Vie 29.08.2008
rosario

CONTRATAPA

Los que van regresando

› Por Gary Vila Ortiz

Es por la lectura de Hobsbawn que llegamos a comprender mejor esa sensación de haber vivido aquello que hoy se ha convertido en historia. Somos contemporáneos de aquello que se nos cuenta como cosas del pasado. Es cierto, somos pasado. Vivimos, cada cual a su manera, aquello que para tantos otros se trata de entender en las páginas de los libros. O en algunos documentales que nos ofrece la televisión o ciertos films que para muchos son el ayer y para nosotros siguen siendo el hoy.

Signo clarísimo de vejez. Una sensación a veces algo tristona pero en otras ocasiones eso es lo que nos permite observar de qué forma, y con cuánta habilidad, se falsifican los hechos de la historia, aquella que conocimos, la que experimentamos tan cerca y tan entrañablemente.

Salimos una madrugada de los estudios de LT8 y encontramos, con Cristián Hernández Larguía, unas largas cintas que impiden el paso hacia parte de la vereda. Es que allí se está filmando una historia de los rosariazos, en ese lugar del primero. Y nos vemos, no sé cuántos años más jóvenes, viviendo esos acontecimientos como cronistas, no demasiado objetivos pues lo que pasaba nos entusiasmaba. Hoy, aquella esperanza se nos ha ido y apenas si nos queda algo de rebeldía. Hasta que el físico aguante, y ya aguanta bastante poco.

En estos últimos meses hemos visto por televisión al menos tres historias de la vida de Sartre y Simone de Beauvoir y también la lectura de al menos dos libros que hablan de ellos. ¿Cómo puede mi memoria olvidar que en un tiempo a una de las obras de Sastre, El Muro, la pasábamos de mano en mano pues no era fácil de conseguir y a los que mandaban, esa lectura les parecía incorrecta, corruptora. Nos dicen, ahora, que estábamos confundidos y que no entendíamos en realidad lo que pasaba. Y confesamos que seguimos sin entenderlo. Pero nos alegra que nombres como los de Sartre, Simone de Beauvoir, Camus, Paul Nizam, Merleau Ponty, se encuentren en el camino del regreso. Sobre todo porque eso nos recuerda que en ocasión de entrevistar a un agregado cultural de la embajada de Francia, nuestra pregunta sobre esos autores fue respondida con una sonrisa irónica y un decir "eso ya nadie lo lee".

Se equivocaba el hombre. Se los está volviendo a leer y muchas de las cosas que dijeron siguen teniendo vigencia. La historia ha cambiado los nombres de quienes detentan el poder, pero la historia de hoy, con sus barbaridades, sigue vigente.

¿No tan violenta como en el ayer? No estamos muy seguros, pues creemos que esa violencia subsiste pero de otra manera, como tratando de socavarnos subterráneamente. Sea como sea, los estudiosos de los problemas actuales son numerosos, pero no parece que alguno de ellos ponga un buen escudo contra lo que nos pasa.

Los films que pudimos ver sobre Sartre no parecen poner el acento en lo esencial. La velocidad con la cual pasan algunos hechos, común a los tres films es tal, que esos hechos pasan como si no hubieran significado nada. Lo que significó el movimiento existencialista es mucho más que un fragmento de la historia de la filosofía. La única diferencia en esas películas es el parecido que se intenta lograr de cómo fueron en realidad, físicamente, Sartre o Simone de Beauvoir. Es que hay quienes suponen que leer hoy, a Sartre o Beauvoir, a Camus, a Nizam, a Ponty o a Jeansonn, no tiene actualidad alguna. Hoy, nos dicen, hay que detenerse en Foucault, Chomsky, Kolakowski, Putman, Gellner, Rawls, Kuhn, Habermas, Derrida, Kripke (es la lista que me proporciona un profesional del tema) a la cual agregaríamos los nombres de Steiner, de Hobsbawm, de Bloom, de Susan Sontag, entre otros. Estamos de acuerdo; es necesario leerlos y entenderlos hasta lo que nuestros propios límites nos indican. Pero de ninguna manera eso hace que aquello que seguimos frecuentando sea una mera aproximación histórica. Hay algo que nos dice que tanto Camus, como Barthes o Gide son contemporáneos. Las preguntas de ese ayer siguen sin respuesta.

Es probable nuestro convencimiento de que en temas como el pensamiento o el arte en general no existe progreso alguno sino formas diferentes de encarar los mismos problemas que los tiempos nos van dictando. Entonces cosas más o menos distantes se nos hacen actuales.

Y nos ocurre, además, que lo más reciente se parece demasiado a lo que muchos consideran lo más viejo.

Hablando de este tema, tratando de reflexionar desde nuestro profano intento de comprender, parece útil releer el libro de Jean﷓Paul Aron, Los modernos, cuya primera edición francesa es de 1984. En ese libro el autor, que creo murió de sida muy joven, pasa revista a hechos que ocurrieron desde noviembre de 1945 a 1983. Es un excelente resumen de lo que pasaba en Francia influyendo también en nosotros. Se nos cuenta de aquella famosa conferencia de Artaud en el Vieux﷓Columbier en 1948, la aparición de algunos libros de Bataille, Blanchot, Levi Strauss; volvemos a la primera representación de La cantante calva, de Ionesco (mayo de 1950), la muerte de André Gide, la aparición de El grado cero de la escritura, de Roland Barthes, un encuentro con Pierre Ovules, el nacimiento de Tel Quel, la muerte de Merleau Ponty (en mayo de 1961). La aparición de obras fundamentales de Foucault, la elección de Francois Miterrand como presidente de Francia, y se termina con la exposición de Manet en 1983.

Solamente hemos mencionado algunos de los sucesos que narra el libro, compuesto por cincuenta y cuatro capítulos.

Escribir, y en sentido general crear, es acercarse al peligro, exponerse sin cesar a las heridas, nos recuerda Aron que decía Michel Leiris. Y luego habla de quienes, como Cioran (uno de los pensadores más profundos de esos tiempos -que son los nuestros-) son unos fenómenos, esos libertinos se dirá, pero también esos apóstoles. A ellos les debemos la misión de testimoniar lo que ocurre. Aron termina diciéndonos: "En el frío que se erige en condición de existencia permanente de las sociedades y las culturas, la humanidad está en el deber, para retrasar su muerte física, de disponer de invernaderos".

Así era por fines de los ochenta. Así es hoy. Pero aún no hay invernaderos.

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