Sáb 25.02.2006
rosario

CONTRATAPA

Al amor que casi nunca cumplimos

› Por Gary Vila Ortiz

No es difícil abrir un libro de poemas de Auden, o escuchar algunos de sus poemas a través de la voz de Dylan Thomas, para que podamos elegir esa línea de la cual partiremos en una reflexión que siempre sabremos inferior a Auden o a Thomas. Hasta es posible, inferior a nosotros mismos. Es partir de la certidumbre de no poder hacer otra cosa.

Tampoco no parece tener demasiados inconvenientes, salvo en los que surgen de la misma redacción del texto, explicar de qué manera nunca o casi nunca hemos podido cumplir con ese amor que debimos haber cumplido.

Auden escribía también que debemos amarnos los unos a los otros o morir, lo que es absolutamente cierto y se demuestra día a día. Pero sería pretencioso hablar de ese amor que habla Auden, porque se trata de algo que nos involucra a todos, quisiera decir sin cometer un grave error, a todos los pueblos del mundo. ¿Y quiénes somos nosotros para representar algo o a alguien?

No quiero hablar de eso, no sé si sabría hacerlo, aunque creo en lo que dice Auden y tarde o temprano o nos amamos los unos y los otros o de otra manera estaremos condenados a morir. De hecho esto ya está suficientemente demostrado. Los pueblos parece que no sólo se equivocan sino que además tienen una oscura tendencia a no amar a los otros pueblos del mundo. Y cuando en el seno de esos pueblos nacen algunos que quieren vivir en paz y dejar que fluya el amor, la respuesta suele ser el asesinato. A los que quieren demostrar que es posible amar a los otros o morir, se los asesina: los pueblos apuestan, sobre todo, a que creen que el otro siempre es diferente y por cierto inferior a lo que es él. Y llegan a matar, incluso, sabiendo, que matan a esos que son semejantes, y hasta demuestran cierta superioridad intelectual.

Los pueblos, difícilmente actúan espontáneamente, lo que parece una ley con la cual contrastan poca excepciones; generalmente son guiados o por líderes desembozados o por grupos de poder que desde las sombras siembran o han sembrado el espanto y probablemente lo sigan haciendo. No se ha podido demostrar, hasta ahora, y creemos que nunca se lo podrá demostrar, que la discriminación es algo genético. Se trata de algo aprendido, de algo transmitido culturalmente. Tan sólo los racistas son aquellos que suponen que ocurre de otra manera y entonces deciden el exterminio de otros grupos humanos. El nazismo es el ejemplo más siniestro, pero de ninguna manera el único. Durante las guerras hay quienes se matan sin suponer de ninguna manera que el otro es inferior. A Sócrates, a Cristo, a Gandhi, para dar tan sólo tres ejemplos, se los mató no por pertenecer a otra "raza" sino porque sus enseñanzas eran un mal ejemplo para el rebaño y además dueños, sin duda, de una elevación espiritual inalcanzable por aquellos que ordenaron su asesinato.

Es difícil que se mate a un déspota en pleno ejercicio de su poder; si se los mata es cuando ya están derrotados, como a Mussolini o a los jerarcas nazis condenados en Nurenberg. De otra manera mueren de alguna enfermedad y rodeados por el cuidado de sus deleznables servidores. Hemos hablado de un tema de que no queríamos hablar. Pensábamos en reflexionar acerca de nuestra propia imposibilidad de cumplir con aquellos que amamos, de ese otro ser por el cual haríamos cualquier cosa, hasta con una forma de provocarles una tristeza que los va destruyendo poco a poco. Es cierto que esto ya lo expresó Oscar Wilde, pero ha sido tan plagiado que podemos hacerlo una vez mas: "Todo hombre mata lo que más ama: el cobarde con un beso y el valiente con una espada".

De elegir, tenemos que necesariamente elegir el beso. La espada no sabemos manejarla, nos resulta un instrumento antipático, solamente ha sido creada, en todos sus estilos, con el único propósito de matar. Y somos de los que no creemos que deba matarse. Es posiblemente ﷓ junto con la soberbia y la envidia el peor de los pecados. Pero eso no significa que lo mismo podamos convertirnos en asesinos, sin crueldad deliberada es cierto, pero sin inocencia. Somos responsables de lo que hacemos y por lo tanto responsables aún de aquello que presumiblemente hacemos sin deliberación alguna.

Además, en el tema del amor, si se mata por cobardía se lo hace lentamente, pero también (a menos que se decapite al ser amado) también puede ser una tortura la de aquellos que suponen matar con valor.

La diferencia entre estas dos formas terribles de eliminar al otro, suele estar dada, al menos en su esencia, en el tiempo. Con la espada la muerte es rápida, no tan veloz como la guillotina; sin embargo, rápida. La del beso, la caricia, la pasión, es mucho más lenta, con momentos de extremo placer que van dando formas al patíbulo en que todo se transformará finalmente.

No sabemos cumplir con el amor, no porque no (con el mayor de ellos) amemos sino porque amamos con desesperación y no sabemos permanecer en las fronteras de ese amor sabiendo que caeremos en lo que se parece a la desesperación, a lo que no tiene sentido común alguno. Y no nos conforma pensar que no se puede amar con sentido común. Esas cosas tan poderosas que suelen ser el sentido común y la madurez, son un antídoto excelente para amar. Los dos porque impiden, en definitiva, pasar los límites precisos y aplaudidos por una sociedad que necesita que sea así, para poder amar. La mediocridad es el opuesto del amor. Un contrato, apenas, civilizado posiblemente, pero que nada tiene que ver con el amor.

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