CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo
Cuando la luna se acuesta junto a mí, yo me convierto en la noche de la luna, en la noche de todos los astros, y si la noche tiene ganas de librarse de sí, dejo que se mire en el espejo de la luna sin pensar que pueda estar tramando algo contra la noche misma. Yo también dejo de ser yo cuando empiezo a ser la luna.
Mujeres desnudas del color de la luna se esfuman en las cavernas del viento. Fulminadas de estrellas escuchan el redoble del corazón que las convoca. Corren ardorosas y festivas al sitial donde sobreviven los pobres deseos de un fantasma. Venidas de otros territorios, de otros sueños, traen su cuerpo sin armaduras, traen su intemperie de pájaro luz y de pez sombra. El fantasma que sólo tiene un cuerpo a medio morir, se agarra con las dos manos de la larga cola del relámpago que alumbra los albergues. Lo que la luz trae hasta la superficie es una victoria de mujeres empapadas de milagros.
Hondo giran los peces de sombra, encadenados a su destino de agua, heridos de luna. Pero el mundo no es sólo eso. También están los hombres encadenados a su destino, desolados en su soledad, y esto, no por común deja de ser sorprendente.
La que duerme sobre el lomo de los libros, tiene una enorme sospecha que le impide cruzarse de brazos. Espesa de lluviosos sueños, piensa que una disminución continua no implica necesariamente la desaparición. Pero tampoco es una de esas individuas esclavas de sus palabras. Todo lo contrario: las palabras siempre la transforman. El blanco invisible puede ser visto con los ojos de no ver cosas visibles. La que duerme sobre el lomo de los libros, casi jamás cae de memoria en los versos ni en los abismos.
Sólo la luna sabe que cada atardecer, el sol lleva su oro, como ofrenda, para la noche.
La mano sobre la línea dijo: yo te dirigiré. Vos no tendrás más que seguir mis consejos. No será difícil, te bastará con dejarte llevar, dijo y cerró la puerta de la jaula. Uy, exclamó el pájaro, estoy sofocado, pero protegido. No lo suficiente, amor mío, dijo la mano sobre la línea. Todavía falta un poquito más, día tras día estarás un poquito más sofocado. Y al principio, el movimiento de los dedos de la mano era lúbrico. Cucú, cucú le cantaba la mano, melodiosamente y el pájaro repetía la sonata. Luego, el movimiento de la mano se hizo frío y maquinal. El pájaro estaba aturdido. Pero un día el pájaro se libró de la jaula violenta. Ya no está allí, dijo la mano severa. ¿Dónde, entonces? ¿En las tabernas? ¡Borracho! ¡Y se dice un hombre casado! Fuera de la jaula el pájaro se levantó, soltó su canto y se marchó. Debió estar muy oscuro. No veía nada el pájaro. Acostumbrado a ser llevado por la mano o a estamparse contra los barrotes, caminaba a los tumbos, volaba como astronauta, pero brillaba en un resplandor. Era el recién nacido en la noche de su esperanza.
La que duerme sobre el lomo de los libros, lleva a caminar los dedos sobre el tajamar de sus salobres labios. La larga noche de un minuto se juramenta. Toda la ávida carne de una anémona es este barco a la deriva. Piernas largas, piernas largas dispersas en los senderos sin pasos. Y el ave de la memoria aletea saciada, con el pico lleno de espuma blanca. El pecado tiene forma de mujer y vuelo de pájaro.
La noche es un espejo solitario donde una lágrima se enfría en la cáscara del rostro como si fuera la última vez.
Para qué le voy a mentir. Yo suelo tocar con bastante frecuencia la luna. A veces en compañía, a veces, en la más absoluta soledad. Tendida como un velo, los insectos brillantes de la noche se me aferran a los muslos, se aprietan al hueso de mi pecho y puedo partirme en dos tiempos y lugares. Qué más le puedo decir, ya que estoy en extremo confidente. Con sus peces redondos y sus piedras danzantes, la luna siempre se deja alcanzar por mi mano, sea en compañía, sea en soledad. La luna y mi mano son una unidad de músculo y misterio que nunca podrían existir por separado. Qué se le va a hacer. Una es una con sus con sus crestas y sus abismos. Negar la realidad sería tan absurdo como nunca negarla.
La luna saca la cabeza del casco y salta, ebria de esquina a esquina. A latigazos es llevada por la noche a la paz y la armonía. La luna se abraza al viento y cruza las piernas en el aire, como esas mujeres insaciables.
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