CONTRATAPA
› Por Jorge Isaías
Ese día habíamos -después de un cambio de opiniones más que debate decidido emprender, por el "Camino del Diablo", nuestra incursión que iba a ser una mezcla de pesca y cacería. Fuimos, en desflecada barrita, casi trotando los primeros cinco kilómetros hasta la capillita de la Familia Cinell que todavía existe y guarda tras su puertita de vidrio la imagen de una virgencita ¿de Luján, de Pompeya?. No sé a quien los demandantes de protección pagan sus milagros con monedas o cadenitas que introducen por una pequeña abertura que se parece a un buzón. Son las promesas de agradecimiento por haber intercedido ante Dios por algún pedido concreto y que al parecer se cumplió.
El origen de "la capillita de Cinel" como se la conoce popularmente es para mi un poco conjetural. Una decisión familiar o una promesa hecha por don José Cinell, el jefe de clan hacia su esposa por alguna enfermedad de algún miembro de la familia, ya superada. Lo cierto es que me queda esta deuda: recabar información a la familia que tiene muchos descendientes en el pueblo.
Retomando el hilo del relato, digo, el del día que trato de evocar -ya que no puedo reproducir pues es imposible diré que en principio no recuerdo cuántos éramos de la partida, pero debo colegir que no seríamos más de seis los que fuimos inseparables, por lo cual presupongo que si éramos más el o los otros serían meros colados en esa barra que hacía el núcleo duro del "Barrio del Jazmín".
Es de suponer también que no nos habremos detenido ni un minuto o que habremos mirado con indiferencia aquella capillita con su virgen porque nosotros teníamos un objetivo muy terrenal: mandar al muere algún pájaro o surtir la sartén familiar con alguna docena de mojarritas o bagres de la cañada vecina.
Como todo el mundo sabe, la "capillita de Cinell" está en una esquina del campo y justo al final del "Camino del Diablo", porque abruptamente lo corta otro -muchísimo más largo en forma perpendicular, que se pierde en la hondura de los campos sembrados y en algunos tambos que en aquel tiempo eran numerosos.
Doblar hacia la izquierda era decir "Boliche de la Lata" si uno seguía derecho, pero si doblaba en el campo de Ramón Camiscia hacia el sur podría ir a "La Chispa" o "San Francisquito". Dos pueblos perdidos entre balidos y trigo. Ir hacia el oeste era decir: Gödeken, Caferatta, Chañar Ladeado, Colonia Italiana. Pueblos más o menos prósperos, con una mirada muy pronunciada de su condición chacarera y representantes de una pequeña comunidad de llanura, salvo Chañar Ladeado que tiene una característica y un potencial que lo hace distinto -a mi ver a los otros pueblos de la redonda, incluido el nuestro.
Nosotros decidimos al llegar a esa encrucijada doblar hacia la izquierda, no sé si por costumbre, o porque los bañados eran -no sé si ahora es así numerosos hacia el "Boliche de la Lata", y más de una vez nos habían dado muestra de generosidad hacia nuestros anzuelos ávidos de carne plateada, brillando bajo el débil sol del otoño.
En nuestra ida, mientras transitamos el "Camino del Diablo" nos encontramos con algunos tamberos que con sus tarros vacíos volvían de la Cremería donde habían descargado la leche de un albo espumear. Eran los que vivían sobre esos caminos solitarios: el mayor de los Sampelungue, Omarcito Aguilar, a quien gritamos "Viva Racing" ya que era un fanático hincha de "La Academia" y nos saludó con un gran sonrisa en su carota de inmensos dientes blanquísimos, y también nos cruzamos con los Scarinci, los Picchio, a cuyo hijo menor -Octavio llamaban "Pichirica" y no sabré ya nunca por qué. Venían también los tamberos de Ramón Camiscia y el "Pieri" Cinell con su chata de color celeste y unos tambores de aceite.
Pero nosotros doblamos hacia la izquierda porque la caza con gomera nos había sido muy esquiva esa tarde y entonces ganamos un cañadón un poco hondo, el que ingresamos con cierta resolución, sin tomar la precaución de otras veces y mojándonos casi toda la ropa. Después de un trecho caminando en el piso que era un lodo pegajoso, alguien, creo que el era "Juanca" López divisó un puentecito de madera a doscientos metros y hasta allí nos dirigimos.
Fuimos subiendo de a uno, nos fuimos parsimoniosamente quitando la ropa y colgando a secar de un alambrado para aprovechar los rayos del sol antes de que se fueran debilitando con el correr de las horas.
Ese día fue prolífero en mojarritas, lo cual quiere decir que se debe entender como un incordio, porque era tirar el anzuelo y pescar y poner en el bolsito de lona y así hasta que los llenamos y luego fuimos pescando y devolviendo al agua ya que no teníamos cómo llevarlas.
El sol fue cayendo hacia ese monte de casuarinas, que se ensombreció cuando esa bola de fuego comenzó a reptar entre los juncales y se metió en el campo arado de Aranci como una moneda en una alcancía plana y oscura.
En lo alto volaba una bandada de teros chillones.
Entonces decidimos volvernos.
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