CONTRATAPA
› Por Dali López
Buenos Aires, a dos lluvias de la última vez que te vi.
Querida Lara:
Ahora puedo definir perfectamente qué es el tiempo. Es un incesante crecer de uñas que se clavan en la carne; la nube que (imagino) pasó sobre la luna en esta noche; una canción que no deja de sonar en mi cabeza.
Es un sol sobre el verde corrigiendo imperceptiblemente la sombra de mi mano sobre la carita de Nico y las risas que el viento aleja. Una suma de pasos hasta la puerta de la casa, dos giros de llave y otra suma de pasos hasta tu cuerpo en penumbras muy distintas a ésta.
Es este abismo de silencios que trato de llenar recitando mentalmente alguno de los textos que tanto me gustan o evocándote a vos, a Nico, a los amigos y los vinos.
Han comenzado a ladrar los perros. Pronto se escuchará el sonido de un auto que se acerca. Es la manera como sé que ha llegado un nuevo día. Cuando el sonido del motor se detenga faltarán, más o menos, un fragmento de La Ilíada, cinco o seis estrofas del Martín Fierro y la Elegía del recuerdo imposible, hasta que se escuchen los pasos en el corredor. Pero hoy, no sé; hoy se me dio por variar el tiempo y por eso estoy escribiéndote esta carta.
Ultimamente pienso mucho en Carmona. ¿Anda bien? Si hubiese comprendido que el tiempo se mide de esta forma no habría mirado el reloj nunca. ¿Para qué? Jamás pude irme de la casa de Carmona antes de la tercera pava de mates. Lo hubiera medido contando los "¿miento, Lucrecia?" con que remataba cada anécdota increíble o en sus carcajadas con silbidito de asmático.
De haber sido sabio hubiese contado el tiempo en cuentos para mi hijo, en macanas que se hablan para divertirse entre gente querida, en abrazos y besos, en picados de fútbol, en cenas familiares, en brillos de los ojos del padre Yorio cuando llegábamos a la villa con bolsones para sus chicos.
Ahora, recién ahora me vengo a dar cuenta de lo equivocado que se está con el reloj. Es una trampa de exactitud mecánica perfecta. Así se planifica de forma estúpida la vida: de tal hora a tal hora trabajo, a tal hora me encuentro con tal; sin contar los más tarde y los mañana con que postergamos lo verdaderamente imprescindible.
Sé, ahora sé positivamente, que el tiempo no es más que nuestros actos. El placer de irse o de permanecer marca la hora de partir o de quedarse. íEsperá, ¿ya te vas?, si apenas hace cuatro o cinco carcajadas que llegaste, le diría ahora al amigo de visita.
De esta manera el tiempo no es abstracto y entonces estaríamos seguros o al menos sospecharíamos con mayor agudeza que el futuro no existe. Eso te hace poseer el presente con la noción concreta de lo efímero. He estado tan equivocado al respecto. Antes creía que teníamos millones de caricias por delante, miles de penales pateados a Nico, cientos de idas al cine. Pero no. No te fíes del futuro. Es el presente lo único que tenemos y vale mucho.
Yo sé que vos, Lara mía, me entendés. Y que después de ésta, que escribo mentalmente, tal vez empieces a contar la espera en cartas, o en las veces que la releerías. No lo hagas. Medí el tiempo en visitas a los amigos, en paseos con Nico, en besos a tu madre. Mi próxima carta es un futuro y como tal, dudoso.
Ya ves, yo estoy aquí, en esta penumbra muy distinta a la de tu cuerpo y sin embargo imagino cosas buenas para medir el tiempo que transcurre entre horror y horror.
Ya retumba el sonido metálico de la puerta del corredor. Ahora comenzaré a escuchar los pasos. Son veintiséis hasta mi puerta. Tengo veintiséis pasos de tiempo para cerrar mi carta diciéndote que los amo y los extraño. Después, me quedan treinta y dos pasos más dieciséis peldaños hacia abajo. El tiempo exacto entre este adiós y el torturador que está esperándome.
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