Lun 14.09.2009
rosario

CONTRATAPA

La extranjera

› Por Sonia Catela

Siete en triángulo, una pala que desde ambos extremos del puente los empuje y obligue, ranas negras, a lanzarse desde la baranda, salto al agua. Teñirán el lago con su tinta; todo lo que tocan lo manchan, sin aflojar el paso, los cuento: diez; se apoyan contra las columnas de mármol, acomodan sus inmundicias falsas, (carteras y perfumes), se las refriegan a la gente decente que cruza hacia la terminal de trenes, logran que algún incauto se detenga, como el tipo de boina que cata un Prada fraguado; "¿cuánto?", "tanto", "¿tanto?"; regatean, vendedor y cliente, pero esta vez no los dejaremos escapar, pala que los barre,

¿y esa mujer?

"Mirá", le señalo a Ettore, "entre ellos, una mujer. Raro"; "toda tapada, qué facha... y ¿cómo? si nunca traen a sus hembras..."

"No la perdamos de vista". "Ahora", chasqueamos los dedos. Avanzamos, siete en triángulo, pala en movimiento, ojo en todos los ilegales y en la hembra, ranas negras a saltar.

El oscuro que manipula los Mickeys bailarines, pone en alerta su mandíbula, huele el aire, huele el olor del escarmiento cercano, se embrolla con las marionetas, "rápido", nuestro chasquido, cuando el oscuro nos ve, gira y enfoca el escape por la otra punta del puente; aún se mueve en redondo, todavía no corre. La hembra titubea, se enrosca el turbante negro y ajusta la punta que acaba de soltársele, se enreda, avanzamos a paso de tren que recién arranca y empieza a cobrar fuerza; otras tres ranas negras, al divisarnos, se aprestan a huir; vienen preparados: desparraman sus chafalonías en subasta sobre un mantel, y, cuando husmean con sus fosas nasales de pozos negros la que se les arrima, levantan las cuatro puntas del trapo, atan sus fardos y se escurren con rapidez, la hembra también indaga el punto de peligro, lo halla; mis pasos enfilan hacia ella, ni agarrarlos ni que disparen como veníamos tolerándoles hasta que suenan las sirenas de este correctivo; ya los más rápidos trepan a los bordes del puente, miden la distancia del cuerpo al agua, manotean para salvar sus productos ¿cómo? distante el vacío, el cuenco hondo, persignarse, (no, esta gente no se persigna, sus fetichismos se lo niegan); nueve clandestinos arañan los pilares y caen al lago como clavadistas, la hembra, inmóvil, eso, que deban arrojarse, el agua les pone el sello de una expulsión en regla, sello y afuera; la laguna empezará a llevárselos, lejos, pero el tan moreno no termina de levantar su cuerpo ilegal, enfila a la punta opuesta para correr hacia el lado de la plaza, aunque siete, triángulo, enarbolando nuestros reglamentarios uniformes azules, mangas, pantalones brazos muslos azules, banderas de la legitimidad lo encerramos en batida; su receta será tirarse y salvarse, si es que sabe nadar con los harapos de conocimiento que traen desde donde vienen; el tan moreno se hunde, la rana negra de al lado lo alza y remolca, sólo la mujer se rezaga y aísla, vaya fortuna, "agarrémosla" le grito a Ettore, jamás apareció antes una de sus esposas para integrar el cortejo africano, mujer envuelta en su velo, cara, cabeza, brazos dentro de la cáscara de trapos, trapos hasta los pies, ¿cómo aguantar que se instalen aquí con su siglo XVI? atrasan. Me abalanzo sobre ella, la sujeto de las muñecas, únicamente sus ojos ululan un lenguaje de simios, chillidos en la floresta. La apreso con mi fuerza o mi verdad; Ettore la aprieta de las rodillas. "Tené cuidado, que andamos con el uniforme oficial". "Tranquilo. Hoy, carta blanca". Abajo, en el agua, flotan a la deriva negras cabezas y mercancías negras. Ninguno de ellos grita. Siete, triángulo sobre el puente, una pala que descarga la basura en el pozo ciego. Esta negra musulmana que aprisiono por las muñecas es el inesperado trofeo. Se agita, simia. La plantamos sobre uno de los pilares del puente, bien al tope. Le amarramos los pies a la columna. Grupos de miradas se apelotonan en ambos accesos al puente. Un par de aplausos. Ettore la inmoviliza. Yo procedo. Tiro, le arranco el pañuelo que hurtaba sus pelos, le esponjo la cabellera al mundo, ¿qué escondías? ¿esto? Te destapo; de un golpe le abro y rasgo la túnica de una especie de seda, aparecen pubis y pechos en piel y carne viva, sin prendas que correspondan al pudor; al aire, vientre y axilas, quito el velo que sustraía su boca, le arrebato pieza a pieza toda la barbarie de encima. La mujer queda sobre el mástil, desnuda, al viento, corregida, una verdad: tienen que dejar este aquí y volver al "aquí" que les pertenezca. Brega por liberar sus pies de las ataduras, no se lo permitimos, intenta cubrirse la desnudez con las manos, agacharse, una gallina desplumada; Martín documenta el momento, fotografía la justicia en ejecución, ella enroscándose, casi de rodillas, ruega algo. Desde abajo, en la corriente de agua, una cabeza negra expulsa palabras en un idioma que contamina el aire, ¿comprenden? retornen donde la palabra árbol encaje con un árbol, y la palabra casa calce en los ladrillos de una vivienda; nudos de turistas se acercan, disparan fotos sobre el desnudo vencido y asustado, hasta que una rubia se abalanza con un pareo a cubrir a la africana como si hiciera frío; la otra se refugia debajo, tal que le dieran un techo, una casa, una casa en este país en el que nunca la tendrá; termina el momento: apartamos a los curiosos; desamarro a la extranjera y que haga lo que debe hacer.

Salta.

* A raíz del movimiento fascista resurrecto en Venecia, el que, por distintos medios, (manifestaciones callejeras, carteles colocados en las paredes, agresiones sutiles o no) predican la represión a inmigrantes irregulares, al que se suma la policía persiguiendo con saña a vendedores de origen asiático o africano cuando éstos merodean en busca de clientes en los puntos turísticos.

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