CONTRATAPA
› Por Irene Ocampo
La pregunta por el origen, ese que otorga en parte identidad, y tal vez una pertenencia determinada -a una raza, etnia, clase social, sexo, género, nacionalidad, por nombrar algunas- provoca ese movimiento hacia adentro y hacia atrás, y luego hacia afuera otra vez. Encontrarse para encontrar a otras más.
Lo que define y lo no definido actúan sobre la vida que se vive en Argentina, en el año 2009, como afectó a quienes vivían aquí antes del año 1492, a los y las que nacieron en estas tierras en el siglo XIX, a quienes llegaron a partir del siglo XX, y a quienes se tuvieron que ir.
El mero estar en el mundo de la sociedad inca precolombina, por ejemplo, dio paso al ser alguien en las ciudades que la cultura europea colonizadora trajo consigo a América.
El tiempo de ser uno más entre la naturaleza, y los dioses, cambió a ser sujeto de cambios, pero dentro de otro sistema de creencias, y de orden económico y social.
Y con todo ello se instaló el miedo a ser masacrado por ser diferente, por no creer "solamente" en Cristo, por ser de piel oscura, por hablar un idioma extraño, por tener el hedor de América.
Tomo aquí la idea que desarrolla Rodolfo Kush en su libro América profunda, el que me ha servido para guiarme en este movimiento hacia ese centro originario. La recuperación de la concepción circular de las culturas americanas antes de la Conquista, es la que intentamos retomar en este trabajo.
Un círculo que suele contener varios elementos, pero que se basan en general en cuatro elementos fundantes, como cuatro son los puntos cardinales, o los vientos que corren por estas tierras. Viracocha es el maestro, la riqueza, el mundo, la dualidad y el círculo creador. En la cosmogonía incaica -o en otras, como la nahuatl-, el elemento de la dualidad, remite a la de los dos sexos, de la que se originan los seres humanos, o el fruto, pensando en la naturaleza y la tierra sembrada.
Dualidad sexuada en la divinidad que fue reprimida por la creencia religiosa que llegó a estas tierras a fines del siglo XV. Pero de ese silencio (auto)impuesto, también surgieron las resistencias, las fugas, las desviaciones.
Silencios que dicen y cuerpos que hablan. "Latinoamérica, sus sujetos, experiencias, instituciones, discursos, proveen configuraciones localizadas de la sexualidad, constituyen objetos de reflexión nuevos que no se dejan asimilar fácilmente por los conceptos elaborados para las mismas temáticas por las academias norteamericanas", decían Ana Amado y Nora Domínguez en la Presentación de Sexo y sexualidades en América Latina, editado en castellano en 1998.
En ese mismo texto dan cuenta de un movimiento histórico, favorecido por treinta años de experiencias feministas tanto en el campo académico como en el de las luchas políticas. La aparición del concepto de género, la lectura dinámica de Foucault, las preguntas por las identidades sexo genéricas. Cuarenta años antes, Susana Thénon, poeta y fotógrafa, había escrito: "hagamos otros dioses... otros sexos... otros sueños... inventemos la vida nuevamente".
El movimiento feminista en Argentina renació también en los sesenta, el movimiento gay surge y se alimenta del feminismo, como nos suele contar Sarita Torres, participante junto a Néstor Perlongher de ese movimiento.
Pero la vida que se había empezado a inventar nuevamente a fines de los sesenta y comienzos de los setenta fue truncada violentamente. Otra vez violencia, terror, represión, miedo.
La literatura irrumpió, con su voz leve, para hablar de lo que no se debía hablar, y a pesar de prohibiciones y exilios forzados, novelas como El beso de la mujer araña, En breve cárcel, Monte de Venus, inscribieron otras historias dentro -o fuera- de la Historia.
El secreto que no decía sobre la vida oculta de homosexuales y lesbianas dejó paso a una literatura que habló, dijo, expuso, y también sufrió la censura.
El impacto es fuerte si se tiene en cuenta el movimiento comercial que significó el boom de la literatura latinoamericana desde la década de los años sesenta del siglo pasado. América no era solamente la norteamérica anglosajona blanca y pulcra. Al sur del río Bravo existían Centroamérica y el Caribe, y luego Sudamérica.
El hedor de la América profunda se permitía empezar a creer en un pueblo latinoamericano. Las independencias que se habían declarado durante el siglo XIX daban lugar ahora a pueblos y naciones con ideas y sueños propios.
Las experiencias socialistas de Cuba y Chile se expanden, y de nuevo el miedo de lo pulcro por el hedor, el caos, el salvajismo, irrumpe violento: masacrando, torturando, desapareciendo y dejando el miedo otra vez del otro lado.
Los exilios forzados, políticos, económicos llevaron a una inmensa cantidad de mejicanos/as, centroamericanos/as y sudamericanos/as hacia la América del Norte, próspera y, hasta hace unos años, de fronteras abiertas.
La asimilación, los guetos, y el cambio en las políticas inmigratorias devolvieron a muchos a sus países originarios, y a algunos que se quedaron, la búsqueda del origen en medio de la ciudad pulcra los puso en movimiento.Un power latino, a veces contestario, a veces asimilado al sistema, pero provocando dislocaciones.
Ese power, que habla de poder y también de fuerza, rezuma machismo y misoginia. Toma el hedor americano pero se olvida de la dualidad y crea un contra poder sin niguna intervención.
Cuando revisamos nuestros orígenes en busca de ese pensar americano y latinoamericano doblamos la apuesta y nos descolocamos de la pulcritud ciudadana occidental de la que provenimos.
En ese movimiento nos encontramos con Potencia tortillera. Una escritura que retoma la teoría, la práctica política y la producción artística. "Potencia Tortillera como parte de un colectivo de disidencia sexual, en tanto denunciamos y confrontamos la heteronormatividad, podría inscribirse en el activismo sociosexual que se posiciona críticamente frente a la concepción liberal de ciudadanía", dice Valeria Flores de la expresión que, acuñada por varias activistas, cobró una visibilidad ineludible en las calles de la Marcha del Orgullo Lésbico gay travesti trans bisexual intersex (LGTTBI) de 2007 en Buenos Aires (Flores, 2008).
El encuentro con Potencia tortillera también es un acontecimiento. Aunque estuvo precedido de varios movimientos políticos, de pensamiento y artísticos, quien se encuentra con esas dos palabras es parte de ese acontecer. Ya no hay secreto, porque la sexualidad que en otro momento estuvo oculta ahora aparece dicha claramente, con letras blancas cuando está escrita sobre una remera negra.
El desocultamiento de la lesbiana que viste las dos palabras a modo de leyenda impresa en su ropa no es sólo parte de un proceso de outing. Tortillera, en América Latina es quien hace tortillas, y éstas últimas son discos de masa de harina de maíz, amasados y cocidos al horno o asados.
El mote despectivo que identifica a las lesbianas con tortilleras, proviene también de la idea de la relación sexual entre dos mujeres. Como no hay -aunque a veces, sí hay- falo implicado en esa relación, se la asoció a la idea de chatura, como la de las tortillas, apiladas unas sobre otras.
Las palabras son agitación, no pretenden sólo capturar atención de quien las lee.
Siguiendo el pensamiento de Kusch, PT es un disco arrojado hacia los cuatro puntos cardinales, o las otras cuatro identidades sexuales (GTBI).
Y la potencia pulcra de las ciudades acompaña ese movimiento. El hedor de América está en tortillera, y en ese disco de harina de maíz, que puede dar la idea de un círculo adentro del cual se inscriben muchos otros símbolos: sexuales, amorosos, atávicos, políticos, gestuales.
(*) Fragmento de la ponencia "¿Es posible una lectura 'latinoamericana' de la teoría queer? Mestizajes, latinoamericanismos, teorías torcidas: del power latino a la potencia tortillera".
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