Lun 06.09.2010
rosario

CONTRATAPA

Palabras consuelo

› Por Guillermo Paniaga

Caía la noche; sobre el final de la calle, allá donde el pueblo terminaba, se extendían los sembradíos, y más lejos aún, sobre la línea del horizonte, una tenue franja morada, luz rezagada de un sol ya invisible, se apagaba lentamente. Avanzábamos hacia la franja, todavía en silencio. Pensaba en nada, juro por Dios, en nada; tal vez en el tufo alcoholizado que desprendía mi compañero; pero no, pensaba en nada.

"Soy un cobarde", soltó de pronto Blasco.

No respondí.

-Toda mi vida alimenté mi espíritu con ideas e ideales, con las formas del mundo que yo quería y jamás tuve el valor de hacer nada por ellos. Eran los 60, eran los años de la gran joda, qué lo parió. Me llenaba la boca con las palabras amor y paz, y al mismo tiempo con las palabras revolución, lucha armada, reforma agraria. Jamás fui capaz de unas o de otras. Ni amor ni odio: indiferencia. Ni paz ni guerra, temor, siempre temor a perder qué, no sé, porque nada tenía: temor a la vida, a esa vida que tenía y odiaba y sin embargo temía perder. Lucha armada, ja, pobre de mí; me hubiese orinado los pantalones al primer petardeo; reforma agraria, pobre de todos nosotros con las vaquitas ajenas morfando en la tierra de otros -hizo una pausa, se miró las manos, como si ellas guardasen el secreto que necesitaba revelarme, como si ellas sostuvieran entre hilos las respuestas que Blasco buscaba-. He visto, he oído, y he callado. Soy periodista, como usted; somos periodistas, por eso callamos. Lo nuestro, puras palabras, alcahueterías, mierda. Qué es un periodista sino un buchón. No hacemos justicia, no somos vengadores, somos, en el mejor de los casos, simples delatores; por el mango, ¿me explico? Es nuestro laburo, somos delatores profesionales. Hicimos de la alcahuetería una profesión. Nos creímos los grandes árbitros, pero no fuimos más que alcahuetes.

-Mire, no me incluya en sus...

-Lo incluyo; no se ofenda, pero lo incluyo.

Blasco volvió a callar, pero no por mí; poco le importaba que me estuviese ofendiendo; indirectamente, o retrospectivamente, porque yo hacía años que había abandonado el ejercicio del periodismo. Calló porque pasó por su memoria algo que, de momento, seguiría ocultándome, pero que luego me revelaría el porqué de su discurso, de su repentina necesidad de hablarle a alguien que fingiera escucharlo, de confesarse.

-¿Se ha interesado alguna vez por lo espiritual? ? me preguntó.

Quise responder; no sé que iba a decir, a veces me avergüenza reconocer que sí, he investigado, he necesitado creer en algo más que mi cuerpo, he creído, y a veces creo. Pero la suya era una pregunta que no esperaba respuesta, era una simple introducción.

-Leí textos herméticos, leí los evangelios apócrifos -dijo-, leí sobre el budismo, el taoísmo, leí sobre la transmigración de las almas, sobre los aprendizajes que debemos enfrentar en cada una de nuestras reencarnaciones; alguna vez tuve deseos de someterme a una terapia de regresión para saber quién fui en mis otras vidas, qué aprendí o quedó en deuda; leí que decidimos cuándo nacer y sabemos cuándo vamos a morir, que tenemos una misión en cada vida, que una vez superada, que una vez aprendida la lección, nos situamos en planos superiores de conciencia; leí tanto y tan devotamente que alguna vez lo creí; pero, al tiempo, uno se da cuenta de que la vida es igual cada día, que ya nada de lo que es podrá modificarse, y se pregunta qué coños hace todavía por acá, dando vueltas sin sentido, leyendo una y otra vez la misma página sin llegar a comprenderla; leer el mismo párrafo con la mente en otro lado; hasta que se levanta los ojos del ombligo y se ven cosas mucho menos comprensibles que la página que se nos niega; uno tiene qué comer y qué beber, tiene una cama donde dormir, un techo debajo del cual cobijarse, y entonces está bien pensar en la vida espiritual y en los ángeles que nos guardan y nos guían; pero qué pasa con esos que están en la calle, con los que sobreviven bajo chapas heladas en invierno, ardientes en verano, qué hay para ellos que necesitan de la violencia para sobrevivir, violencia contra un sistema que los apalea, sistema del que somos parte; somos sus verdugos y somos sus víctimas. Es cierto que por temor no caminaría los pasillos de una villa miseria de ciudad; es cierto que me siento responsable de que todo siga así; y qué hay para ellos, cuál es el ángel que los guarda, cuál es la lección que deben aprender, qué sentimientos deben asimilar, y cómo esperar que lo hagan si en la vida que les tocó en suerte deben aplicar fuerza y mente nada más que para sobrevivir. Qué Dios creador, qué espíritus guías pueden dispensarnos consuelo si permiten lo que permiten en aquéllos. Cómo, habiendo esa miseria, me permito rogarles algo, esperar algo de ellos; cómo es que ellos eligen estar conmigo y no con ellos; cómo es que el mundo es la mierda que es... Cómo es que habiendo guías tan sabios no son lo suficientemente elocuentes para desviarnos del desastre... Desde el primer día equivocamos el rumbo; el paraíso que perdimos jamás podrá ser recuperado. Construimos destruyendo, acumulamos saqueando, uno tanto y otros nada... Me cago en los espíritus; ahí está el pobre Cristo, desde hace dos mil años crucificado, cada día torturado; su carne muerta, su ejemplo tergiversado, de qué espíritu me hablan, de qué ángeles; he amado y me han robado; he actuado y me han pisoteado; no estoy pidiendo recompensa, simplemente una palabra que sea verdadera; no quiero un ángel periodista que me dicte las crónicas de cielo; quise alguna vez conocer la esencia y de lo único que pude estar casi seguro es de que el hombre, por ser humano, ha equivocado el rumbo; si sólo nos hubiésemos conformado con ser hombres, simplemente la especie. Pero no, somos el ser, somos el que piensa, somos los que decimos soy porque pienso y conozco lo que pienso, somos los que reconocemos engaños en nuestros sentidos y seguimos confiados a ellos, somos uno y todos, pero no somos simplemente todos. Tengo un nombre, y tengo un rostro, tengo un número que me identifica y una dirección donde pueden ubicarme; tengo un vicio, tuve un amor, tengo esperanzas, aunque no parezca; tengo la necesidad de una fe; tengo manos y un corazón que se mueve y vive vaya uno a saber por qué; y tengo un sistema de nervios que conecta mi carne al cerebro; tengo una mente; tengo un alma, sin duda; tengo señas que me identifican uno y yo, uno para mí, desde mí, por mí, hacia mí; tengo el deseo hacia una mujer; tengo la potencialidad de un nuevo amor; tengo un pensamiento profundo y otro más superficial; tengo la necesidad de una vida relajada, de una estufa y un aire acondicionado, de una máquina de escribir, de papel, de palabras, de libros, de más palabras, de música y más palabras; tengo la necesidad de estar solo y siento el terror de la soledad; tengo deudas con el mundo que jamás voy a poder saldar; y tengo una deuda con el espíritu, y es la de la incomprensión; es la página que leo una y otra vez sin llegar a develarla; soy yo quien le debo, repito que no pido nada a cambio, salvo entender, saber, creer. Tal vez me sea negado el conocimiento porque soy periodista, un alcahuete; tal vez aquellos prefieran el secreto; pero usted y yo sabemos que nada bueno se oculta detrás del obstinado silencio.

Llegamos al borde del pueblo; más allá, los primeros sembradíos. Era noche y en los campos sólo se veía la sombra de los árboles.

-Consuela, es cierto, pensar que las cosas son como deben ser -dijo y encendió un cigarrillo.

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