CONTRATAPA
› Por Adrián Abonizio
El mundo futbolero de nuestra calle se dividía entre las casas que "devolvían" y las que no.Como si ellas fueran entes mágicos, personas con cuerpos de cimientos que tuvieran el prodigio de la autonomía."Ahí, no", alguno advertia ,"no devuelven". Era el haber esquivado un encantamiento horroroso.Ya de grande y viviendo en una esquina que abría el balcón volcándolo a una cortada donde se encontraban a jugar los pibes me tocó ser un habitante de una casa donde la pelota entraba como a un casillero consistente en un metro cuadrado donde cabían una reposera, una maceta y un par de botines olorosos, puestos allí para curarse.Claro que tras la cortina, el vitral polvoriento estaba yo y mi resaca de oficio nocturno.Y el malestar de despertarme en un marea de gritos allí abajo, donde los pibes jugaban. No es postal tanguera pero siempre cuando veo una escena de esas recuerdo como desconfiaba ante la respuesta adulta.Ahora estoy del otro lado del vidrio y no quiero olvidar.Tomo la pelota, la devuelvo, hago un gesto de silencio en vano y me recuesto con música alta para que no me repique en los oídos nocturnales esa cordial lidia callejera.El que olvida que fue un niño demonio seguramente se alimentará de ostias traicioneras.Todo niño es un diablo y es maravilloso que lo sea.Cada pibe ha roto algún vidrio o lamparita callejera, tejido metálico o portón a pelotazos.O manchado el frente con el redondel de una bocha mojada.O tumbado ropa tendida, manchado de barro alguna de ellas.Quien no lo haya hecho, su infancia fue un largo suspiro de tedio.Tengo en mi mente ahora la casa celeste, la de los verduleros de la cortada.Un portón de esos arrugados donde atendía la señora criolla, con su perrazo y su afinidad hacia los pibes como nosotros: nos dejaba el tapial como arco, junto a su negocito.Era uno celestón sucio al que se le permitía manchar y desde donde rebosaban, como asomados, los brazos de una planta de nísperos que soliamos atacar con el permiso de la doña en alguna siesta. Era campo libre,fortaleza sitiada, alegría de jugar protegidos por su beatitud y una canilla tras la puerta donde calmar la sed. Supimos ver, al fondo una abuela muy muy vieja que se decía agonizaba hacía décadas.Una parra, el piso enladrillado y el olor a la glicina.Felicidad pura, cercada de casas que no "devolvían".Un día, el marido de la verdulera, la atacó a palazos y con él preso, ella entristeció de tal modo que atendía el negocito sin sonrisas .Y con un brazo en cabestrillo.Un hijo alto, rubión la ayudaba pero era la misma cara de su padre y le desconfiábamos.Al mes murió la agonizante.Y al tiempo breve nuestra amiga partió en una mudanza con carrito y camión viejo que vimos irse para el oeste, de donde nadie volvía.Saludó con la mano como un actriz.Estábamos en la calle, pelota detenida y la corrimos detrás como ofrenda.Al doblar se la veía llorar.La casa celeste se cerró y quedó sola.Un lugar baldío ya pleno para nosotros.Ahora teníamos dos arcos: el de la tapia y el encortinado que abollábamos a pelotazos.Y cuando algún salvaje la tiraba dentro, sencillamente se erguía en el borde y entraba para hacer volar a la pelota salvada por sobre el muro.Fuimos felices ese verano: teníamos un sitio, dos o tres pelotas nuevas y la canilla libre con agua como de manantial.Alguno recogió la conversación en las casas.Se sienten pasos en la noche, dicen que son los de la viejita.Es para asustarnos, dijo el gordo Zamudio.Los fantasmas no comen pelotas, dije yo.Comen huevos de boludos, alargó Fabio saltando la tapia.Regresó con la pelota en mano, blanco, transpirando !La ví, ví a la muerta, a la vieja! .Y después se cagó de risa.Lo cierto que fue en noviembre en un atardecer de sudadera y goles en los ángulos.La noche parecía una provisión de estrellas derramándose.Por el frente pasaron unas chicas lindas, nos llamaban a comer y en la semipenumbra alguno tiró la pelota dentro.Estaba yo por saltar cuando vimos que era devuelta sola.Contamos y éramos todos lo que estábamos.Fabio aulló la alarma: "!el fantasma de la vieja!, !¿vieron?!".Y al tirar por segunda vez la redonda y ver que volvía aquello fue un desbande.Ya era noche además.Cada cual corrió como pudo hasta sus casas.De allí en más jugábamos en el portón solo de día y si caía nadie entraba.El espíritu era devolvedor solo de noche.Se perdieron las tres pelotas.Cagones, nos decíamos.Cagones, y era completamente cierto.
También que la viejita era amable y nocturnal.Con esta ecuación decidimos el rescate y entramos al rayo del sol trepando de vuelta en tres segundos. Seguimos jugando de noche y la pelota era siempre devuelta. Nos acostumbramos.Un dia fue a vivir una pareja de amargados que reconstruyó la casa, la hizo chalet, echando al fantasma.Tambien yo ahora, fantasma de noches errantes, les tiro la pelota a los pibes, sin que me vean, para que crean en devoluciones, en bondadosas magias del más allá.
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