CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
Si él no hubiera sido llevado al baño, por su padre, a los once años, la crustácea uña paterna trabando el pestillo de las tablas que funcionaban de puerta, gesto circunspecto, "chito la boca", el viejo sentado sobre el inodoro, apareados los ojos de ambos, si no le hubiera transmitido el único mandamiento que cuadra: "cuanto más rápido averigüés para qué servís y en lo que sos el mejor, pero imbatible, eh, nada de medias tintas, ahí vas a saber cuanto precisás conocer de la vida. Olvidate de los libros, de la cháchara de las maestras. Nada vale la pena, sólo ganar. Respeto, y lo que se te antoje, vienen de su mano. El resto, papel picado".
Si el aviso "Se le pasa la hora del catecismo al nene, Pucho", clamor de su beata madre aporreando las tablas del retrete hubiera llegado antes de que el viejo hablara, escupitajos hacia la derecha, viejo que, hasta donde que él supiera, jamás había vencido en campo alguno.
Si.
Un año más tarde empezó su carrera con tres fracasos. Campeonato infantil de truco, cuarto puesto. "No", vetó el padre. Segundo lugar en remonta de barriletes. Pulgar hacia abajo de don Rodríguez. Certamen de preguntas y respuestas del Club de Caza sobre razas de perros y sus costumbres. Descalificado por el jurado. "¿Vale hacer trampa, papá?". "Si preguntás eso nunca vas a vencer". El viejo se iba consumiendo; podría morirse sin paladear el suceso de Oscarcito.
Pero, un relampagueante descubrimiento: el pibe goza de insuperable puntería. Se lo revela el azar, cuando languidece la jornada del concurso de sapiencia canina. Divisa el arco con carcaj apoyado en una mesa de cemento del club. Lo examina, le da vueltas, prueba. Tensa el arco, tira y blanco. Carga de nuevo, otro centro. Repite aciertos hasta que a algunos socios los agruma la cola de la curiosidad. Aplausos. Comentarios admirativos. Debajo del sauce, el Viejo teclea un cabezazo de aprobación. Morirá la noche siguiente. En la sala de sepelios él y su madre agotan la ceremonia de velatorio del difunto. Son dos soldados que montan guardia, mientras el resto corre juergas en su jornada de franco, sin hacer caso de desventuras necrológicas. El salón adquiere la dimensión de un cosmos glacial. Con el único sonido del llanto de la viuda, se pregunta: "¿Cómo puede quererlo?". El viejo nunca ganó, a nada. Ese error de la madre lo inquieta, le arranca una angustia material, líquida. A la tarde ya anda merodeando por el parque del Caza y Pesca. El encargado lo reconoce, llama a algunos conocidos, le pone a Oscarcito un rifle a aire comprimido en la mano, "tirá pibe, y ustedes presten atención". No demora más de un mes en aparecer en el boletín del "Guillermo Tell" como la nueva revelación incorporada a la entidad.
Si no hubiera ganado el circuito de campeonatos provinciales. Si no hubiera arrastrado como a planetas pesados, una red de apostadores codiciosos que se enmascararon detrás de su amateurismo. Si Pirincho Lamas, su manager informal, que lo trataba de "hijo", "mi hijo adoptivo, nos corre la misma sangre", ¿cuál sangre? no lo hubiera inscripto como cadete en la escuela de policía, con el aval de su madre: "te aconseja lo mejor para vos, Oscar. Serás un hombre de bien", a lágrimas empujadoras.
Si no hubiera cumplido 18 años, listo a disputar la cabecera del ránking internacional.
Gatilla ese tiro que es el todo o nada, según Pirincho, "acordate lo que hay en juego; dólares" pero esta vez el agujero del centro lo tironea a él como si formara parte de la cola del disparo; lo traga, lo mete en un túnel oscuro de vértigo. Reacciona, apenas, cuando lo suben al podio, trofeo en mano; el corazón baila su danza por cuenta propia.
Ahora, siempre que dispara es metido en el tirabuzón del agujero, torbellino que puede llevarlo a estrellarse si no se sale, malamente, como lo logra en Montevideo, Campeonato Intercontinental de Tiro, la copa más alta que ha conseguido. ¿Y adónde lo conducirá si no alcanza a saltar? Donde él no quiere. "¿Pero qué boludeces decís? ¿Qué te pasa Oscarcito? Necesitás una chica; vení que te presento a las lobas de la comisión de festejos". Pirincho lo tironea, lo arroja a las mujeres, un hueso para los perros.
Esta semana tiene que pedir licencia en la seccional de policía, Lamas lo aparta y le habla con firuletes: Vendrá de Alemania un grupo especial de turismo aventura. Caza mayor. Volarán a Formosa. Se necesita un tirador excepcional, que impida que algún teutón pierda su pieza por un yerro; Oscarcito rematará al animal, discretamente, para que el chambón pueda acreditarse el logro. ¿Caza mayor? ¿En Formosa? "Vos empacá. Yo me encargo de que te den la semana libre en la Fuerza". Instalan campamento a orillas de un río secundario, en la apretada trama de la selva. Esa gente manipula sus arneses y sus sombreros como si anduvieran por el Amazonas. Comparan sus rifles, beben cerveza, cantan. Proyectan la cacería; ha de ser nocturna. "¿Detrás de qué capturas andamos?", Pirincho no sabe bien, "jabalíes o pumas, creo. Quizá aparezca un caballo salvaje y pum, son más veloces que un gamo, parece. Me comentó el baqueano que quedaron muchos después de la desaparición de la reserva. Más no sé". Se sitúan como para una batida intensiva del monte. A Oscarcito lo ubican en el extremo izquierdo de la vanguardia. Le proporcionan unos anteojos con los que puede ver en la noche. Avanzan. Caen dos felinos enormes bajo el estrépito de las balas y las autoabalanzas. Están atándolos cuando uno de los alemanes le falla a algo que zigzaguea. "Dale, Oscarcito" y Oscarcito se dirá luego que él no hubiera podido tirarle a esa masa oscura, que corría sobre dos piernas, cuerpo más de hombre que de otra cosa, hombre, aunque Pirincho zapateara como loco sobre la escopeta de la que su pupilo se desprende dejándola desmayada en el suelo, "te vas a arrepentir" y "ésta me la pagás", "¿o te olvidás las relaciones que tengo?", por nada, ni bajo amenaza le dispararía a eso que probable, seguramente era un habitante, uno de los antiguos moradores de la reserva, eso resolvió y no iba a permitir que el agujero negro lo arrastrara y lo reventara contra otro ser humano, en un choque a impedir; se acomoda en el tronco arqueado de un ceibo, se quita los anteojos infrarrojos, mete los pies en el agua del río, ¿y ahora? ¿si hay un muerto, un cazado, qué tiene que hacer? Turistas del primer mundo. Un monte remoto en Formosa. Pirincho y sus contactos. El NN, fácil de desaparecer. Si él no hubiera sido llevado... Si...
Mueve los pies en el río. Río que corre, empuja, arrastra. Pero no deja respuestas.
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