Vie 26.03.2010
rosario

CONTRATAPA

Delfines en Saladillo

› Por Ariel Zappa

El tipo estaba nervioso esperando en penumbras al amigo que venía abofeteándose, a diestra y siniestra, por culpa de los mosquitos. Insultando, por ende, al universo por completo. La cita era en el Parque Sur, sobre el arroyo Saladillo, precisamente a la altura de la quebrada. El amigo emitió un "hola" apagado, con rostro enjuto. El calor era de caldo sopero. Su talante empeoró cuando, al levantar la vista, vio la cara sonriente de Julio.

¿De qué te reís, Julio? fue la pregunta como un estilete.

Negro, todavía no te diste cuenta. ¿Te fijaste en el arroyo?

Entre las sombras recién nacidas de la tarde noche, el negro trató de fijar un lugar, frunciendo la vista lo más posible, tratando de hacer foco. Casi muere de la sorpresa. Dio un paso atrás y volvió la mirada sobre el arroyo para desechar cualquier artilugio. Con estupor divisó unos bichos de gran tamaño que se contorneaban en el aire para sumergirse de nuevo en las aguas espesas con cabriolas propias de un contorsionista.

¿Qué carajo son esos pescados, Julio? preguntó estupefacto.

Ahh...viste, ¿pensabas que te había llamado al divino botón? ¡Que sorpresita te llevaste! Son delfines, negro... delfines. Son un fenómeno estos bichos, los libros dicen que son muy inteligentes. Se comunican con la gente, te ayudan si naufragás. Después de los monos vienen estos en la cadena... la cadena de la... ¿cómo se llama? Ayudame, negro. ¿Te acordás de ese programa que vimos en el canal de los animales? En ese preciso momento se me encendió la lamparita.

El negro quedó mudo.

Julio, vos estás loco. ¿Cómo vas a tirar delfines en el arroyo?

Alguien se tiene que ocupar de levantar el nivel del barrio, negro. Viajé al acuario de Mar del Plata, y como le sobraban dos, les hice una oferta y me los traje. El problema es que son dos machos y yo pensaba vender los cachorros. Apenas tenga un poco de tiempo me los llevo para allá y ellos me prestan un estanque para que se junten. Estos bichos son un relojito. Cuando tienen ganas están con la idea fija no los para nadie.

¿Y si se escapan?

Está todo pensado, negro. Desde el puente de Ayacucho hasta Circunvalación no van a poder pasar. Puse redes debajo de las dos embocaduras de los puentes.

¿Me estás jodiendo? le contestó el negro abriendo los brazos como quién toma impulso para volar.

¡No! ¿Cómo voy a joder con un tema tan delicado? ¿Sos loco? Lo primero que pensé fue en eso. Ya te dije que estos bichos son muy inteligentes. Además, si se escapan, tengo miedo de que les pase algo, que corran peligro. Ya les tomé cariño. De noche se acurrucan para dormir juntos sobre los botes que están atados en la orilla. Parecen hermanitos.

Che, preguntó el negro con curiosidad recién nacida ¿saben hacer alguna pirueta?

No, piruetas, no. Rutinas, negro, ru ti nas. Vieras como contrastan con el verde de las laderas y el marrón del fondo del arroyo. Cuando el agua toma el reflejo de las seis de la tarde, el cuerpo les brilla.

Claro, con toda la porquería que tiran del frigorífico como no les va a brillar el cuerpo acotó el negro.

No aclaró Julio nada que ver. Tienen el cuero aceitado, se lubrican solos. Estos bichos son finos.

¿Cómo hacés para darles de comer? preguntó el negro sin dejar de mirarlos.

Comen pescaditos. Me voy hasta el Mangrullo y levanto lo que quedó sobre la costa o lo que tiran las pescaderías de Avenida del Rosario. Les lleno dos o tres baldes por día.

¿Puedo bajar a verlos? le preguntó a Julio.

Bajá, bajá tranquilo. Tené cuidado de no resbalarte. En la semana voy a arreglar este tema de la costa porque esta zona es muy empinada y yo la pienso reformar para el circuito de visitas escolares.

El amigo se detuvo en seco a poco de iniciar el descenso. Miró a Julio sin que éste se sintiera mínimamente aludido por lo que había dicho. Se sentó sobre la ladera y, apartando matorrales y basura, fue deslizándose arrastrando el culo hasta llegar a centímetros de la orilla. Se acercó al agua para limpiarse las manos cuando un chirrido agudo y potente lo tomó por sorpresa. Quiso escapar y en la carrera, se resbaló cayendo pesadamente en el barro. Fue cuando los vio de cerca. La sorpresa del primer contacto tornó en estupefacción.

¡Julio! ¡Julio! gritó como poseído.

A más de cuatro metros por encima de él, Julio se espantó pensando en un accidente.

¿Qué pasa, negro? No veo nada desde acá dijo corriendo desbocado, de un lado a otro.

¡Te pintaron los delfines! gritó el negro, buscando desesperado la silueta de Julio.

¿Cómo que me los pintaron? ¿Con qué? ¿Dónde? Te tiro una linterna así me alumbras porque desde acá arriba no se ve nada. El negro la abarajó en el aire y alumbrándole el lomo a uno de los delfines, le hacía señas desesperadas a Julio para que observara.

El rostro de Julio resplandeció en la noche cerrada. Se reía a carcajadas, mientras le gritaba al negro que era un estúpido. Apenas se tranquilizó, le contó que él mismo les había pintado el nombre del emprendimiento sobre el lomo: "Delfines del Saladillo. Reserva Natural de la Humanidad" para que no se los robaran.

Les hice como a las vacas. ¿Cómo se dice cuando las marcan con el nombre del dueño? La diferencia es que yo no les quemo el cuero le contó serio, alejado de esa carcajada que hace segundos le había quitado el aire. Además completó vos sabés de mi compromiso con el medio ambiente.

El negro repechó la ladera empinada esquivando el barro. Tras suyo, la chimenea del Swift colaboraba con una densa bocanada de humo que cegaba la noche. Julio charlaba con vecinos que se interiorizaban sobre la posibilidad de presenciar el espectáculo. No lo quiso interrumpir y lo saludó de lejos, levantando levemente la mano. Tomó Arijón y llegó hasta Ayacucho para sentarse a tomar una cerveza. La noche caminaba lenta, despojándose de los últimos latigazos de calor. Lejos, como un quejido, los delfines se hacían escuchar.

Estaría bueno comprar ardillas y echarlas en todo el Parque Sur meditaba mientras le traían la segunda botella. Con calma, se sirvió un vaso tratando que no se le llenara de espuma. Se acomodó en la silla imaginando una campiña alfombrada de césped inglés y rodeada de árboles y animales silvestres, con familias reposando en el pasto sobre manteles con un fondo de delfines contorneándose en el arroyo, mientras pensaba: "mañana mismo se lo propongo a Julio".

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