CONTRATAPA
› Por Javier E. Núñez
Lautaro pinta tigres en la selva de su cuarto. Una fronda espesa cubre la cabecera de la cama, el espacio que no ocupa la ventana, los rincones sin roperos de la pared. Troncos rugosos pintados con tierra de siena natural, tierra de sombra tostada y ocres en las zonas de luz. Lianas que cuelgan hasta el zócalo. Hojas enormes con gotas de lluvia. A veces también pinta monos que se trepan a lo alto, se cuelgan de la lámpara y desaparecen con un chillido.Lautaro es feliz en la jungla de su cuarto. Lucas no.
Cuando Lautaro pintaba mariposas y pájaros, cuando las paredes de la pieza albergaban nada más que insectos o animalitosinofensivos, Lucas también era feliz. Le divertía ver los destellos de luciérnagas en la oscuridad de la pieza, después de que mamá les hacía apagar la luz. O despertarse con el canto de un mirlo, con el cosquilleo de una oruga en la mano. Pero cuando empezó a pintar tigres, Lucas no pudo volver a dormir. No puede con los ojos que brillan en la noche. Con el ruido de matorrales que se mueven. Con las colas rayadas que asoman detrás de un árbol.
-No te va a pasar nada, tonto - dice Lautaro, y sigue pintando tigres que corren a perderse en la espesura. El cazador nos protege.
El cazador es un negro salvaje sentado en la raíz de un árbol. Se mueve poco. A veces se lo ve masticar. Un arco inmenso descansa enel suelo, junto a él.
-De noche nos miran. Se acercan despacito. Tenemos que decirle a mamá.
-No le podés decir. Te van a decir loco. Chiflado. Tarado mental. Te van a encerrar en los lugares a donde llevan a la gente que ve tigres que se mueven en las paredes pintadas.
Y Lucas no dice nada: no quiere que se lo lleven. Pero tampoco puede dormir.
-Entonces no pintes más.
Lautaro se ríe. -Miedoso-, le dice. -Sos un cagón.
Las noches de Lucas son interminables.
Es viernes. Mamá lo llama para salir: van a pasar el fin de semana a lo de la abuela. Lautaro se queda porque tiene que estudiar. Pero ahora no está, ahora Lautaro está en la escuela porque los viernes tiene computación. Lucas mueve el pincel con furia, con una destreza insospechada que nace de su espantosa necesidad. Corrige y vuelve a pintar. Después guarda todo y se va.
Cuando llega, Lautaro no se da cuenta. Lee un rato, mira televisión. Recién a la noche, a la hora de dormir, siente que algo no está bien. Lo percibe en los ruidos anormales de una selva habitualmente menos inquieta. En los ojos que brillan tan cerca. Enciende el velador y busca al cazador. El negro tiene una mirada triste y serena. El arco inútil reposa enel suelo, inalcanzable para sus brazos mutilados con pinceladas torpes.
Lautaro se acurruca entre frazadas cuando el primer tigre se acerca. Lucas, lejos de ahí, sueña sin bestias por primera vez.
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