CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
"No hay secciones de Ateología en las bibliotecas, como las que se destinan a libros sobre religiones", constata Michel Onfray, filósofo de cabecera al emprender el rastreo de una genealogía: ¿quién, real e históricamente, fue el primer ateo que se ocupó de la inexistencia de éste, aquél y todo dios? Hombre, sí, ya que no se consignan féminas en estos relevamientos. Tal ausencia puede originarse en que la historia se escribe sobre puntas de iceberg elegidas por los historiadores, a menudo de forma caprichosa (Brecht). O bien debido a que tales mujeres no pudieron asomar la nariz a espacios públicos más allá de las hogueras donde se las incineraba por brujería. Si bien los candidatos a fundador de la Ateología abundan, Jean Meslier, sacerdote francés, puso la piedra inaugural. En su Testamento (1729), encaró una filosofía materialista iniciática, compartiendo "demostraciones evidentes de la falsedad de todas las divinidades y religiones del mundo". Para adentrarnos en su construcción no basta apelar a la afirmación extramediática de Meslier: "Todos los grandes de la tierra y todos los nobles sean ahorcados y estrangulados con intestinos de cura", ya que cualquier vecino de barrio pudo destilar la amenaza. Pero Meslier escribe, el primero: ¿Dónde está este Ser que se supone así haber creado todos los demás seres, y ser el más poderoso de todos. ¿Dónde habita, dónde se retira? ¿Qué hace, después de haber creado todos los seres? ¡No se le ve, no se le percibe, no se le conoce en ninguna parte! ¿Quién podría ser, pues, este Ser que no se encuentra en el rango de los seres, entre los seres, y que sin embargo habría dado el ser a todos los seres? Esto es lo que falta explicar en el sistema de la creación, puesto que nadie tiene ningún conocimiento particular e inteligible de este Ser? Un debut que precedió sesenta años a la revolución francesa y bastante anterior a la proclamación de que "Dios ha muerto". Aunque Onfray rebate ese deceso: "Dios no está muerto ni agonizante como pensaban Nietzche y Heine. Ni muerto ni agonizante porque no es mortal. Las ficciones no mueren, las ilusiones tampoco". Sin embargo, desde varios ángulos se echan paladas de tierra sobre esa sepultura virtual. El segundo de los adelantados, Julien Offray de La Mettrie, médico y filósofo, avizoró desde un alto mástil, 1745, tierras donde más tarde desembarcaría el evolucionismo (1): "¿Qué era el hombre, antes de que se inventaran las palabras y se conocieran las lenguas? Un animal de su especie, el cual, (...) no se distinguía del mono y de los restantes animales". "El hombre no está formado de un barro más precioso, pues la naturaleza no ha empleado más que una sola y misma pasta, de la que únicamente ha variado los fermentos". "Las palabras, las lenguas, las leyes, las ciencias y las bellas artes llegaron. El hombre (...) adquirió el conocimiento simbólico (...) ¡simple mecánica de nuestra educación! Pero nacer con inteligencia e instinto moral y ser tan sólo un animal, no es más contradictorio que ser un mono o un loro".
La Mettrie desinmortalizó al alma: "Es una palabra vacía a la que no corresponde ninguna idea, y que los hombres razonables usan para referirse a la parte pensante que hay en nosotros. El alma es un principio de movimiento o una parte material sensible del cerebro, resorte principal de la máquina, con influencia visible sobre los demás".
También descargó su análisis demoledor sobre las religiones: "el universo nunca será dichoso, a menos que sea ateo". "Si el ateísmo estuviera ampliamente difundido, todas las ramas de la religión serían cortadas de raíz. ¡No más guerras teológicas, ni más soldados de la religión, esos soldados terribles!".
Perseguido por sus escritos en distintos países, acabó exiliado en Prusia. Todas sus obras se mandaron a la hoguera.
Holbach, otro precursor, autor del libro Contagio de lo sagrado, (que recibió condena al fuego por parte del Parlamento de París junto a seis obras más en 1770), describe a la divinidad en términos políticos (2): "Un dios salvaje, anunciado como el tirano del género humano, como el amo del mundo, como su legislador y su rey, como el árbitro de sus destinos...". Y: "La religión no vincula el favor de este monarca inconcebible más que al olvido de la razón, el odio del placer, y sobre todo, a la ignorancia sumisa". También acusa: "Calumnias, cadenas y hogueras son el castigo que la impostura triunfante reserva para los que se atreven a rasgar el velo que cubre los ojos de los mortales".
En este fisgoneo de los Adanes de la anticreación, apuntemos que después de años de vacilaciones recién en 1793 se puso bajo la guillotina la cabeza del rey francés, haciendo correr la sangre nada menos que el representante de Dios en la tierra; simbólicamente, en la conciencia colectiva se asimiló a derramar la sangre de Dios, asesinarlo; un sacudón mundial grado 100 en la escala Richter. Ahí se lanza Nietzche en La Gaya Ciencia: "Un loco, linterna en mano a pleno día, corría gritando: ¡Busco a Dios! La gente, que no creía en Dios, le decía regocijada: ¿Se perdió? ¿Se escondió? ¿Nos tiene miedo? ¿Emigró? El loco: Ustedes y yo lo matamos. ¿Todavía hay un arriba y un abajo? ¿No erramos en la nada infinita? ¿No hace más frío, no se oscurece más? ¡Dios ha muerto! Y todos los muertos se descomponen ¿Quién borrará de nosotros esta sangre?..." ¿De qué sirven estas iglesias sino de tumbas de Dios?
Por su parte Feuerbach (1841) da vuelta los dados cósmicos y dice que el hombre es quien creó a Dios, no a la inversa. Desde el psicologismo explica (3): "Lo que antes se creía y se adoraba como Dios, se sabe ahora que es algo humano". Se inventa una potencia dotada de las cualidades opuestas: ¿Soy mortal? Dios es inmortal. ¿Soy finito? Dios es infinito. ¿Soy limitado? Dios es ilimitado. ¿No lo puedo todo? Dios es omnipotente.
"Dios se preocupa de mí; Dios quiere mi felicidad, mi salvación; él quiere que yo sea feliz; pero lo mismo quiero yo también, luego mi propio interés es el interés de Dios, mi propia voluntad es la voluntad de Dios, mi propio objeto es el objeto de Dios. El amor de Dios hacia mí no es más que mi amor a mí mismo divinizado".
Y concluimos con Sylvain Maréchal, autor de obras escandalosas (Almanaque de las personas honradas, Diccionario de ateos), del que apenas si podremos beber, en esta barra, una ración de su texto político Manifiesto de los iguales, 1796: "La revolución francesa es sólo la precursora de una revolución mucho más grande, más solemne, y que será la última. El pueblo ha pisoteado el cadáver de los reyes y los curas que se aliaron contra él: hará lo mismo con los nuevos tiranos, con los nuevos políticos mojigatos sentados en el lugar de los antiguos.
¿Que qué necesitamos además de la igualdad de derechos? Necesitamos que esa igualdad no sólo esté escrita en la Declaración de derechos del hombre y del ciudadano; la queremos entre nosotros, bajo el techo de nuestras casas".
¿Cuál es la razón de un manual de ateos? La paradoja de que una indemostrable fe personal se imponga de manera obligatoria y reglamente nuestras conductas cotidianas: "Mi ateísmo se enciende cuando la creencia privada se convierte en asunto público y cuando, en nombre de una patología mental personal, se organiza el mundo también para el prójimo", apunta Onfray. Aún está fresca aquella amenaza del obispo Antonio Baseotto, quien sugirió en 2005 "tirar al mar" al ministro de salud Ginés González García por entender éste que la interrupción del embarazo debe dejar de penarse por ley. Reminiscencias de cuando se desaparecía a argentinos arrojándolos al río de la Plata desde helicópteros, casualmente durante la gestión castrense del sacerdote.
Onfray remarca con amargura que la bibliografía de los precursores de la ateología es prácticamente inasequible. Y que tampoco se encuentra en las universidades, ni se le destinan tesis, trabajos de investigación, ediciones o tan siquiera una biografía. Si bien Onfray critica esas lagunas, en su propio libro no brinda el menor fragmento de los autores que analiza, una ausencia que se lamenta dada la tremenda dificultad de acceso a ese material.
(1) El hombre máquina. (2) Sistema de la naturaleza. (3)La esencia del cristianismo.
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