CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo
UNO
No podríamos decir que la narradora sicalíptica es víctima de su tiempo porque en cualquier otro también se habría sentido expulsada. Ni siquiera es probable que pudiera encontrar espacio en el porvenir, porque lo esencial, en la narradora, es el inconformismo y una inclinación natural por respirar los perfumes de naturaleza escandalosa.
DOS
Uno la ve, a la sicalíptica, en la mesa del bar, con sus ojos reales, sus dedos taquígrafos y su oído misterioso, escuchando conversaciones ajenas para luego hacer malabares con la historia. De la peripecia no puede salir nada mejor que una excentricidad, una metamorfosis conceptual, una percepción del mundo que alborota.
TRES
A falta de patíbulos donde derramar el vino de la muerte, ella construye un relato cada madrugada. Es probable que todo cuanto escriba sea percibido como no real, pero la sicalíptica tiene otras sospechas. Piensa que lo no real es lo real que al mundo se le escapa. Y así sigue dando vueltas de la manivela de una escritura activamente ensimismada. Bebe, también, pero por el escßndalo no se debe culpar al alcohol, como tampoco se debe culpar a la oscuridad por las cópulas apagaditas de los crisßlidos y de las crisßlidas.
CUATRO
En sus textos de codorniz concibe la realidad como un prisma o un holograma, o un telescopio según las dimensiones o el origen de las criaturas por descubrir. Cualquiera sea la revelación, la sicalíptica escribe con una enorme carga de belleza pero a veces se la va la mano y espanta.
CINCO
Para comprender lo inapropiado de su escritura, convendría no entender nada. Primero, porque la sicalíptica sufre de claustrofobia. Muchas veces, ella misma quisiera cobijarse en una vida de frases hechas, en un lugar común, en una idea de salón, en un poema de manual, en una conducta de código civil para sentir el calor corporativo, social, pero se queda sin aire aunque nadie la ahorque: es sensible a todo tipo de estrangulación sofisticada.
SEIS
Luego de haber ido al bar real, y de escuchar la conversación real de la crisßlida real, con la amiga real, la narradora sicalíptica siente un hervidero de hormigas palabras en el corazón cerebro. El pensamiento conventual de coleópteros o de los arácnidos de dos, cuatro u ocho patas, le provoca asma. Entonces, no tiene más remedio que elegir entre una sobredosis de Ventolín, o imaginar culonas, o escribir sobre lo que no ocurre para que al menos ocurra una ilusión antes de que no ocurra nada. (Ella está convencida de que las culonas, no por ser irreales son menos necesarias).
SIETE
También es cierto que si no tuviera otra cosa que hacer, tal vez la sicalíptica no escribiría. Si le pagaran por hacerlo, de seguro buscaría trabajar en algo más inútil. Nunca haría aquello por lo cual mereciera más del diez por ciento o menos de una migaja. Que nadie piense que le está quitando algo: es ella quien ofrenda su escribir fuera de borda, su vuelo fuera de radar, su sombrero sin cabeza. Y por último, a modo de enmienda, o de "ars poetica", o de pararrayos, digamos que si la sicalíptica erige culonas y no escribe sobre lo que no escribe es porque ella cree que la realidad habla por sí sola. No necesita ventrílocuo.
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