CONTRATAPA
› Por Adrián Abonizio
El Escarabajo vivía en la fonda almacén de Marga, entrando por su costado, al final de una especie de patio de gramilla recubierta con chapones vivero accidentado y pobre . El laterío, patos escandalosos, una bruma permanente, soga de nylon con ropa y tacuara para sostener, la trompa de un Ford desdentada y con óxido y lejos, como quien va para Córdoba, una fila de eucaliptus que limitaban el mundo real del imaginario.
Todo lo demás era un predio inmenso con olor a pólvora o algo así; olor de huesos de difuntos quemándose en la usina de la necrópolis; el sorgo convertido en humo que escapaba por la chimenea rojiblanca. El Escarabajo tenía una hermana que lo proveía de alimento y compañía. Era deforme, baldado en una pierna, con una joroba desarrrollada e iba a nuestra escuela en un grado superior. Con esa predisposición hacia lo horrendo que yo investía de piedad, fue que me acerqué a su agujero. La excusa, insensata, poco creíble era invitarlo a jugar a la pelota con nosotros. En realidad, yo ya andaba en esa edad donde necesitaba el temple del absurdo, las caminatas por espacios aéreos y solitarios, la investigación y corroboración que habría un mundo diferente al estigmatizado, más allá de Avellaneda, la luna elegante sobre el campanario, la cena familiar, un mundo previsible y amable donde, digámoslo, nunca pasaba nada. Por eso me adentraba en los andurriales atravesados siempre por vías que dejaban pasar cargueros hasta el tope con afrecho o esos gordos petroleros hinchados y malolientes. Había un mundo y yo estaba en él.
¿Por qué iba a rechazarlo en pos de una merienda organizada y un Hijitus que ya me resultaba incómodo? Fui hasta la tapia que se caía de vieja, dí palmas y el mismísimo Escarabajo me abrió. Me miró sorprendido. Su pregunta, destemplada, me causó gracia, porque había en ella una ternura que me llenaba de ánimo ¿Qué pasó? ¿Qué hice? Yo lo tranquilicé y le señalé de donde venía y los motivos: una invitación para jugar a la pelota. Tenía la boca dientuda sucia, como si lo hubiese sorprendido con el hocico dentro de un frasco de dulce.
Estaba trabajando, ¿querés pasar?. Iba delante y no paraba de verle la joroba, horrible, inmensa sobre sus piernas flaquitas que parecían apenas poder sostenerlo.
Vivo solo acá en el fondo, mi tía tiene la granja adelante pero yo vivo solo. Torció una puertita verde y penetramos en su habitación. Era de las antiguas en serio, con techo cuadriculado a ladrillos, a dos aguas. En el brasero se quemaban hojas de eucaliptus.En un rincón, bajo una lámpara fortísima estaba el objeto que me estaba señalando: un tren de madera balsa a medio hacer. Luego, en las repisas de fierro otros trenes y más y más vagones de todos los colores y formas, con sus números matriculares, sus máquinas y sus vías. Me acerqué como a un templo.
!Fiuuu!...silbé admirado! No sabía que eras un artista de verdad!. Se sonrió. Le faltaba un canino.
Por eso nunca juego, me dedico a esto más bien.
¿Más bien? !Sos un artista che! Y era verdad. Obritas de arte construídas a espaldas de la ciudad, deshechos que él juntaría en las vías o pediría por ahí con su vocecita tímida escondida en la caverna profunda que fabricaría su joroba. Tuve una iluminación. Me habían nombrado hace poco, junto a Danieli, responsable del Club de Arte de la Escuela., dada mi propensión al dibujo. Yo sería su curador, su representante. Le expliqué todo a borbotones con ilusión verdaderas y lo convencí que sacara a la luz sus perfectas reliquias para que el mundo se entere que debajo de esa piel de viejo, ese saco agrisado de ratón, esa pobreza congénita, esa deformación había un mago maravilloso. Arreglamos que para el lunes siguiente hablaría con las maestras, les informaría, vendrían a buscar sus obras y las expondrían bien visibles a la entrada del colegio.Se despidió con cara de susto. Me fui caminado cerca de los zanjones para no perderme pues la luna ya brillaba alto y debería llegar al cruce de alcantarillas para allí doblar hacia la avenida que me conduciría a mi casa.Cené con la vista perdida y una semisonrisa de orgullo patriótico por el descubrimiento y el acto de justicia que estaba por protagonizar. Faltaba un día para el lunes y era una eternidad. Me tiré en la cama y leyendo a Crusoe me quedé dormido. El lunes, bañado, limpio, exultante pedí permiso y fui a hablar con la Directora de mi idea. Solo recuerdo la naúsea y un leve zumbido que me entró en la sienes al oir aquello.
..Ay no, mijito...los trenes, los trenes...representan al peronismo, a Perón mismo y toda alusión está prohibida,...son cosas que usted como educando no entiende pero a nosotras nos tienen cortita en el Ministerio con la idea! Y se llevaba las manos al pecho. Me hacía oler sin querer su perfume de vaca hermoseada.Y se tornaba monstruosa, creciendo al punto de reventar la sala con su busto enorme y su boca roja de la que salían serpientes, barro, letras impresas, lava de volcanes.Me retiré sin saludar: era ya un niño fantasma.Me habían asesinado por la espalda y hedía como un cadáver. Evacué en el baño una pedorrera dolorosa e interminable. Anduve hasta el recreo vagabundeando por la escuela como si un monstruo me hubiese ya comido el alma para siempre.Con pintura saqueda del salón de Arte dibuje una vaca horrenda con las palabras PUTA al revés en la ventana, para que todos en el recreo miraran. Con el timbre repiqueteando recogí mi valija y me escapé hacia la casa del Escarabajo. A mi me sancionaron con una semana de suspensión y a él le allanaron cordialmente la vivienda: querían contemplar in situ el material subversivo.Creo que se lo llevaron a la frontera de otra escuela donde debe haberse muerto de pena. Por mi pertenencia blanca y mis contactos me dejaron vivir, degradado en galones,sin Aula de Arte ni nada.
Cuando crezca a esto lo voy a escribir, me dije esa noche en la semioscuridad de mi pieza, mientras lejos, como quien se va para otra vida mugían los bravos trenes de lidia que atravesaban la noche.
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