Yo soñaba con jugar de centrojá en la primera de Central, pero la vida te va llevando. Carlos Quagliaro, mi padre, era hijo de italianos. Su madre se llamaba Amalia Morandini, era de una familia que se codeaba con la "sociedad" de Rosario en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial.

Mi padre era rubio, de buenas facciones, con esa cara de italiano, de cutis blanco, no era un gigante pero era un tipo alto. Cuando tenía alrededor de dieciocho años, fue a pasear a Italia con mi abuela. Estando allá se declaró la Guerra del 14. A mi viejo no le valió su condición de argentino, lo incorporaron a las filas del ejército italiano y tuvo que hacer la guerra.

Mi madre se llamaba Catalina. Era italiana, venía de una familia de socialistas del norte de Italia, sus hermanos y su padre eran gente que había peleado contra el fascismo. Mi madre era bajita, bastante atractiva, era una linda italiana de cabello negro. Su padre se llamaba Luigi Di Benedetto. Eran de la provincia del Udine, de un pueblito que se llamaba Nogaredo del Prato, muy cerca de Venecia. Cuando la guerra, mi madre trabajó en una especie de arsenal donde hacían bombas y materiales usados en el frente de batalla.

Se conocieron y se casaron en Italia. Allá tuvieron tres hijos, dos varones y una mujer. Aída, mi hermana, vive cerca de aquí, tiene ochenta y cuatro años. Mis dos hermanos mayores han fallecido no hace mucho. Uno se llamaba Ruggiero Alberto y el otro, Enzo Alejandro. Al terminar la guerra vinieron y se radicaron en Rosario, porque acá estaban los ancestros de mi padre.

Primero viajó mi madre con los chicos. En el viaje se enfermó el segundo de mis hermanos, Enzo. Tenía una fiebre infernal y en el barco la gente le decía que si se moría el chico, se lo tiraban al mar. Esas cosas que pasaban en aquellos tiempos.

Llegaron a Rosario y se fueron consolidando, mi abuela les prestó bastante ayuda. Entonces nació Artemio Luis, trabajó de ferroviario, ahora está jubilado. Cuatro años más tarde, en el '33, nací yo, el más chico.

Mi padre se asoció con sus hermanos. Trabajaban en el transporte, iban al norte santafesino y al Chaco. Era un negocio bastante próspero, el de llevar mercaderías y traer del norte algunas cosas como frutas, naranjas, maderas y carbón.

Nos radicamos siempre en esta zona de la ciudad, Mendoza y Provincias Unidas. Además de lo del transporte, mi padre tenía un criadero y venta de gallinas. También se traían muchos loros y cotorras. Cuando eran pichones, se les daba de comer polenta. Mis dos hermanos mayores eran los encargados de esto, preparaban un fuentón de polenta y lo hacían con esos viejos infladores que se usaban para inflar las gomas de las bicicletas. Llenaban la manguerita, uno le ponía el pico en la boca, en el buche y el otro le daba al inflador. A veces, se ponían a embromar, uno no le prestaba atención a la indicación del otro, le daban una vuelta de más al inflador y los pichones reventaban.

Cuando tenía siete años, quise acompañar a mi papá en uno de sus viajes. Fue duro ir al norte en uno de esos camiones Dodge antiguos, se dormía en el monte, los caminos eran de tierra, no había hoteles. Había que meterse bien en el monte a juntar leña, el camión quedaba ahí y ahí se dormía

A mis hermanos les gustaban los pájaros, ellos llevaban las jaulas para cazarlos y luego venderlos.

Por esas cosas de la vida, mi padre conoció una mujer. Primero pareció algo pasajero, pero esto se consolidó y mi padre abandonó nuestro hogar. Esta mujer era de San Javier. Se radicaron allá y tuvieron seis hijos. Yo me veo con ellos, para mí son hermanos.

Después de la separación, nosotros, mi madre, mis hermanos y yo, nos seguimos radicando en este mismo lugar, en este mismo barrio donde vivimos ahora, en lo que hoy es barrio Belgrano.

Las 4 Plazas, Central y la actividad sindical son partes esenciales de mi vida. Como el aire.

Adelanto De "héctor Quagliaro: La Vida De Un Rosarino En La Historia Del Movimiento Obrero Argentino" Que Publicará Ediciones Ate-rosario.