CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo
A mi culona pupilante le gusta ilusionarse más que hablar. Tiene un don especial para las cosas equivocadas. Cuando me dijo que un fulano la llamaba de esa manera, me di cuenta de que al cruzar una bocacalle en cualquier momento le iban a pasar cosas inesperadas. Sabrán disculpar mi discurso, yo trato de decir todos los errores que ella encarna. Y aunque mi voz también está hecha de hebras humanas, son menos pupilantes porque ella tiene unos ojos que son como los ojos que miran hacia otro lado.
Tal vez porque su cabeza está llena de voces, ella pone por abajo del silencio el caricioso deslizar de las palabras. No festeja del día de las mujeres que hablan. Ni el día de las mujeres que aplauden a su estatua. A veces me dice que sólo tiene dos voces adentro de su cabeza, la de ilusionarse y la del gladiolo rubí, cavernoso, céfiro. No es difícil creerle porque esos días sus dos voces claras se escuchan mucho peor. A las vecinas les irrita vivir cerca de una culona pupilante que no habla. Todas quisieran decirle "te equivocaste de domicilio". Y ella les daría la razón.
No es fácil agujerear las cosas. Y sin embargo ella, delicada como la puntilla de atrás de una sirena, clava sin dolor los alfileres de oro en el faldón negro de la vida. En uno de sus viajes ha llegado sin pasos al infierno, y se ha acostado encima de los muertos. Ha podido escuchar el rumor viviente. El pájaro de los muertos quiere irse del infierno pero lo tienen atado al cuerpo. Creo que eso es lo que me dijo una vez mientras le ayudaba a recordar la mordedura que traía en el vientre.
El pájaro de la noche arrastra su cola deshilachada sobre el asfalto y la pupilante no puede hacer sus cosas en otra parte ni a otra hora. Yo creo que no debería ocuparse en nada más que revivir a los muertos. Las madres podrían pensar que es dañoso estar mucho tiempo reviviendo, reviviendo, pero ella tampoco festeja el día de la madre.
Encima de todas las nubes está la inmensidad. Debajo de todas las nubes está la divina pupilante que pinta un molino con el gusano roto. Ya dije que no es la conversación su fuerte, pero tiene un trabajo que está de moda: es promotora. Promotora de declives. Sube cuando van hacia arriba y baja cuando van hacia bajo. Los declives, claro. Los declives son una de las pocas cosas que se notan en lo oscuro.
Ella, además de saber sobre declives y rumores vivientes, va teñida de rojo bajo los hilos negros de la tarde. Pero no sabe cuándo un día es un día y otro día es otro día. Le cuesta trabajo atender esa clase de cosas. En cambio, sus errores y ella son inseparables. Anda por todas partes buscándolos. Tiene un sexto sentido para encontrarlos. Un don que Dios le dio. A veces estoy acostada y escucho como regresa a casa abrazada a sus errores, entrada la madrugada. Nunca vi una mujer tan amorosa. No bien la escucho llegar con sus errores, percibo que el aire se enreda a la suavidad como una telaraña. Pienso que a lo mejor es ilusión mía pero voy a ver qué hace allí tan equivocada. Y veo cuánto, sus errores, la aman.
Por la mañana se despierta feliz, enmarañada y me dice "estos errores me van a matar algún día". Sólo yo sé cómo se quieren ella y sus faltas. No duermen en toda la noche. Son un puro corretear. Como si se curaran del mundo en una y otra corrida. Alguna vez le pregunté si esos errores tan ardientes venían del infierno. Seriamente me preguntó: ¿Has oído alguna vez el quejido de un muerto? No, respondí. Más te vale, dijo y se enrolló en el sofá como un secreto. Yo obedecí y no volví a escuchar, porque los muertos tienen prohibido salir de su infierno.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux