Lun 20.04.2009
rosario

CONTRATAPA

El pasajero

› Por Sonia Catela

¿Qué se le puede quitar? eso busca la codiciosa glotonería de Iván desde que el hombre subió al ómnibus con sus ojotas de fabricación casera, su camisa deshilachada y su cuero oscuro. Se debe a la apuesta. La pactamos apenas pusimos pie en este desierto cactáceo de viviendas casi esqueletos, mujeres infladas que no se apetecen por más hambre que se tenga, territorio con la ausencia devastadora de la tentación; sobrevuela a la gente, las hojalatas, los remiendos, pero manteniéndose lejana, evasiva, el pasajero nos sonríe, se presenta, "Honorio Barrios", pregunta si somos de los alrededores, "¿puede haber algo pero algo que te llame la atención en este panorama?" dijo Iván desde el asco apenas nos adentramos en la región de cuasi chozas y cabelleras brotadas en espinas, y ahí apostamos. El que de los dos logre encontrar aquí algo de valor, se alza con el trofeo moral y una recompensa monetaria,

"¿Será que en Argentina hay gas, ¿y fábricas? y ¿cómo es que hablan español ustedes, estudiaron antes de venir? ¿su país está arriba o abajo de Colombia?", el hombre nos atormenta con un cuestionario Lerú down, que ni siquiera eso posee, malicia, "qué, qué", rebusca la codicia de Iván, paseándose desde los dedos desnudos a los pantalones tejidos al telar. "¿Desea un trago?". Lo convida al hombre y saca la botella de tequila, tanteando tanteando, ni cruz o medalla al cuello, oro o aro, "No, gracias, no tomo más" se retrae el morocho, "¿por el Señor?", inquiero, harto de las tropas de conversos, sus fuerzas de choque con trovadores de guitarra loando en los autobuses y a (hay que) aguantar, "No es por él, aunque en sus manos me he puesto" y agacha la cabeza como si todas las botellas que pudo haber bebido se le apilaran sobre la mollera, una tonelada, "déle, anímese, un poquito", insiste Iván, el olor lo tienta al sujeto, y los territorios que cada trago le descubren: ¿cuáles? Iván empina un largo gorgoteo didáctico, muestra gratis, pese a que el chofer nos controla por el espejo pero acarreamos el licor en un envase de agua mineral y quién de los foráneos no anda con una de éstas, "un sorbo, nomás, déle, por este feliz encuentro", "no puedo" y se tapa la cara para cegar algún espanto que encierra el tequila. Se me ocurre inventar: "vea, nosotros somos médicos. Las últimas investigaciones aseguran que si usted toma diez tragos y al décimo mete el corcho, no habrá consecuencias ni peligros", cree, cree; tampoco puede, por educación, rechazar el convite de un prójimo "¿ustedes me...?", no sabe si poner: aseguran, o ayudan; "déle por hecho" promete Iván, que se desembaraza del tedio que le producía el viaje, se entusiasma, le sirve los tragos en un vasito desechable, el hombre traga y acuna la botella, se sumerge, nada en ella. Sin preaviso o razón alguna, los alaridos; delira un incendio, manotea, se rasga la camisa, le duelen las horribles marcas de esa quemadura vieja que resucita ahí delante levantándose de la cicatriz cerrada para humear, "me quemo", grita, y ya no hay casa ni familia ni Lolita o Amparo, brasas y carbones; ataca el tapizado, hurga en las cenizas, "fuego; mi gente" rechina y rechina el colectivo cuando el chofer frena con violencia, clava el vehículo en la banquina, se nos echa encima: "Qué le pasa a este pasajero". Cómo podemos saberlo nosotros. "Cálmese" le aconseja el conductor, inclinándose a socorrer al hombre que castañetea dientes y ahoga llamas con su camisa, tose y expele un humo picante, a tequila y carne incinerada. Ahí pone el hocico el chofer, en la botella, pero nosotros tenemos en la mano la legal de agua purificada así que mejor que mire para otro lado, "tendrá que bajarse, amigo" y con su atadito queda el tipo en el camino incendiando el aire. "¿Le habrá metido fuego a su casa, a sus hijos, Iván? Olía a algo muerto". "Al fin", recapacita mi compañero, ambos perdimos la apuesta". Le explico que se equivoca. Que a este hombre le pude arrancar una cosa. ¿Qué? El material con el que escribí esta contratapa, "Pudiste, campeón. Se lo sacaste... " Me pone cien pesos en la palma de la mano, ratifica: "campeón" con una sonrisa falsa. A través de la ventanilla enhebramos los postes de la ruta; la monotonía, el traqueteo nos van adormeciendo.

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