CONTRATAPA
› Por Gary Vila Ortiz
Ya he conocido todos los encierros, desde el comienzo, desde que mi padre dejó el espermatozoide que me formó en el interior de mi madre, bella, lasciva, insaciable, en cierto modo poeta. Ya estaba solo y sin embargo decidieron encerrarme en el laberinto, algo que consideraron nuevo pero ya estaba inventado. ¿Por qué esa decisión? ¿Para ocultar lo que ellos consideraban un monstruo o para disimular la enferma lujuria de la reina?
He conocido todos los incendios. Caminé entre las llamas. ¿Estaba condenado a ser un personaje de ficción? ¿O estaba condenado a la inmortalidad? Ariadna me amaba, pero no pude conocer su fuego, las llamaradas de saliva de su lengüa. Las lengüas de fuego de sus manos.
Las paredes de la casa del Asterión, que inventó alguien que sí había inventado sus propios laberintos, contienen sus escritos y algunas palabras mías que fueron dictadas durante mis pesadillas.
¿Tienen pesadillas los Minotauros? ¿Tienen deseos los Minotauros? Para mi padre tener su miembro dentro de mi madre era un hecho natural. Para mi madre sentirlo en su interior era como conocer algunas historias que aún no habían ocurrido. Fui yo el que tuvo que vivirlas por ella y acaso también por mi padre.
Ignoro cómo soy. El poeta enamorado de Beatriz lo imaginó con el cuerpo de un toro y la cabeza de un hombre. Alguien, con el cuerpo de un hombre y la cabeza de un toro. Otro como un toro, pero con los sentimientos de un hombre que no son exactamente iguales a los de un toro que es un hombre y un toro al mismo tiempo.
Nadie ha imaginado, creo, un Minotauro hembra. Por lo cual no puedo copular y mis deseos se transforman en un dolor intenso. Están las sirenas, pero ellas no me gustan. Ni ellas ni sus cantos.
Todos conocen o creen conocer que yo nací de los amores de la reina de Creta, Pasifae, con un toro blanco que Poseidón hizo salir del mar. Eso es verdad, pero es una calumnia que tengo preferencia por la carne humana. Anualmente el Rey imposible de terminar con sus celos por la actitud de su mujer, me hacía dar siete mancebos y siete doncellas a quienes yo no tocaba. Finalmente ellos copulaban entre sí y me permitían observarlos mientras lo hacían.
Un minotauro por su misma esencia no puede ser caníbal. Tampoco cruel. Somos libertinos por naturaleza. Pero no podemos serlo por la misma naturaleza.
¿De qué me alimentaba? Del musgo que crecía sin pausa en las paredes del laberinto y de algunas flores que ignoro cómo llamarlas. ¿Qué fue pasando con la acumulación de esas siete doncellas y siete mancebos durante los años que fueron pasando, que creo que fueron setenta veces siete? Ignoro si algunos encontraron una salida, que se que la hay, pero que nunca busqué. También es probable que estén en alguna parte del laberinto que yo no conozco pero en la cual existen manuscritos, extraños artefactos que marcan el paso del tiempo y alimentos diferentes al musgo. Deben haber envejecido, de la misma forma que yo creo envejecer, y deben haber conocido el reino de la muerte, pero no puedo asegurarlo.
La historia considera a Teseo un héroe porque aparentemente fue el que me mató. Lo hizo con la ayuda de Ariadna. Dicen que no me defendí; lo hice por Ariadna que me deseaba con la misma intensidad que mi madre deseó ser poseída por el toro blanco. Pero yo decidí pensar que debía morir y simulé mi muerte. Era fácil con Teseo, que después demostró que él también era un monstruo con sus actitudes, pero un monstruo un tanto idiota.
Un señor que me hizo célebre en un cuadro que llamó "Guernica", tiene un dibujo que lamentablemente no soy yo sino algún hermano que desconozco. Es un Minotauro con una virgen. Los grises y los blancos de los trazos evidencia que la virgen gozaba tanto como el minotauro.
Me hubiera gustado que ese fuese un reflejo de mis angustias, de mis dolores, de ver como alguien de mi especie puede llegar a estar con una virgen. A partir de que conocí ese dibujo, comencé a buscar esa posibilidad de encontrar una virgen que sintiera algún atractivo por mí. Así recorrí por la noche callejuelas oscuras de muchas ciudades. Encontré mujeres dispuestas a aceptarme tal cual soy y entregarse a mis deseos. Pero todas ellas son llamadas prostitutas. Era necesario tener algo que yo no tenía: dinero. Me parecía humillante que yo debiera pagarles. No sé bien qué es eso que se llama amor, pero creo que no debo llamar así lo que sintió mi madre por el toro blanco que fue mi padre. Además, ¿soy blanco en realidad?
Se sabe que no me miro en los espejos. Antes no podía, en el laberinto donde vivía no había espejo algunos en sus largas galerías. Pasado el tiempo, en mi deambular nocturno, los espejos comenzaron a obsesionarme. Hasta ese momento los espejos eran los ojos de los otros que me miraban y me hacían comprender lo que sentían al verme.
Pero hasta hoy los espejos me han sido vedados. Me encuentre donde me encuentre y en muchas ocasiones no sé bien dónde estoy, no hay espejos, nada puede multiplicarse en ellos.
Esto de los espejos me recordó algo que estaba anotado en una de las galerías de mi primer hogar. Allí se decía que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres. En otra pared de otras de las galerías había una nueva cita donde se decía, en otro idioma, que uno de los gnósticos de Uqbar pensaba que el visible universo era una ilusión, un sofisma, por lo cual mirrors and fatherhood are hateful porque lo multiplican y lo divulgan.
Yo, el Minotauro, lamentablemente creo en la realidad por insoportable que esa realidad sea. Creo en el laberinto. Creo que todas esas ciudades que he recorrido son un laberinto. Recuerdo algunos nombres: Budapest, Marsella, Londres, Barcelona, Chicago, Alejandría, Dublin, Bombay, son laberintos terribles, a veces bellos, pero siempre terribles como suele ser la belleza. Es por eso y por razones que no puedo explicar, que he buscado una ciudad mucho menos conocida que encierra laberintos de los cuales no se puede salir. Se llama Rosario, en ella paso desapercibido. Sin embargo, la ciudad no se encuentra habitada por minotauros. ¿Por qué no me ven? ¿Por qué no se asombran de ver a un monstruo caminando por su calles? No lo comprendo, pero escondido en el muy complicado laberinto que es la ciudad de la que hablo, vivo sin ser encontrado y manteniendo aún la esperanza de encontrar a una virgen como la del dibujo que he comentado.
¿Cuál es mi lengua? ¿Cómo puedo leer? ¿Cómo puedo diferenciar una escalera de un piano, una mandarina de un gato, una cama de una flor, una piedra de la lluvia que cae sobre ella? No puedo responder esa pregunta, en realidad no puedo dar una respuesta a ninguna pregunta. Vivo aislado en un sitio no demasiado amplio en el cual no hay espejos. No me aburro en mi aislamiento, pero sigo esperando lo inesperado. No sé quien preparó esta casa para mí. Pero la llenó de cosas sin las cuales no podría vivir, aún cuando se que para alguien que se le ha otorgado la inmortalidad no debería hablar de esta manera.
Quisiera otra Ariadna. Es decir esa mujer imposible que me ame pese a ser un monstruo. Soy injusto. Ya he tenido y tengo esas mujeres que me aman pese a esa, mi monstruosidad. ¿No será que en realidad a través del tiempo mi monstruosidad se haya transformado en otra cosa? Tengo un insecto amigo que antes de eso era un hombre. Eso para mí es imposible. Soy hijo de un toro blanco y de una reina lasciva y bella. Sin embargo, por qué no pensar que puede ocurrir que de esa unión impensable pueda surgir alguien que sea sensible al contagio de lo humano.
¿Por qué no hay otro caso igual? ¿Por qué el minotauro pertenece al mundo de la zoología fantástica o de los seres imaginados? Me niego, siento el sabor de la alfalfa, de los terrones de azúcar, del agua que sorbo lentamente. Ahora mi pensar es mi laberinto. Tengo que salir de mi propio pensar para encontrar otra salida.
Creo vivir en una nueva forma de laberinto, once pisos habitado por caras extrañas para mí pero sin duda reales. Les molesta bajar en el ascensor conmigo. Ahora bajo por los oscuros escalones de la escalera. Ahora, pero como antes, no quiero molestar a nadie.
¿Cuál es el lenguaje del minotauro? Eso que se llama un lector habrá observado que escribo mi nombre tanto con mayúsculas o con minúsculas. Mi lenguaje es arbitrario, pero no comprendo de donde nace esa arbitrariedad. Mi pensar llega hasta la saciedad. Además tengo sed. Y soy el minotauro virgen. Espantosamente virgen. Esta noche estoy dispuesto a salir para buscar lo que deseo encontrar. Tuve una señal que a lo mejor era esta noche era la noche. Pero no lo sé. ¿La señal, No puedo compartirla? Mis dioses me dicen que no lo haga. Salgo, Ignoro si volveré.
(Soy amigo del Minotauro. Creo que él es mi amigo. Por eso me alteró cuando buscando por esta maquinita "Los minotauros de Picasso", me dicen "habrá querido decir los monstruos de Picasso". Es una ofensa gratuita. El Minotauro no es un monstruo, todo lo contrario. Lo supieron Picasso, Cortázar y Borges. Y eso me resulta más que suficiente).
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