo, pude pensar. Yo amo a mi pareja, le dijiste, amo a mi vieja, amo a mis amigos y en todos los casos el amor es distinto. En uno, el amor es el espacio que cubre la ausencia de todo. Y, además, tiene sexo. En otro, el amor es la incondicionalidad por la vida a una existencia que aunque no comparta, sé que me acompañará por siempre. En otro, por fin, es el amor por la sangre. ¿Y? Acaso eso no es amor. ¿La amistad, la relación filial, no son una forma de amor? Y el amor no se agota. Se ama distinto. Se ama nuevamente cuando lo que no conocías llega. Se ama. Y yo amo a los perros. Y es amor distinto. Pero es amor. Se ama al prójimo. De manera diferente. No sé si los perros pueden o no pensar. Sé que pueden sentir y por eso los considero mi prójimo. Y por eso, los amo. Lo mejor de la fiesta fue el Malbec.

Dos: Las carreras de galgos nacieron en Inglaterra hacia la época lsabelina, fines del siglo XVI comienzos del XVII, como respuesta a las discusiones sobre la velocidad de esta raza. Estas manifestaciones se difundieron rápidamente por todo el Reino Unido hasta el punto que fue necesaria, entre el siglo XVIII y el XIX, una precisa reglamentación de las mismas. Simultáneamente, nacieron las primeras sociedades para las carreras de galgos, inicialmente en Inglaterra, Irlanda y Escocia y después fuera de las Islas Británicas, para la protección y el desarrollo del perro de carrera, para llevar y custodiar los libros de orígenes y realizar, en los canódromos, las gestiones necesarias. En Estados Unidos, hacia 1930, muchos canódromos ﷓sobre todo aquellos de La Florida﷓ habían adquirido desagradable reputación debido a su participación con gángsters. Entonces los gobernantes se dieron cuenta que servía para lograr mayores ingresos al Estado durante la Gran Depresión.

Actualmente, los Estados Unidos -uno de los países líderes en las carreras de galgos- cuenta con 47 pistas oficiales distribuidas en 15 estados, y un programa de adopción modelo. Al igual que en las carreras de caballos, se incluyeron en varios canódromos slots, loterías, poker room, y hasta casinos propiamente dichos, lo que permitió una mayor solvencia a la actividad. Las carreras se corren además en Australia, Finlandia, España, Noruega y muchos otros lugares.

Cuando visité un canódromo aprendí una de las máximas del lugar. Un galgo no vale más que una bala. Cuando el animal se lesiona, cuando se enferma de parvovirus porque el criador omitió vacunarlo, cuando hay mucha cría y el más pequeño está condenado a ser débil, se prefiere una inyección de eutanasia o un simple disparo para que no entorpezca el espectáculo que hay que dar en el lugar.

Tres: Fabio escuchó llorar en su patio. El mismo patio que lo enorgullece cuando invita a sus hermanos bolivianos a comer un asado. Tierra aplastada que hay que regar de cuando en cuando, unos mosaicos cerca de la parrilla, un cuartito para trastos viejos y un árbol que él supo que iba ser el centro de su patio cuando empezó a poner las primeras chapas. Eso no es llanto de la China, le dijo a su esposa. Y no era. Entonces salió con una barreta para ver qué pasaba. La China debe haber tenido una abuela ovejero alemán. O algún primo lejano, me dijiste. Pero por sus venas corre sangre mestiza, sangre de perro de la calle, algún abandono de los que creen que un perro es un juguete de verano pasible de ser dejado en la ruta a la vuelta del viaje, sangre autóctona. Es petisona, de pelaje suave si se le sabe lavar la mugre y nariz larga, pura clase, con hocico húmedo y cariñoso. Según explicó Fabio Arze, el dueño de casa, la perra debe haber encontrado al bebé en el basural de al lado, con el cordón todavía en su pancita y ha de haberlo empujado con suavidad hasta la casa, porque no hay marcas de mordedura. La China lo cobijó en su cucha, al lado de sus tres crías y logró taparlo con la manta que los Arze le dejaron para que los perritos no tuvieran frío. El bebé que está todavía en el Hospital de la Plata apenas si sufrió principio de hipotermia pero está muy bien.

Cuatro: Marrón está por la entrada de Santa Fe. No le gusta la de Cafferata. No hay Cristo que la haga entrar por ahí, me dice él. Tiene una oreja marrón té con leche, atenta, parece, y la otra, marrón tierra, con poca voluntad de trabajar, también parece. Los ojos son marrones; pero desparejos, me dice el hombre con una carcajada. El pelo, marrón clarito y en cada pata, una mancha marrón que no es el de los ojos, ni el de las orejas ni el del pelo. ¿Cómo querés que se llame?, se ríe Víctor, el linyera que duerme a la entrada de la estación de ómnibus.

Cuando le pusieron el collar de perro comunitario, sello municipal de vacuna, desparasitación y otros chiches, Marrón quedó ofendido dos días. No le ladró a los pasajeros que viajaban hacia la Capital Federal. Ponés cara de no entender. ¿No me cree?, te pregunta el linyera. Es que no le entiendo. Mírelo. Marrón le ladra solamente a las personas que entran por acá y se van de viaje a Buenos Aires.

Después de una hora de estar parado por la entrada de Santa Fe conté siete casos: dos mujeres, dos matrimonios y un turista de Israel a los que el perro les ladró ni bien los vio entrar. A algunos me animé a preguntarles. A los otros los esperé ver subirse al micro. Todos iban a Buenos Aires. Al resto de los transeúntes, Marrón los mira con desconfianza. En silencio.

Cinco: La disparatada idea de establecer canódromos para carreras de galgos en Santa Fe responde a varias razones, dicen los autores del proyecto. Se hace de manera clandestina. Como tantos y tantos homicidios. Quizá reglamentemos los asesinatos, ya que se realizan en buen número. Es una tradición. Es cierto: es bien británica, como la mayoría de los habitantes de Santa Fe. Sirve para recaudar impuestos para sanear centros de salud o de interés comunitaria. Rara provincia si para la salud hay que recurrir a los galgos. Y, por fin, debe hacerse con los resguardos de salud para los animales. Esto es seguro. Ya se sabe que un galgo no vale más que una bala.

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