Mié 18.11.2009
rosario

CONTRATAPA

Von der Kindesmörderin Marie Farrar *

› Por Eugenio Previgliano

Buceo: con el cuerpo todavía ágil a pesar de los disgustos hago unos movimientos sólidos que conozco de memoria y miro, a través de las pequeñas antiparras que llevo ajustadas a la cara por una banda elástica quien sabe de goma o algún polímero, el fondo blanco del mar que está tal vez a unos tres metros de la superficie y a lo lejos veo el arrecife.

Antes, mientras navegábamos a los saltos sobre las olas, venía escuchándolo, no porque quiera escuchar las cosas que me dice, comprender aquello que narra, establecer cierta complicidad ni porque desee empezar algo a partir de su discurso, dar un consejo, hacerle sentir que tiene quien lo escuche o espere aprender algo de lo que dice; lo escucho porque mi mirada en el ancho horizonte del mar es capaz de sobrellevar cualquier circunstancia y aún escuchando siempre la misma recitación de las mismas cosas puedo seguir disfrutando de la navegación, estando incluso preocupado por lo que me dice.

Pero cuando veo el arrecife decido emproar hacia allí: hago, con los brazos unos movimientos hacia la izquierda y hacia abajo, muevo las piernas pateando también hacia la izquierda y noto como mi cuerpo, aún voluminoso y maduro, enfila en dirección al arrecife que parece terminar muy lejos.

Por alguna razón lo que me cuenta, que no es exactamente una desdicha, me recuerda al poema de Bertold Brecht que tiene un nombre sonoro en alemán y habla de Marie Farrar, de quien no he conseguido demasiadas novedades pero al dedicarle el poema Brecht, que acostumbraba a trasponer en sus textos sus opiniones políticas, usa una palabra larguísima que en sí misma contiene la palabra "kinder", que tanto abarca, y que me lleva a escuchar de otro modo lo que me cuentan, de un modo distante, suave, dulce, leve, con tonos delicados de color, celestes, rosas, verdes manzanas, de Kinder, no de asesinos de niños.

Sin embargo cuando el giro se está completando mis brazos se mueven ahora hacia la derecha y noto entonces como, primero, el giro hacia la derecha se hace más leve y después, cuando ya estoy viendo que el eje de mis ojos apunta al arrecife, con energía inusitada, pataleo en el mismo rumbo y mi cuerpo empieza a desplazarse, el mundo va quedando suavemente atrás mientras yo avanzo, decidido, hacia el arrecife.

En rigor de verdad, lo de Brecht es apenas un grano de arena en el enorme camión arenero de la angustiada narración; yo lo escucho sin embargo con cierta atención aunque no dejo de pensar que en un rato llegaremos, anclaremos, me quitaré la camisa, me pondré las antiparras, y habiendo completado el equipamiento me lanzaré a bucear, pero hasta entonces seguiré escuchando inevitablemente esta larga relación de situaciones paradójicas donde ninguna decisión es más sensata que otra y todas parecen resultar disbeneficiosas sin que terminen de dar nigún fruto deseable.

En el agua, rumbo al arrecife, nadando al mismo ritmo suave de todos los buzos, empiezo a divisar los detalles; veo la suave ondulación de unas plantas acuáticas que se mueven en medio de elegantes burbujas e imagino, entre los borrosos bordes del arrecife, unos peces de colores nadando y deteniéndose en un ritmo que se parece al que yo llevo y pienso entonces en estrategias para no espantar a los peces.

La navegación, en realidad, ha sido bastante larga y poco amena, sobre todo estando obligado a escuchar estas dudas, quejas y lamentos en medio de una desenfrenada historia de amor que a mí se me hace en medio del enorme mar, improbable. Se trata, según dice, de una serie organizada con reglas rigurosas que tiene una especie de tres ciclos, donde el primero desborda de felicidad, el segundo presenta una crueldad irremediable y el tercero está signado por la indiferencia, el olvido y esto no sería nada apreciable si no fuera por la recurrencia de estos tres ciclos que de alguna manera y por alguna razón, alimentada quizás por el misterio y la oscuridad, vuelve a iniciarse una y otra vez, como en Mircea Eliade, en Nietsche o en Deleuze, pero siempre como parodia del verdadero drama que subyace en la serie entera. "Les suplico que se abstengan de juzgar, porque toda criatura necesita ayuda de todos los demás" dice el poema de Brecht.

Pero al acercarme al arrecife los peces brillan contra el sol de la media mañana; los rayos que trazan en la arena en suspensión del agua unas líneas brillantes que atraviesan la profundidad del mar de vez en cuando chocan contra la superficie espejada de las escamas de los peces y esos destellos iluminan el arrecife en medio de la apacible mañana submarina y yo, en tanto, voy haciendo cada vez más espaciadas mis brazadas según voy viendo mejor el arrecife en sus detalles y aprecio con claridad ahora el perfil de las plantas acuáticas ondulantes y tengo una percepción completa de las ondas de presión que discurren por el agua al ver plantas y peces sacudirse con una regularidad dudosa y levanto la cara para ver mejor del arrecife todos sus atributos y una especie de sonrisa de niño kinder viene a iluminar mis ojos por debajo de las antiparras.

Aún no lo sé, pero intuyo que la navegacion de vuelta, al atardecer, rondando la isla por el lado que no hemos navegado, también será objeto de esta narración circular de siempre, las mismas desdichas, las mismas limitaciones, las mismas prohibiciones, las mismas frustraciones matizadas con una larga serie de novedades gratas, de momentos placenteros y alegrías perdurables.

Al acercarme a menos de un metro del arrecife, habiendo nadado tal vez trescientos metros, decido avanzar un poco hacia la superficie y desde arriba el arrecife, con sus plantas incesantemente ondulatorias me deja ver el perfil de los peces que entran y salen de unas pequeñas cuevas que hay en el fondo del coral y esto alegra mi corazón. Un pez de un azul brillante desplaza sus quizás quince centímetros de eslora con una ágil elegancia y entonces encuentro que en la aleta de la cola, tiene una marca amarilla y brillante. "El pez canalla", pienso con alegría. ¿Valdrá la pena continuar el viaje bajo estas severas e incuestionables normas que anticipan otra narración circular de hechos circulares, sostenidos por una sólida y profunda convicción doctrinaria, enhebrando una serie que curiosamente parece no tener fin en sus incuestionables normas y su sólida recurrencia? El pez canalla se escabulle en el arrecife. En tierra firme ya habrá preparativos para el almuerzo. Todavía quedan peces por encontrar.

* "La infanticida Marie Farrar" es el título de un poema de Bertold Brecht.

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