CONTRATAPA
› Por Luis Novaresio *
Es todo raro. La sonrisa del anuncio, la pasividad de su recepción. Todos articulan expresiones de seguridad o de ignorancia en la misma tierra que pisaron cuando la cosa explotaba. Pero no explotó, me decís. Es cierto. No explotó. Meta cacerolazo ruidoso pero prolijo con la clase media, que se vayan todos, que se vayan todos, los bancos que nos robaron, nunca más pongo un peso en la casa de esos ladrones, de la Baring Brothers con Rivadavia nos chorearon siempre, esto es joda, no me digas. ¿Y ahora? Nada de sorpresa. Voz engolada del funcionario que lo anuncia, oído sordo de los que lo escuchamos, todo lo mismo, no te lo creo, esto es raro.
Hace cuatro años quebrábamos. Triple quiebra para un país que era mirado desde afuera como el primer ejemplo en la historia de los hombres con el desastre de la desintegración producida sin catástrofe natural o bélica. Quebramos económicamente. Porque la devaluación del ministro Remes Lenicov, premiado hasta hoy en Bruselas como nuestro embajador en la Unión Europea, no fue voluntaria sino porque no había más remedio. Quebramos políticamente. Porque no había ni un solo dirigente que pudiese caminar por las calles sin recibir, al menos, un insulto hasta su abuela. Quebramos socialmente. Porque los que podían, escapaban, los que sabían, se encerraban, los que conocías, no te miraban a la cara. Quiebra.
Fenómeno pendular, vamos del paraíso al infierno, tenemos todos los paisajes y todos los climas, somos latinos, no tenemos términos medio. ¿Y? No sé, a mí no me preguntes. Los opositores ahora dicen que vamos a crecer. Cinco, seis, siete, qué se yo. La oposición se desgrana.
La Argentina tuvo un crecimiento económico en el 2005 del 9,1 por ciento. Fue la cuarta nación, luego de Venezuela, China e India, en todo el mundo, con semejante suceso. Entonces los comentarios. El campo que subvenciona a la ciudad. La ciudad destruida que ve otra vez las camionetas compradas en dólares mientras nosotros pasamos el calor de la desesperación entre el cemento. O mejor: fuimos nosotros que asumimos los costos de la impopularidad y le preparamos a los que están ahora el camino para el despegue. De ninguna manera. Fuimos nosotros que supimos encontrar el consenso de las mayorías para que este país despegue. O los que no pueden, no quieren, estar en ninguna bando que agradecen a madre naturaleza por la fertilidad de las tierras, los pastos de las vacas sin aftosas, el desastre del globo terráqueo que nos ubica en esta casual coyuntura.
¿Y? Que es raro, te digo. Que a nadie se le ocurra que todo nos pasa de esta forma. A los apurones, sístoles y diástoles históricas sin el menor acompasamiento, con la tonta sensación de que el electrocardiograma, en cualquier momento, da plano.
Somos raros. ¿O jodidos? Hubo un tiempo en el que parecíamos felices. Lucíamos. Parecíamos. Los electrodomésticos nuevos eran nuestro termómetro de tierra prometida alcanzada y las marcas importadas llevaban etiqueta de maná. Algunos lucían ropas extranjeras y olían a perfume de free shop con la convicción de todo eso, les pertenecía, les era dado por justicia. Algunos, es cierto, algunos y paso a paso, menos, creíamos que estaba bien. La cultura también se definía con estampilla verde, de importado. Uno a uno llegaban los artistas extranjeros para visitar las pampas, compara Iguazú con las del Niágara y asomarse al confín del planeta en forma de Ushuaia. Y cantaban. O actuaban. Los mayores exponentes del rock, jazz, pop o lo que sea del mundo, vinieron. Y a nadie le parecía raro que un habitante de Londres pagase lo mismo que uno de Rosario para ver un show, idéntico, de U2. Y vos me decías. Algo anda mal. No es normal que un argentino entre a comer a un restaurante de los Campos Eliseos sin mirar los precios y que un noruego controle el menú pegado en la puerta del comercio. Y yo te decía que no exageraras.
Después vino la tormenta. La oscuridad. Los algunos que disfrutaron de esa mentira importada (no de la cultura, que es legítima, sino del supuesto derecho a verla en estas tierras) dijeron adiós y hasta la vista, baby, a todo espectáculo de afuera. Y bué.
La semana que viene llegan los Rolling Stones. Todavía hipnotizados por lo que pasó en Rio de Janeiro, River Plate está preparado para el show de la lengua roja, escenarios que pasan por encima del público, el sonido del ritmo en serio, justo homenaje a la semántica de rock and roll.
¿Y? Que ayer hemos descubierto que el show convocará a muchos miles de personas. No me digas. Que esas miles de personas, hacen ruido. Una novedad. Que ese ruido es asimilable a un sismo. No empecemos. Que quien vive en un edificio de propiedad horizontal corre el riesgo de ver peligrar sus estructuras. Ya exagerás. Que es necesario que la justicia prohíba que la gente salte durante el show. Estás diciendo una estupidez. O en su caso, que directamente se impida la realización del espectáculo de los Stones. Ahora sí que te fuiste al diablo.
Un grupo de vecinos del barrio de Nuñez de la Capital Federal presentó un amparo, hace apenas 48 horas, para que la justicia vele por la ausencia de saltos de todo un estadio o, caso contrario, para que prohíba un show de rock.
Internet no es el infinito pero el google se le parece bastante. Ni en Sydney, ni en Londres, ni en Nueva York, ni en Ciudad del Cabo. Acá. Por supuesto, acá.
Somos raros, jodidos ¿y prejuiciosos? Es cierto que representa poco. Me lo dijiste. Y yo no estoy tan seguro. ¿Por. A veces estos pequeños foros representan mucho más una suerte de pensamiento medio. No sé. No lo tengo claro. Patrocinado por un Instituto que depende de la Universidad, se discute en mesa redonda la televisión. Y de repente, como tópico, la televisión de sitcom de los Estados Unidos. Comedias de media hora que se ven por Sony, Warner o Fox. Me interesa poco. Es un tema menor. Y allí se explica el fenómeno de la colonización del Imperio intentando imponernos valores culturales de ellos y desnaturalizar los nuestros. ¿Todavía se usa esta terminología? La superficialidad de los programas americanos provoca una desarticulación de las relaciones humanas con nuevas escalas de valores. ¿Es imprescindible que en cualquier debate cultural o de educación haya que utilizar siempre, siempre, los verbos articular o desarticular? No tienen contenido de ninguna clase a no ser el intento de imitación de sus estereotipos. Lo dice gente que firma anteponiendo doctor e invoca la universidad pública.
El jueves pasado se estrenó la nueva temporada de Esposas desesperadas. La comedia, de enorme éxito en el mundo, plantea la vida de todos los días de cinco mujeres de un barrio ordinario de un pueblo del norte. Justo estrenó el mismo jueves del debate en mesa redonda. La protagonista omnisciente de la serie termina diciendo, en este intento colonial mediático: Nunca conocemos a nuestros vecinos. Ni siquiera sus apariencias son verdaderas.
Esposas desesperadas se va a producir ahora en versión argentina. Ahora sí.
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