CONTRATAPA
› Por Marcia Bredice
Mis vecinos se pelean. La voz de ella es la que se escucha. No se sabe si él está presente o detrás de un teléfono, hasta que se lo oye, casi tímidamente. A ella la domina la necesidad de gritar. A él, la de huir. No hay discusión viable, ni acuerdo bilateral. Sólo un efluvio de palabras soeces y humillantes. Ella lo llama hipócrita una y otra vez y lo condena a la culpa; de él nada se oye, más que una silenciosa aceptación de la condena. La escena culmina con el ruido de unas llaves, la puerta que se cierra y el zumbido del ascensor. La voz de ella se calma y se queda en susurro. Los pasos de él se alejan. No hay acuerdo ni despedida ni separación; sólo fragmentos de una imagen rota en sus cabezas. Todo comienza a desvanecerse: los bienintencionados comienzos, los films vistos de a dos, los libros comprados de a dos, las cuentas por vencer, las gripes, los termómetros, los inviernos, las siestas, las vacilaciones, las listas de supermercado, los hijos porvenir. Luego de unos días de terrible escepticismo, todo volverá a pensarse simple y duradero.
Las peleas se repiten en diferentes pisos y, en diferentes puntos de la ciudad, otros, con otros nombres y otras historias, reincidirán en la neurosis del te quiero pero no puedo; harán volar algún que otro cubierto, eliminarán algunos archivos y se dispondrán a recomenzar la vida de a dos después de cada enojo.
A las relaciones predecibles y su continuo vaivén neurótico, se suma la erotización de los escenarios virtuales y el aparente halo de misticismo con que se intenta envolver cada interacción en la red: desde el tipeo de ciertas fórmulas indescifrables de códigos restringidos, a los comentarios vacíos que hacen eco hueco a las palabras de otro.
Al hastío de una vida en la que corremos hacia ningún lugar se suma la vacuidad y el sinsentido de saber que caminamos solos entre una multitud de rostros informes y que cuando el delivery haga sonar el timbre, la porción siempre va a ser una, aunque hayamos pedido para dos.
Así, va configurándose la red de relaciones de una ciudad agotada en sus formas y en sus capacidades amatorias; tambaleándose en sus emociones.
Las líneas no dan abasto. Tampoco los psicoanalistas, las obras sociales, las fábricas de pañuelos descartables, los laboratorios de somníferos, las hoteleras.
El amor se vuelve un imposible o se torna un trabajo de paciencia.
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