CONTRATAPA
› Por Jorge Isaías
Estamos ante la consternación que nos produce la muerte de un escritor en la plenitud de sus capacidades expresivas y estamos ante la certeza implacable de que su obra queda cerrada para siempre y hace de nosotros seres un poco más desvalidos.
Nuestro ilustre comprovinciano, el que había elegido hace muchos años París para vivir y escribir, Juan José Saer, quien nació el 28 de junio de 1937 en el pequeño pueblo de santafesino de Serodino, que pasó su infancia y su adolescencia y primera juventud en la ciudad de Santa Fe, donde empezó a escribir sus primeros textos memorables, que vivió también en Colastiné Norte y otro poco en Rosario, el que nunca pudo desligarse de su "zona", como llamaba a ese espacio litoraleño que lleva en su corazón y escritura, ha muerto. Murió el 11 de junio de 2005.
El, como el personaje del texto Discusión sobre el termino zona, perteneciente a su libro La mayor, quien recomendaba que había que ser fiel a una zona, cumplió con esa premisa en su literatura hasta el fin.
Como sus maestros William Faulkner y Juan Carlos Onetti, circunscribió a esa zona el temor de sus pesadillas, la invención de una serie de personajes que se cruzan una y otra vez en todos su libros y que dialogan incesantemente tratando de entender esa finitud de los humanos y, como un fino narrador, tiene esas delicadas y perfectas filigranas que son sus novelas, sus cuentos y sus poemas y desde allí crea un complejo mundo donde vive y palpita lo insólito de esta llanura que como bien dijo Sarmiento "se parece a un mar".
Pero hay algo más que hemos perdido con su muerte, Nos quedamos un poco más solos para pelear contra "la telaraña de la costumbre", como bien dijo Girondo y sobre todo contra la estupidez invasora. Hasta los campos de la cultura la literatura en este caso que debería ser un freno ante lo mediocre, lo chabacano y la confusión donde todo lo mediático subsume.
Saer peleó contra eso hasta el último minuto de su vida. Peleó a favor de la ética donde los hombres y las mujeres verdaderamente preocupados por la cultura deberían defender el valor de los significados, oponerse a toda esa diseminación de los sentidos a que nos somete la esclavitud del mercado.
Alguna vez me dijo con una tristeza que no eludía la ironía: "Antes, los escritores nos reuníamos para hablar de literatura, ahora se reúnen para tirarse uno a otro en cara la venta de sus libros y las veces que los invitan a los programas televisivos".
Como dijo el profesor Martín Prieto, en un homenaje que se le tributara a pocos días de su muerte en el Congreso de Literatura Iberoamericana de Rosario "A Saer no sólo lo lloran sus amigos, sino los amigos de sus personajes: Pocha, Miri, Tomatis, Barco, Angel Leto, Rey, Marcos Rosemberg, los mellizos Garay, Lescano. El Matemático, etc."
Su muerte nos ha dejado sin la posibilidad de seguir disfrutando de nuevos textos que es en el único lugar donde la literatura juega, según siempre le oí decir y que repitió en cuanto reportaje se le hiciera.
Saer es uno de esos escritores de raza de los que ya no quedan, que sólo escriben porque no tienen otra forma de vivir y no como tantos que pueden muy bien abandonar su ejercicio sin muchas consecuencias para la humanidad.
Muchas veces escribió que si no se tenía nada para aportar al telar infinito y maravilloso de la literatura, mejor sería dedicarse, honestamente, a otra cosa.
Lo cierto es que Saer era un grande, quien honró la literatura escrita en español en estos últimos veinte años y sin caer en el rótulo discriminatorio del "regionalismo" donde nos quieren reducir los detentores de cánones hegemónicos; fue fiel a sus personajes, fue fiel a su zona litoraleña que él describió como nadie antes. Con sus hombres y mujeres de la costa, de sus ciudades y de sus pueblos, de la gente de esta zona con sus rituales, sus asados, sus pasiones, sus parsimoniosas conversaciones, su delirios y sus sueños y sobre todo la imposibilidad humana de conocer "lo real".
Y antes que nada nos dio la enseñanza que había aprendido de Juan L. Ortíz, su maestro, que el escritor debe ser un fancotirador, alejado de los poderes y de toda tiranía incluida la de mercado. Que él detestaba y yo también porque cuando alguien me quiere convencer de la calidad de un libro por la tabla de los "más vendidos", contesto como su personaje Pichón Garay: "No comparto".
La obra de Saer nos deja a solas con su verdad, sepamos respetarla y ser dignos de sus textos como él siempre fue digno del texto de otros grandes.
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