CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
¿Y si se hubiera muerto por ese brote mortífero en la base de la nariz? Antrax, diagnóstico el médico, ántrax, se admiró la tía Titi y agregó con dramatismo que una prima suya, Amanda, había sucumbido por la infección, sentencia de muerte antes de la penicilina, así que ella, la Nena, (como ominosamente la bautizan) respira y camina gracias a ese invento, Fleming, el primer antibiótico; se sube al ómnibus atestado, el gobernador ha firmado su indulto y ella liberada de la cuenta regresiva y la silla eléctrica, navega calle Córdoba renegando por los piropos que se abren como pajonales a medida que los atraviesa, y ya apenas si le queda una mancha rojiza en la zona cercana al labio, pero la mejilla se le ha deshinchado, directo al cerebro un escuadrón de soldados mortales, liquidados por el general Fleming, "viniste a horario, milagro" la abraza Marcos, y le da un empujoncito, frotándola ligeramente, "pensé que no llegaba con vida para el examen. Que no sé si de verdad estoy viva", "demasiado olor a Cortázar, querida", "si todavía no lo leí... Según la devaluación que nos aplica la profesora, Cortázar nos excede", se despiden, vuelven a encontrarse a la salida del colegio, un par de días seguidos, caminan abrazados: "A veces creo que todos estamos muertos, y me incluyo", "Dejá de abusar de la jerga cortazariana, Nena". Marcos ni siquiera recuerda lo que ella le mencionó. Lo aburre. Lo irrita. Eso no la disuade de perseguir a tía Titi tras el identikit de Amanda. Morena, enamorada, aunque, mejor le caía "estado de noviazgo con fecha de consumación en boda", con quién, con un señor vecino del barrio, Rivas, del que consigue una entrevista con propósitos difusos, para un inexistente periódico escolar. El hombre la está invitando a pasar. Se cree poeta. Todos se creen poetas. La acomoda en el living, a TV encendida, poca luz, hay que vigilar la cuenta de electricidad. "¿Quiere que le hable de Amanda Rojas? Francamente..." Rivas no la recuerda. Piensa que se trata de: "ah, sí, esa autora de mala literatura...". La Nena humilla a Amanda cediéndole al señor todo tipo de precisiones, la croquiñol con la que intentaba no parecer tan criolla, las acuarelas de rincones del barrio que pintaba, muerta en julio, ¿o se olvidó que iban a casarse en setiembre? Ah, ésa Amanda. Pasaron treinta años, señorita, se disculpa Rivas y se le van los ojos tras el partido de la Selección. "Cuénteme algo que yo no sepa sobre ella" le reclama pero, ¿y el poeta y su creación? ¿en qué quedan? ¿o no se concertó al encuentro para que él se loara con sus propias rimas? Rivas exhibe el librito de autoedición encima de la mesa ratona, frente al sofá; lo enfoca significativamente. La Nena no acusa el mensaje. "¿Que le hable de Amanda? Pasaron treinta años", reincide Rivas y se desliza hacia un punto del asiento donde puede fingir que la atiende, pero no descuida el gol que mete la Selección. Ya no se acuerda de Amanda. ¿Y en su muerte? ¿Qué se le daba en el hospital cuando no había penicilina? ¿Y el entierro? ¿Qué le escribió en la corona? El hombre hace tremendos esfuerzos. Empieza a inventar. Aprovecha para abrir el librito y leer una de las vulgaridades a las que llama poesías. Pero la Nena no lo atiende. La atrapa una foto de la colección que Rivas despliega sobre una chimenea de uso decorativo, (no hay que ensuciar la sala de hollín). "Es ella"; marca la cabeza que sobresale entre las de un grupo de muchachas. "¿Sí? Claro. Amanda". Ya no lo aguanta, planta la conversación, "¿y el artículo?" balbucea Rivas, "señorita, se olvida el libro que le autografié" trata de detenerla; ella mantiene el paso.
En La Piedad la aturde el epitafio que Amanda se creó para sí misma, "Antes o después", aquel mensaje último que resalta en la chapa oxidada y el florerito vacío.
Esa noche, en la vereda, toma cerveza con la tía, sentada cada cual en un sillón tijera. Titi le confía algo. "Para mí, ésos no se casaban. Amanda andaba en dudas. Y yo siempre la había cargado con..." y cuando va a ponerle rostro y sílabas a la identidad del otro amor de Amanda, lo guillotina: "sí, ...la cargaba con un muchacho del barrio" No aclara quién, se olvidó, asegura, pero se aleja con sus pensamientos como si los metiera en globos que volaran, distanciándose. El otro enamorado había decidido un encuentro definitivo, empujar a Amanda para que no la atropellara el error de ese matrimonio que venía a demasiada velocidad e iba a chocarla, pero entremos que se puso fresco, interrumpió la tía y plegó el sillón, chau hasta mañana. Como si el fresco fuera una cuerda floja y caminar sobre ella entrañara peligro.
Tras días de acoso, Titi le confiesa, se le escapa la indiscreción. "Porque tu padre sí que se hallaba enamorado... "¿Mi padre?" La tía se sofoca, se retracta en lo que puede: "A lo mejor... ese romance coagulaba. A lo mejor no. Pero punto. No se puede pensar en lo que hubiera pasado. No pasó. Y no se hable más el asunto". Portazo.
Por eso la Nena también se llama Amanda, salió como hija de nombres. ¿Y si lo interroga al viejo? Pero el pasado se cierra sobre sí mismo, hermético. Cuando manipula a propósito viejas fotografías de aquella veinteañera delante del ex candidato, él pasa de largo, asunto que no le concierne. La Nena anuda las tapas del asunto y enfría especulaciones. Antes o después. ¿A qué se refería la otra Amanda con ese epitafio? ¿A la arbitrariedad de la muerte? ¿A un reencuentro con su padre? Antes o después. Sin embargo, muerta de largada.
A los abrazos, en el parque Independencia, se desahoga con Marcos sobre las llamativas coincidencias. Lo escucha: "Serías encantadora si no..." Si no hablara.
"Sabés qué. Ya no quiero seguir con esto, Marcos" .
"Me estás mirando con los ojos de ella; de aquella Amanda".
"Probablemente".
"Como sea, piba; me tenés podrido". La suelta.
La Nena alza el bolso. Se acomoda la blusa. Le permite que se quede con la última palabra, una donación que Marcos no se merece. Qué importa.
Tomando por Córdoba, se abre paso entre malezas de ardores verbales. Algunos le cosquillean casi un sí. "Gracias, Fleming", se le dedica por última vez al investigador, de cuerpo entero. Y tiene que leer a Cortázar, de todos modos. Pronto.
...
* Un episodio similar a éste se vivió en la década del 60, en el vecindario del barrio rosarino de Zona Sur.
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