CONTRATAPA
› Por Bea Suárez
"...el objeto de este libro es mostrar de qué modo categorías empíricas, tales las de crudo y cocido, fresco y podrido, mojado y quemado, etc., definibles con precisión por la pura observación etnográfica y adoptando en cada ocasión el punto de vista de una cultura particular, pueden sin embargo servir de herramientas conceptuales para desprender nociones abstractas y encadenarlas en proposiciones..."
Claude Levi Stauss. "Lo crudo y lo cocido?". Primer capítulo. Obertura.
Pasa la gente con su salobre cara, chicas de mini, hombres con overol, albañiles que rellenan pisadas. Pasan. Pasan.
Soy insoluble en ellos, en la vida, no logro mezclarme.
Pasan de sindicatos, caritas de fe, titiriteros, empleadas domésticas; se hacen fiestas confusas, amargas; veo avenidas sosegadas por el domingo, gente mezquina, vapores de abejas al pasar, algunos analfabetos.
Yo: insoluble, un terrón, un resto que no logra penetrar lo vital.
Personas acurrucadas, un deudor adentro de un deudor, chicos de picnic, crotos con cinturón de hilo, gordos de feed lot, adolescentes de maxilares salientes, morochas chúcaras, geólogos que intentan.
Sin poder disolverme un poco en ellos.
Algunos que dan en surtidor, otros hondos, secos, satíricos, los de tonterías banales, los que nadan en canales, irrelevantes, mulitas. Pasan los batientes, los valientes, los de escarlata encendido, los que calafatean en la Peña náutica, los sin velo ni velamen.
Y yo, precipitada, no siendo. Sida.
Proliferan, envían mensajes a diez amigos, esperan colectivos que no van a tomar. Pasan despedazados, amigos simultáneos, señores espumantes, contentos, perentorios, hacendados con soja, otros sin campo ni panales.
Pasan por la vidriera emitiendo estrofas, sílabas sueltas, vienen de Brasiles desmesurados, Argentinas quejumbrosas.
Yo, como un mal catión, entre peróxidos de plomo, impedida de una disolución selectiva en calle San Martín. Sin poder disgregarme, desunida del mundo.
Pasan varones que hacen pis, alguien prueba una trampa verbal, señoras que usan enagua, una Lucrecia con secretos salteños, siete ladrones con sed, también lagartijas, cardos, carretillas de escombro, mi vecina con un montón de mandarinas.
Y yo, analizando la vida como al color de una muestra, sin lograr beberla o poseerla. Afuera. Estoy afuera del ensayo, del origen orgánico de cada componente, afuera de los huesos. Como un alcalinotérreo imposibilitado de combinarse con lo que más ama, con su elemento afín.
Pasan cosas nuevas incluso, camina la ciudad al lado mío, fresnos, follaje, incongruencias propias de la comarca, enfermeros insuflando, tomando la presión, mujeres que comen mitos en vez de milanesas, ejecutivos en relaciones laberínticas.
Los miro en exterior, como si en lugar de semejantes fueran acetatos imposibles, destilados de amoníaco que jamás lograran ebullir en la ciudad. Exteriores. Se habitan exteriores.
Ellos transitan, la humanidad rojo sandía, pequeñas enemistades, mujeres desposeídas, patrones huidizos de la Afip, improntas de sexo irrealizado, un viejito recoleto desde mil novecientos veinte. Pasan rosarinos, senegaleses, algo que flota en calle Dorrego; (hasta la luna enorme y llena veo desde lejos), transita una palabra primordial que aún no ha sido dicha.
Pasa lo más dramático, hilo dental, el Papa; menuditos van los niños a jardín, se rompen nueces, se quiere adelantar la navidad, un perro que nace y sigue marrón, bagajes de extranjeros, un gato no responsable de sus actos, una chacarera que no hace Santiago.
Y yo con Blindex, sin tocar la capsulita o el infarto de las olas en la playa. Ida. Un succinato férrico que no se junta con el almacenero, ni se juntará por mucho tiempo.
Querría disgregarme, entregarme otra vez con intenciones de palmera Oroño pero, aún con calor, no puedo. Insoluble en la vida (como maraña, la vida como maraña), sin lograr carpirle un pozo.
Pasan los circunspectos con catarro, ¡Qué esperanza!, boxers rabones, noticias por Taringa, un guarango, un alborotado, una ingrata, una loca, una cuarentañera, alguien más digno que otro.
Yo, en concentración relativa, como un hilo de platino que no logra coser el mapamundi.
Vayan razones químicas a proveerme ayuda, alguien me saque del crisol; soy el óxido que no marca en azul de Prusia, una inflexión que posibilite el regreso a la vida con evaporaciones cuidadosas.
Mientras tanto los torpes, banderas tricolores, muchachos que amueblan cuerpos creyendo amueblar almas, forasteros, amantes tanteando pantorrillas, empresarios, impulsos de éxito, abuelas de sentir torvo, bloques indivisos de escolares, chicos con zapato nuevo.
Mientras no hago reacciones químicas con lo que vive, los excesos del lenguaje pasan, pasan, pasan, pasan, transcurren.
Apaleada por una amapola voy al Parque España en son de un porvenir de mezcla. De una combinatoria.
Quiero empezar, saber oler a la gente de nuevo, la piel tirante de los otros.
Imperceptiblemente.
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