CONTRATAPA
› Por Jorge Isaías
Al rastrojero con el perro haciendo equilibrio sobre el techo despintado lo vi aparecer apenas dió la vuelta en la esquina donde está la única agencia de autos del pueblo. Esa agencia, prolijamente pintada, con sus autos alineados debajo del cobertizo metálico o alguno de los dos saloncitos vidriados donde se exhiben los autos coloridos y flamantes.
Esa agencia está celosamente atendida por su dueño, que se llama Osvaldo Hugo Croatto. A quien por otro lado conozco desde que empezó a caminar. Ese hombre delgado y simpático es mi amigo.
El rastrojero avanza bajo una canícula de dos mil demonios echando fuego en ese enero donde ni las iguanas se atreven al cruzar la calle. Yo tampoco me atrevo. Estoy protegido por unos sauces eléctricos que plantó la comuna hace años y mal que mal me permite capear los veranos llameantes.
Cuando el rastrojero se acerca y aminora la marcha yo ya se que ese hombre con un gran sombrero de paja que desciende es mi amigo. Lo supe como lo saben todos quién es el conductor de ese extraño vehículo con los restos de la pintura gris triste que tuvo desde su origen, tal vez antes de 1960.
Ese hombre de rostro quemado por el sol de los campos que tiene entre sus dedos un cigarrillo encendido, es mi amigo Miguel.
Mi asombro choca con la decisión de su parte y lo que sigue es el diálogo probable que sostenemos bajo ese sol aplanador de cabezas
¿Adónde vas Miguel con este calor?
Al establecimiento rural -dice irónicamente. Como se refiere a las 20 hectáreas que por herencia paterna trata de hacer producir con su tambo, que hasta hace poco lo hacía manual.
¿Y -pregunto atónito no podés esperar a que el calor amaine?
Y... no puedo. Tengo que darle agua a los animales.
Pero pueden esperar, le digo.
Me miró con infinita paciencia de pedagogo y preguntó no exento de ironía.
Decime Isaías, a vos, un día como hoy, ¿te gusta tomar agua?
Y, sí.
¿Y cómo te gusta tomarla?
Y, fresca.
¡Ah! Bueno, a los chanchitos también.
Y se volvió a subir al vehículo que hipaba regulando como podía. Sentado y frente al volante, golpeó con una mano el techo, y el perro, que había descendido de allí al parar el dueño, saltó sobre el chasis, sobre el motor caliente y se instaló a su lugar de predilecto vigía.
Antes de entrar lo vi como subía a la ruta con ese hierático can que orondo, todo lo miraba con los ojos más fieles.
Mi amigo Miguel no sólo es sensible y generoso con los animales, aunque el siempre repita que lo siguen los niños, los borrachos los perros.
Tuvo hasta hace poco reparto de leche a domicilio cuyo beneficio económico dependía de la voluntad del cliente. Si no le pagaban, él no cobraba nunca y cuando se le inquiría sobre esa cómoda y ventajera situación de su particular clientela, inmediatamente, replicaba: mientras Miguel Compañy viva, ningún chico de este pueblo se va a quedar sin tomar leche y cerraba toda protesta.
Así es mi amigo Miguel. De su padre, Miguel Rogelio heredó varias pasiones. El radicalismo, el entusiasmo por los colores del Huracán F.B.C., el amor por los animales, el cariño por los caballos de carreras, sólo por verlos correr, la solidaridad por sobre todo otro interés, la amistad de hierro y ese amor acendrado por las cosas del campo y sobre todo si es de otro tiempo, como corresponde a un nostálgico que compite con la memoria férrea de su primo y estoy nombrando a Roberto Escudero, piazzoliano, hincha del Racing Club de Avellaneda y fanático simpatizante del Huracán F.B.C., Globo rojo para todo el mundo.
En esta pasión huracanista, Miguel aporta lo que puede al Club de sus amores, ya que sus magros ingresos de pequeño productor rural, casi la totalidad de sus más que breves hectáreas dedicadas al tambo no le permite distraer todo el dinero que desearía de buena gana para ayudar al Globo a crecer.
Entonces, de vez en cuando dona un cordero, que asa él mismo en el Club y con lo obtenido con esa venta de tarjetas, engrosa un poco más de dinero a las más que flacas arcas del Club.
Cuando se le reprocha esta manía inconveniente para su bolsillo, él replica amoscado:
Los corderos de Miguel Compañy son para el Club Huracán.
Con enfático desgano "el Nene" Croatto le dice que no, que los corderos son de Miguel y no del Club y él contesta molesto:
Callate vos, si nunca sabés nada.
En esa onda de mal humor responde cuando se le nombra a alguien que no quiere. No es raro que cuando se le pregunte el nombre de pila del perjudicado en su rencor no conteste o diga sobre ese apellido que uno nombra.
Ese, ni nombre tiene.
Enfático con las cosas del Club, de "su Huracán" que él vive con pasión, sobre cada una de las situaciones de su vida institucional (siempre integra sus comisiones directivas: no importa qué lugar ocupe, siempre será un soldado). Alguna vez sentado o en una mesa se charlaba sobre algunos jugadores que pretendían aumento.
El escuchaba callado.
Todos sabían que no estaba de acuerdo, porque los resultados no se obtenían y porque para él, el Club merecía sacrificios y también alcanzaba a los jugadores en este caso. De pronto, al oír un apellido saltó como si se hubiera sentado en un almohadón de brasas.
Ese dijo colérico hasta por el viático es caro.
Y debo aclarar que al jugador en cuestión sólo lo separaba un hilo de alambrado de la cancha del Club.
Pero se lo tranquilizó, porque justamente estaba en la lista de los que se ofrendaban en sacrificio por los colores del club. Ese, justamente no pretendía aumento.
Mi amigo Miguel heredó las ideas políticas de su padre, el inolvidable "gordo" Compañy, presidente comunal por el voto popular en los años de Illia, radical de pura cepa, "de boina blanca", repite. Y se jacta que por la chacra de su padre pasó hasta el mismísimo Raúl Alfonsín, antes de llegar a la presidencia de la República.
Cierta vez compartían una mesa con otros amigos y comentó que iba a tener una entrada menos porque un alquiler se le había caído. La de la única casa que alquila, ya que las otras que tiene en su campo las presta a desocupados y pobres.
Y por qué no vas a cobrar más el alquiler, Miguel -le pregunta "el Nene" Croatto.
Porque murió el inquilino.
Y, qué -retruca "el Nene" la viuda no puede pagar acaso.
Y qué -salta indignado ¿no serías tan desalmado de cobrarle alquiler a una viuda?
Y saca nervioso, un cigarrillo del paquete que deja sobre la mesa y lo enciende, con furia, chupa dos pitadas largas, tira el humo hacia el techo y se queda mirando la calle, donde no pasa nadie. Ni un alma comprensiva que lo haga soportar la ignominia de oír a un amigo profiriendo esa infamia.
¡Cobrarle a una viuda- repite .Nunca vi a nadie tan salvaje, tan criminal.
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