CONTRATAPA
› Por Sonia Catela*
*Cayeron después de la medianoche. Sin aviso, siquiera una telefoneada. Como si los patrones vinieran a comprobar que ocupaste su dormitorio, y estás usando sus zapatos de 20 centímetros de taco. En la casa no había nada preparado. Hubo que menear el culo. Te saludan estrechándote la mano y te piden que los llames por sus nombres de pila, una amabilidad dosificada como píldoras, ni una más ni una menos. A tal y tal hora. Pero esta noche, no. Te estrechan la mano y van dándote órdenes con los ojos: donde detienen su mirada: una telaraña armada como un zoológico, una lámpara opaca, una copa que falta, tu culpa. Entrás a tartamudear. Pero hoy traían cara de malas noticias. Tuve que enterarme por la radio que perdieron las elecciones. Era la derrota, entonces, la que les crispaba las palabras, dejando un esqueleto de "sí" y "no" duros como huesos. En la mesa se tratan de "señor presidente" y "señora diputada", se beben los cargos, mojan en ellos los labios, tragan la satisfacción por la boca, se les sube a los ojos. Habrá que verlos durante el desayuno, cómo se llaman ahora que los votos les raparon los títulos.
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A la secretaria que abandonaron aquí cuando los reclamó la República, Elvita, demasiado provinciana, un exceso de tonada, le toca extraer los anónimos injuriosos y los pica; hace desaparecer envíos como coronas de velatorio y tarjetas de entierro con los que se desquitan sus viejos aliados –resentidos- o sus enemigos; llegan como cataratas. Me reservo un féretro, una reproducción a escala, perfecta. Va dirigido a ella, firma: "Mario, tu ex todo". A la señora se le da por andar por la casa vestida con el traje de gala que se calzó la noche de la asunción del señor. Con una banda similar a la presidencial. Como si perteneciera a la nobleza y se necesitaran revolución y guillotina para derrocar su rango, no un simple recambio electoral. Aquella noche de gloria se puso una diadema de piedras de la que ahora tampoco se separa. A la señora se le da por andar de guantes largos de raso y hace que le coloque y saque el traje, vestime, desvestime. En tanto, ante el espejo se palpa las arrugas que tan bien supieron disimularle. Aja y pisotea un diario que se le escapó a Elvita, donde se la tacha de cincuentona. A la señora se le ocurre pasearse, de corona y banda, por la avenida céntrica de su pueblo natal, nuestro pequeño pueblo, en el auto descapotado, y alguien aplaude, alguien siempre aplaude. Ella saluda como Evita y como Evita arroja muñecas y paquetes de harina a las manos ávidas.
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Cuando le aviso que hay que lavar el vestido, se niega a cambiarse y anda de mugres hasta que llegan de Buenos Aires las cuatro réplicas del atuendo que ha mandado confeccionar.
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Sin que se lo vea, el señor también se calza la banda. Lo sé porque semanalmente me la entrega para que le quite manchas de vino, de chocolate, de pinturas de uña. Al señor se le ocurre darle entrevistas exclusivas al diario de nuestro pueblo desde donde dice que habla al país. Las complementan fotos de sus reuniones en la Casona con dirigentes de la nación, enhebrando alianzas, estrategias. Elvita decomisa con rigor los ejemplares capitalinos que difunden las desmentidas e insultos de los supuestos visitantes. Las que publica nuestro periódico son fotos de archivo, de meses o años atrás, pero en este pequeño pueblo hay testigos que asegurarían ante cualquier estrado judicial que vieron con sus propios ojos entrando a la Casona los visitantes que nunca vinieron.
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A la señora se le da por salir al balcón a decir discursos, con esa voz enérgica y vibrante. Nada sobre las olas que le corea la gente de nuestro pequeño pueblo "volverás y triunfarás", alza los brazos enguantados, tintinea las pulseras de brillantes y por detrás el señor la sostiene del hombro y con el brazo libre, saluda.
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En su declaraciones al diario de nuestro pequeño pueblo, el señor afirma que si lo siguen jodiendo desde la prensa capitalina va a destapar todas las ollas. Pero todas las ollas llevan condimentos que esparció con su mano, bien metida en cada cacerola, así que la amenaza no pasa de bravata pero hileras de gente de nuestro pequeño pueblo lo aplauden y le dan coraje cuando el señor va al aeropuerto donde monta en su avioneta para circunvalar la laguna artificial que mandó construir cuando era presidente.
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A la señora se le ocurre que el sábado a la noche debe repetirse, para el pueblo que los vio nacer, la escena de la asunción. Aturden tanto martillazo y rechinar de sierras y serruchos de los carpinteros que montan un salón, un sillón presidencial y mobiliario que no se distinguen de los originales; se tienden cables y micrófonos y se montan cámaras y una pantalla gigante en el exterior, para que cada vecino con televisor o sin él degusten los menores detalles de la pompa; hasta el balcón se modifica, agregándosele columnas jónicas de cemento como los de la Casa de Gobierno para que los señores se asomen al final de la ceremonia y tiendan las manos en amor perpetuo para su pueblo.
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Pero el que más se disgustó con el asunto de las visitas trucadas fue Maradona. Vomitó víboras contra los señores durante el programa de Susana. No hubo agravio que afectara tanto a la señora como éste en particular. Se deprimió y a fuerza de llanto descompuso la mascarilla que le calza la cosmetóloga cuando se levanta. En su momento, habían circulado comentarios sobre un fugaz affaire entre la señora y el futbolista. A la señora se le ocurre invitarlo a Maradona a la fiesta del sábado. Pero sólo recibe negativas por la línea telefónica privada del astro: la atiende un contestador automático esquivo, que asegura que el ídolo no está, de aquí a nunca.
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Con la presencia del escribano de gobierno, el obispo castrense, y algunos subsecretarios de Estado, se llevó adelante la jura del señor, quien lo hizo como en su momento, por Dios, Patria y Propiedad; hubo brindis con gobernadores en retiro efectivo, presidentes de países vecinos ya depuestos, estrellas del espectáculo que brillaron en los 80. La señora resplandecía. Horas después, cuando la pareja cotejó ambas filmaciones, la pretérita y la del sábado, coincidieron en que el momento se reiteró en una continuidad atemporal, perfecta.
"Todo puede seguir como antes" se regocijaron y creo que dijeron "tenemos la escenografía perfecta" pero quizás lo imaginé por los efectos del champagne, que dejé correrme garganta abajo con la abundancia de un arroyo.
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Como las imágenes de la ceremonia, televisadas por el canal local alcanzaron una calidad óptima, dados los adelantos tecnológicos que el señor le ha ido incorporando desde que lo adquirió, la ceremonia se repite en flashes continuos que destacan aspectos frívolos o circunspectos, políticos o sociales, arañando el ráting un pico de 27 puntos y no sólo porque sea la única señal que arriba a este poblado que se enclava en el cordón montañoso de Las Lomitas, sino por la elegancia y la etiqueta, más la presencia de actrices de telenovelas, deportistas y otros personajes que han ido quedando en el recuerdo de la gente.
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Con la ceremonia vigente en el espacio televisivo, los señores se avienen a otorgar audiencias. El edecán les compone la agenda. Reciben a presidentes de comunas e intendentes de localidades aledañas, a viejos caudillos del partido, a comisiones de vecinales y clubes. Con el ex ministro de obras públicas el señor planea y anuncia las obras que terminará antes de que finalice su actual mandato -¿qué es cuál? ¿el anterior? ¿el de un juego de repeticiones?-; para las fechas patrias se dicen discursos ya dichos, se pasa revista a las tropas locales de policía; se reeditan partes de prensa que difunden el diario y el canal de nuestro pequeño pueblo, se viaja según el cronograma ya seguido, se afrontan crisis, se las resuelve, se despide a colaboradores, se incorporan asesores que saben cuánto van a durar en sus cargos, todo movimiento se duplica. Por fin la señora decide que es hora de cambiar de vestuario. Consulta colecciones exhaustivas en la hemeroteca que Elvita le ha completado; en las noticias y fotografías de Para Ti, Gente y Paparazzi, donde aparece siempre joven y elegante, la señora halla las fuentes históricas sobre cómo debe vestirse cada día de la carrera presidencial del señor.
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