CONTRATAPA
› Por Graciela Aletta de Sylvas
" No son más que palabras. Palabras. Eso nunca ha matado a nadie. Se sabría.
Se sabe. Es todo lo contrario. Las palabras siempre han matado.
¿Desde cuándo?
Desde que alguien grita "¡A muerte!" y la muchedumbre lo cuelga."
El temor colectivo ante la peste negra invade París. Hoy le llamaríamos "pandemia". Una invasión de números cuatro invertidos, acompañados por la letras CLT y pintados en negro, aparecen progresivamente sobre las puertas de los departamentos que llegan a abarcar 18.000 edificios. Sólo algunas puertas lucen limpias. Simultáneamente un pregonero, Joss Le Guern lee toda clase de mensajes en la plaza Edgar Quinet de Montparnasse, resucitando el viejo oficio de su bisabuelo. La gente deposita sus noticias en una urna y Joss, por unas pocas monedas, las lee tres veces al día en la plaza. Pero un buen día comienzan a llegar extraños mensajes teñidos de podredumbre y de bichos repugnantes como pulgas, serpientes, moscas, ratas, murciélagos, sapos y gusanos.
Descambrais, dueño de la pensión del barrio, intelectual venido a menos y de identidad incógnita por razones policiales, detecta que esas palabra y los sucesivos anuncios son citas de antiguos textos del siglo XVII. Algunas grafías como las letras "eses" que en esa época se escribían como "efes" le ayudan a identificarlos. Otros mensajes están escritos en latín y otros, producto de laboriosa investigación del erudito personaje, son de Avicena, médico y filósofo persa de principios del siglo XI, quien escribió el Canon de la Medicina. Escritos que se copian unos a otros, a veces palabra por palabra, diferentes autores reiterando una misma idea: el anuncio de la peste. Luego le siguen fragmentos de un autor inglés Samuel Pepys, quien escribió un Diario sobre la gran peste de Londres en 1665 que costó sesenta mil muertes. Son mensajes pútridos, subterráneos que preparan la peste y la predicen, así como también anticipan las próximas muertes.
Ambos sucesos, los cuatro invertidos y los mensajes, son relacionados por el inspector Adamsberg, producto de la imaginación de Fred Vargas, una escritora francesa cuyo verdadero nombre es Frédéric Ardouin Rouzeau, autora de Huye rápido, vete lejos. La escritora adoptó este seudónimo porque su hermana gemela Jo Vargas, pintora, elegió el apellido Vargas en homenaje al personaje de la película La condesa descalza, protagonizada por Ava Gardner. En su vida cotidiana, Fred es arqueóloga e historiadora, especialista en la época medieval. Trabaja en el Centro Nacional de Investigación Científica (la versión francesa del Conicet) se ha ocupado de la transmisión de las epidemias y últimamente se ha dedicado a la investigación de la gripe aviar y de gripe A. Alterna su labor científica con la pasión por las novelas de intriga, que algunos denominan policiales negras y ella llama "de enigma".
Huye rápido, vete lejos (2001) versión en castellano de Punto de Lectura 2008, alude a las siglas CTL aparecidas en las puertas, que en latín: "Cito, longe, tarde" significan huye rápido, largo tiempo y tarda en volver ("Cito, longe fugeas et tarde redeas"), palabras que aluden a los modos de evitar la peste, pero también a la situación sentimental del comisario Adamsberg. Primo hermano de Wallander, el comisario antihéroe de Mankell es distraído, desprolijo en su vestimenta, indolente, reacio a los compromisos amorosos, confiado en su intuición que defiende contra viento y marea. Consulta a un medievalista y epidemiólogo (pestólogo en la traducción), Marc Vandoosler, quien le alerta sobre el valor de talismán contra la peste de los cuatros invertidos y de los anillos de diamante que protegen a sus dueños. En la novela, así como en los textos citados se enhebran los distintos momentos en que la peste ha asolado Occidente, como la de 1347 y que reaparece periódicamente casi siempre cada diez años hasta el siglo XVIII, como la de Marsella en 1722. Pero también se prestigia la casi olvidada de París en 1920 que azotó en forma atroz y violenta sobre todo en Clichy.
Se trata de la enfermedad de los roedores, en particular de las ratas, transmitida por la picadura de pulgas infectadas, tema relacionado con las investigaciones de Vargas en la vida real, el mismo saber que trasuntan sus lecturas en la novela. Así, anunciados por los mensajes, comienzan los crímenes, siempre en los lugares no marcados por los cuatros. Se desata una psicosis general, los medios y la gente creen que la policía esconde datos. Mientras tanto "el sembrador de la peste" procede como Dios, manipula la denominada "plaga de Dios", ataca a unos y protege a otros. Se deduce que se trata de un hombre erudito, poseedor de una gran biblioteca, conocedor de latín pero se equivoca al teñir con carbón a sus víctimas, ya que Muerte Negra (Pestis Atra) no alude al color sino que significa "muerte horrible". En realidad las pulgas (Nosopsyllus fasciatus) que el supuesto "asesino" introduce en un sobre en el domicilio de la víctima, no están infectadas. La muerte llega por otros caminos y la peste resulta simbólica, tejida con palabras que, como expresa la cita inicial, no son inocentes. El suspenso creado por la trama se complica con un problema familiar y otro de índole de extrema violencia, lo que conduce la investigación hacia cauces insospechados en los que la venganza es la protagonista.
En estos tiempos que vivimos en la Argentina y con referencia a algunos trascendidos sobre posibles manipulaciones de laboratorios, la lectura de la novela de Fred Vargas adquiere un interés y una actualidad escalofriante.
*Escritora, Profesora de la Facultad de Humanidades y Artes y Doctora en Letras.
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