CONTRATAPA
› Por Carlos A. Solero
Los años previos al Centenario de Mayo de 1810 fueron particularmente turbulentos en la Región Argentina. El régimen oligárquico conservador se hallaba entusiasta y frenético con su papel subsidiario de gran estancia y eventual factoría del capitalismo mundial. Habían doblegado la rebeldía de los pueblos originarios, exterminados en su mayoría, apropiadas sus tierras. La oleada inmigratoria llegó a estas latitudes a vender su fuerza de trabajo.
La élite gobernante deseaba seres sumisos a sus mandatos, pero en la medida que se potenciaba la economía la desigualdad eran crecientes y proletariado se organizó en Sociedades de Resistencia de tendencia anarquista. El carácter revolucionario de estas asociaciones marcó el inicio de huelgas para enfrentar a los capitalistas.
Sometidos a largas jornadas de labor en terribles condiciones, obligados a vivir en infectos conventillos, pronto los hombres y mujeres de a pie mostraron su descontento.
La heroica huelga de inquilinos de 1907, conocida como "la huelga de las escobas", preparó el terreno para la confrontación en ciernes.
El Estado respondió sancionando y promulgando en un solo día la ley 4144, llamada de residencia, que las fuerzas represivas aplicaron prestamente, encarcelando y deportando a cientos y cientos de obreros.
El 1º de mayo de 1909 una feroz represión atacó a la multitudinaria manifestación de obreros, dejando las calles sembradas de heridos y cobrándose vidas proletarias. Al frente del artero accionar se encontraba un ex oficial del general Julio Argentino Roca, el coronel Ramón L. Falcón. Tiempo después, el obrero anarquista ruso vengó a sus hermanos de clase volando por los aires a Falcón y Lartigau, que impunemente circulaban por avenida Quintana y Callao.
Impuesto el estado de sitio, las redadas de obreros activistas de los sindicatos revolucionarios eran continuas. También las huelgas impulsadas por la FORA (Federación Obrera Regional Argentina), demandando contra la coacción policial.
Las jornadas del 13 y 14 de mayo de 1910 se caracterizaron por éxtasis destructivo de los niños adinerados de Buenos Aires, quienes salieron a destruir locales obreros. Durante esos días fue saqueado e incendiada la redacción de dos periódicos anarquistas: el matutino La Protesta y el vespertino La batalla. Encabezados por el barón Demarchi, los altidados jóvenes de frac y levita marcharon en carruajes y automóviles, contando con la anuencia policial, destrozaron bibliotecas, empastaron imprentas y hasta con hachas en mano destruyeron La Acción Socialista y la Vanguardia, frente a la azorada presencia de Juan B. Justo.
En plena orgía predadora, uno de los más fervorosos atacantes de los locales proletarios gritó: "Viva la burguesía, abajo los revoltosos rojos". Dellepiane, quien en 1919 comandó la represión de la Semana de Enero, sonreía cómplice en su despacho.
Este es uno de los tantos retazos de una historia que no debemos olvidar y que bulle en las entrañas de un noble pueblo que algún día asumirá su destino en sus propias manos para siempre.
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