CONTRATAPA
› Por María Zulema Amadei
Para mis hijas Marina y Lucía
El ocaso. La tardecita. El anochecer. La caída del sol. El Angelus.
Amanecer. La mañanita. El alba. Media mañana. La hora del vermouth. Antes de comer a mediodía. Media tarde. La hora de la leche.
Yo no quería. Pero sale todo bien, ahora estamos aquí.
Los ojos verdes, chispean, y va sacando una a una las prendas.....
Al llegar a los pies, masajea con calma sorprendente dedo por dedo.
"Es que son muchas horas y no me gusta estar sentada como una vaca, en el escritorio, como las otras...". Es obvio que las vacas no le simpatizan.
Son tres turnos, breves espacios para comer o corregir. Su fama de "sargento" le hace acreedora a los grupos de burros consuetudinarios. Fama de correctora de asnos y revoltosos.
Los psicólogos no existen, a los psiquiatras van los locos. (Agua y/ o electricidad, pastillas para dormir. Pastillas no, bromuro...).
Pero estoy aquí, el lugar me gusta mucho, recorre con la vista la habitación pequeña repleta de libros y pinturas, radios, sillas desparejas, plantas...
El patio es lindo, con árboles añosos. Lástima que papá no pueda venir, ayudaría un montón, dice en voz baja. Ambas sabemos que no va a aparecer...
La brocha va y viene. "Si no queda bien, desinfecta". La brocha va y viene. Pared ávida, despareja. La pintura desaparece tragada por el viejo revoque.
Subo la escalera una y otra vez. Creo que no va a alcanzar con esto cuatro litros. Las arañas huyen despavoridas, el pincel arrastra sus telas finamente elaboradas. Pucha que son bonitas...
Se duerme en paz. Me atrae un deseo insospechado, violento. Sin hacer ruido me meto en la cama. Camisón de batista, rozo la puntilla, reconozco el olor, acaricio la carne suave, toco la cara, al fin sin los gruesos anteojos.
Al llegar a la boca, se curva.
Sonríe, laxa, laxa al fin. Recorro los brazos, llego a las manos suaves, pequeñitas, quietas por un instante. Se entregan al contacto, blandas...
Hay un movimiento.Abre el brazo izquierdo, me rodea.
Su pelo se mete en mi boca.
Todo oscuro, llueve, llueve, llueve... Puedo adivinar los charcos, el césped, las hormigas escondidas hasta que salga el sol....
Mientras me abraza, necesito ver a mi hija mayor, la rubia, ella, que me recuerda...
Fue imprescindible hacerlo porque mucha gente corría peligro.
Ya pasó, ya pasó, insiste, y estoy aquí....Te vas a Santa Fe, le digo.
Tal vez a Paraná. Antes te cuento algunas cosas....
Aparecen El Espinillo, El Quebracho, El Sauce. Anécdotas de los ocho hermanos, jocosas, terribles, sin solución....
El diálogo es interminable, delicioso. La piel suave y perfumada.
Sólo me despierto por la cara mojada. Hace tiempo que no me encontraba con mamá.
Relajada, contenta, lúcida. Esa, su piel transparente, los ojos verdes, el pelo lacio, orejas pequeñas y blandas, voz suave.
Y sus manos, sus manos alrededor de mis hombros....Descanso para mi alma.
Responsable de la imagen...¿tan fuerte será para los míos?
Corro hacia mi otra niña, me urge preguntarle.
La primera noche que dormí sola, en medio de la tormenta, mamá vino a visitar el Sauce, el mío, el verde....
Con la cara mojada, contentísima porque nuestros encuentros cada vez se espacian más. Temo, a veces, que desaparezcan...
Contenta de contarlo, porque a veces, como todo el mundo, no me acuerdo de los sueños.
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