Mar 22.02.2011
rosario

CONTRATAPA

Tratado de la desesperación

› Por Guillermo Paniaga

Como si las hojas no fueran a caer alguna vez, como si el viento no se detuviera jamás, como si el agua fuese siempre el mismo flujo sobre el cual navegan los barcos, como si los peces jamás perecieran, como si nosotros fuéramos nosotros desde siempre y para siempre. Es un instante, lo que tardan los párpados en lubricar los ojos; es sólo un instante y sin embargo nos deja durante largo rato ese gustito a eternidad. No hubo Cristos ni emperadores romanos, no hubo conquistas ni matanzas, no hubo una bomba en Hiroshima, no hubo los campos de concentración, ni allá ni acá, no hubo las rebeliones ni el naufragio del Titanic, no hubo un hombre saltando como payaso sobre el polvo de la Luna, no hubo la bandera yanqui reclamándola en propiedad; no hubo el fusilamiento de Ernesto porque tampoco hubo Ernesto, ni el asesinato de Lennon porque Lennon nunca fue, y no hubo los barcos de obligados inmigrantes ni las epidemias ni las inundaciones. Nada hubo antes que ese instante, ni nada pudo haber después de él. Porque ese instante era todo, era el universo, la eternidad. Y duró lo que tarda un párpado en cerrarse. Fue nada. Y sin embargo...

Fue un instante, fue mi instante; en medio de la ciudad, rodeado de gente, pero nadie más que vos y yo estábamos ahí. Yo, en mi instante; vos, porque ausente, estabas en mi mente. Y en mi mente era todo: el tiempo, el universo, la eternidad y también yo y por eso vos... El círculo; o la esfera para este plano de realidad tridimensional. La forma perfecta de la naturaleza: la esfera. Mi burbuja. Y yo dentro de ella tan débil, tan parecida a una torre de cristal y sin embargo tan distinta, al ras del suelo, siempre a punto de estallar. Mi burbuja, la burbuja de mi instante, ahí donde el mundo fue perfecto porque era yo el mundo. Y no lo creí perfecto porque yo me creyera perfecto, entendeme. Soy la imperfección en pinta. Pero era mi mundo y era perfecto para mí. Perfecto y efímero, un instante con sabor a eternidad. Y estabas ahí, creeme. Vos estabas ahí.

Esa fracción de nada hubiese sido una buena razón para morir. Morir por ella. Por alcanzarla, retenerla. Pero la tuve sin esfuerzo (es un decir, me costó treinta y pico de años de mi vida) y se fue antes de que pudiera hacer nada por aferrarla. Esa fracción, esa nada donde vos también eras siempre. Siempre conmigo, en mí.

Se fue, duró nada, lo que necesita un párpado para descargar su latigazo de agua y sal. Duró nada y de pronto me quedé otra vez vacío, sin razones para morir. Vivo también sin razones, pero ya no intento explicarme la vida; ya sé que es un absurdo. Vivo, aquí estoy. Respiro y me desangro. Bebo y me enamoro. Duermo y envejezco. Odio y luego ceno. Tengo dinero y lo gasto. Mis bolsillos están vacíos y lo mismo vivo. Con un libro más o menos, con una ropa nueva o los pantalones desgastados, bajo techo en mitad del campo con las estrellas sobre mí. Lo mismo vivo. Y dejo que la vida transcurra, y así dejo que un día la muerte llegue. Voy a morir. Mi sangre dejará de correr, mi corazón dejará de agitarse, mi mente se apagará como las luces de un estadio, chas, columna 1, chas, la dos, chas chas, las dos que faltaban. Y será la oscuridad, la nada, la absoluta nada; el instante previo también: un segundo para pensar que todo, todo, todo fue en vano: samsara, velo de maya, la ilusión y para eso uno respiró se desangró bebió y se enamoró durmió y envejeció odió y luego cenó. Todo para nada. Las luces se apagarán y todo será nada. Habré muerto y sin una puta razón para morir. Será el destino, Dios, la naturaleza que todo limita y todo destruye, porque necesita crear y para crear debe antes destruir, serán ellos los que digan "estás muerto, ha llegado tu hora", serán ellos y yo moriré sin haber alcanzado en vida una buena razón para morir. Serán ellos mi última humillación.

Razones para morir.

Leo a Kundera en La vida está en otra parte: "...Le fastidiaba la pequeñez que hacía de la vida una semivida y de las personas semipersonas. Quería poner su vida sobre la balanza en cuyo otro platillo está la muerte. Quería que cada uno de sus actos, que cada uno de sus días, que cada hora y cada segundo fueran capaces de dar su talla frente a la medida máxima que es la muerte".

Razones para morir.

Somos enfermos de una atávica pureza (no somos puros, sólo aspiramos a reconstruirnos en ella); somos los que caemos con cada golpe de la realidad y volvemos a levantarnos fingiendo que el golpe no nos ha dolido, o que nos ha dolido diez veces más; somos los que juzgamos el amor por su carga potencial de dolor; somos los parias, los que ocultamos que preferiríamos leer y escribir a tener que estar charlando acá con vos de fútbol; somos los que tan fácil lloran aunque los ojos desde hace años estén secos; somos los que, queriendo cambiar el mundo, vemos morir nuestras fuerzas, nuestras ganas, nuestros mundos; somos los que leemos: "el futuro, esa distancia" y los que luego anotamos: el futuro, esa distancia que recorremos sin conciencia hasta que un buen día nos damos cuenta de que ya está aquí, o lo que es peor, quedó irremisiblemente atrás, y nos decimos: cuál ha sido, entonces, mi destino; somos los que nos negamos a morir hasta tanto no hayamos encontrado una buena razón.

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