CONTRATAPA
› Por Jorge Isaías
A la memoria de Octavio Picchio
"Quisiera ser lo que era cuando quería ser lo que soy", repetía siempre Octavio Picchio, a quien todos llamaban cariñosamente "Pichirica". Esta frase, que hizo suya para siempre, la había tomado de un libro que fue muy vendido en los setenta y que había publicado un viejito simpático de apellido extranjero. Don José Rosenwasser, al jubilarse y no tener parientes empezó a circular por los bares aledaños a la Facultad de Derecho de Buenos Aires. Se hizo rápidamente famoso por su bondad, su humildad y su hombría de bien y un día para un cumpleaños a unos estudiantes que siempre conversaban con él se les ocurrió regalarle una hermosa agenda. Como don José no tenía a quien anotar allí, comenzó a visitar las mesas del bar y respetuosamente solicitar a los parroquianos que escribieran algo. Empezó con los enamorados, con las parejitas que son -por su estado de éxtasis más proclives a la generosidad, y luego siguió con otra gente y con otros bares de la zona. Al ver el éxito obtenido a alguien se le ocurrió llevar el original a una editorial y el libro agotó varias ediciones. Ignoro si le pagaron derecho como compilador o como antropólogo aficionado por que las anotaciones eran desde tontas pasando por ingeniosas y algunas dueñas de espíritus tocados por la varita mágica de talento. Cuando nos veíamos, esa frase era nuestra contraseña. Era él, "Pichirica", mi amigo un ser lleno de un humor fino, de una ironía que todos le reconocían sin vacilar.
Su origen es netamente campesino, específicamente vinculado junto a su familia al negocio de los lácteos. Eran él y sus dos hermanos mayores, -"El Gordo" y Nazareno los encargados del tambo de don Ramón Camiscia, pero él según me relató una vez, siempre había vivido en esa zona donde culminada el "Camino del Diablo" y corta hacia la escuelita de "La Terrasón", donde hizo íntegra la primaria, yendo ya montado en un moro pachorriento o en su bicicleta de media carrera, por ese callejón donde merodearon los cuises, los hurones y las grandes lechuzas sobre los postes, vigilantes ante el paso tardo de mi amigo "Pichirica" -niño aquí y luego adolescente tímido que domingo a domingo se acercaba a las carreras cuadreras realizadas por el Camino de los Delmaschio.
De aquel tiempo tengo algunos recuerdos parcializados por la niebla esquiva de los años. Hay un recuerdo de los bailes donde nos encontrábamos o íbamos juntos, con él y con su vecino Omarcito Aguilar, Alcides Rodríguez, Raúl Rodini y "Totosito" Elder y quizás también Omar Mancinelli a quien llamábamos "El Flaco".
También lo veo paseando por el alto veredón del ferrocarril con una chica bajita, sin tocarse siquiera la punta de los dedos en esa mediatarde de romance primaveral.
Una vez le pregunté el nombre de esa niña -que a mi recuerdo no era nativa del pueblo y él, mi amigo "Pichirica" celebró con su tímida alegría aquel recuerdo traído de los pelos. Lamentablemente lo olvidé. Y ahora ya es tarde. Él no está y nadie más recordará ese detalle insignificante para el mundo, pero recuerdo que él se sorprendió gratamente por mi recuerdo y, colijo, hasta se sintió un poco importante, justo él que fue tan humilde y que quiso pasar por esta vida desapercibido, "con un perfil muy bajo" al decir del "Tigre" Compañy.
De grande, con sus hermanos ya jubilados, se casó y se estableció en el pueblo. Tuvo muchos trabajos, uno de los últimos fue el de mozo del bar del club Huracán. Numerosas son las anécdotas que circulan de sus bromas finas y sutiles. Como aquellas vez, que un habitué del bar, el inefable "Gringo" Salvucci, hombre más bueno y servicial como no hay otro entró con una mano vendada. Tiene fama de dar vueltas con un tema sin ir al grano. Apenas inquirirse el motivo empezó a dar vueltas hasta creando una gran expectativa que logra con el suspenso de los cuentos orales, y al fin solo fue que se calentó mucho el motor de su chata y al levantar la tapa del radiador sin precauciones, saltó un chorro de agua hirviendo con sus vapor y le quemó la mano. Ese era todo el accidente, pero él había creado su pequeña novela.
"Pichirica", en su condición de mozo la había escuchado varias veces en distintos meses y circunstancias. Al acércasele con su bandeja del pedido y viendo que el "Gringo" concitaba la atención de algunos parroquianos en una mesa lejana, alguno le preguntó: ¿Qué dice "el Gringo"? No sé dijo "Pichirica", hierático y con cara de piedra- cuando yo lo dejé todavía no había abierto la tapa del radiador.
Y otra vez, cuando un parroquiano se quejó porque suponía que el yogurt estaba vencido, él, sin que se le moviera un pelo de su tupido bigote contestó:
Con el stock que manejamos acá no me parece posible.
Y todo el mundo sabía que el conserje de ese tiempo salía a comprar la leche cuando le pedían un cortado o mandaba al "Chileno", su cocinero a comprar un bife cuando le pedían un lomito. Y allá iba el gordo bonachón a paso apurado hasta la carnicería de Betucci que está a cien metros del Club, por la misma vereda.
Muchas cosas me hubiera gustado preguntarle a Octavio Picchio, a quien llamaban "Pichirica" y que pasó con su ironía dando un poco de carcajada a ese grupo de parroquianos que se reúne noche a noche en la sede del club, es decir más concretamente en el bar.
La última vez que lo vi, él manejaba un tractorcito de la comuna y cortaba el pasto en el parque del ferrocarril. Yo pasé por la avenida pedaleando lento y le grité: "Chau, "Pichirica". El, con un dejo de sonrisa esquiva a la ampulosidad levantó la mano a modo de saludo.
Al tiempo cuando volví al bar y pregunté por él. El "Nene" Croato en un dejo de pena me dijo:
¿Pero cómo, no te enteraste? Partió. Y yo no dije nada pero sé que ese espacio amable que él cubría con generosidad, es decir del humor un poco inocente, nunca agresivo ya no será cubierto por nadie.
Y es verdad que ahora seremos más tristes.
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