Mar 15.03.2011
rosario

CONTRATAPA

No contaban con mi astucia

› Por Javier Chiabrando

Vea usted, yo creo que es mejor tener la palabra que tener la razón. En estos tiempos que corren, tener la palabra (no importa si es la verdad o no) significa instalar una idea o sofisma o mentira o fábula o burla o chiste, que recorrerá el mundo más rápidamente de lo que demoremos en colgar el teléfono. Y después que te la discutan. Los que tienen el poder han entendido eso hace tiempo. Los que lo desean lo están entendiendo ahorita mismo, porque se avivaron o bien se alquilaron a un Durán Barba que te lo sopla románticamente al oído.

Es que ya nada es como era antes y colonizar tierras (o su alternativa: poner gobiernos títeres) se ha vuelto complicado, sin olvidar que Wikileaks no se guarda ni los secretos de alcoba y en Facebook se puede armar una movida en tu contra muy poco fotogénica por muy linda que sea la gente que te putea. Además, para colonizar tierras hay que mandar tropas, matar gente que muere sin gloria alguna, verse obligado a mentir sin reírse. Es más sencillo, vea usted, colonizar la palabra, es, ¿cómo podríamos decir? más moderno, fashion. Más cool.

Cuando Estados Unidos invadió Irak (colonizó tierras y puso gobierno títere; dos al precio de uno) se preocupó mucho por instalar una palabra que la justificara (colonizó la palabra). Cierta prensa --que tiene en claro que el negocio no puede interrumpirse por un par de miles de muertos irakíes más o menos; habráse visto-- repitió como loro la palabra que el poderoso había instalado en el mundo a la velocidad de la luz: "guerra". Era una palabra que escondía otra: "invasión". Pero a la palabra guerra era más fácil repetirla que discutirla. La diferencia entra la verdad y la mentira era esa palabra que ponía al hombre común en el brete de tener que sacar conclusiones de la penumbra. Demasiado trabajo, es más fácil repetir la que dice el patrón, que si es el patrón por algo será.

Decía Juan José Saer en una nota de hace más de veinte años que la prosa es el instrumento del Estado (el Estado por el Poder o el Establishment, como se lo conoce por nombre de pila). La prosa es la herramienta de los comunicados, folletos, leyes. La prosa es el discurso de la venta, de la publicidad. La respuesta a eso sería la poesía, la innovación, la experimentación. ¿Es algo así como colonización contra independencia? ¿O civilización contra barbarie? Vaya uno a saber. La novedad, creo, es que ahora sabemos que la colonización (pobre Colón, que quizá sólo buscaba huir de la esposa) ya no la ejerce con exclusividad el monstruo yanqui con su anacrónico imperialismo, ni siquiera uno de los tentáculos de su reemplazo: la globalización. Ahora entendimos, vea usted, que existe una colonización de la palabra venida del más allá y otra no menos peligrosa que se ejerce desde el más acá.

No me lo discuta, que soy escritor y algo de eso sé. Vea un ejemplo de actualidad: "el campo". ¿Dígame qué argentino de a pie entendió realmente de qué se trataba la 125, ese espinoso asunto de las retenciones, y lo que votó el, por única vez, fervoroso Cobos? ¿Qué argentino de domingo en familia, de los que sólo ansía "un aplauso para el asador", resolvió correctamente la ecuación semejante en complejidad a la fórmula de Einstein de los afiches? Los que no sembramos, ni exportamos, ni estudiamos economía, ¡ni siquiera comemos soja!, andábamos por ahí tratando de decir algo para que no se nos considerara salames. Y la mayoría optó por repetir las ideas de uno de los protagonistas del conflicto, o sea las palabras. Que para eso están, coño.

Por eso, cada vez que tenemos que referirnos a esos señores feudales de la mesa de enlace decimos "el campo", ya sea por no encontrar una mejor forma, ora por pereza, ora porque tememos no ser comprendidos por el interlocutor de turno. Es una palabra colonizada, que resume y deja la sensación de que sabemos, de que "somos del palo", como cuando decimos borgiano, kafkiano. Hay muchas palabras más, igualmente ejemplares: la "inseguridad", la "crispación", el "diálogo", el "consenso", un país "previsible", las "políticas de estado", y un largo y poco divertido etcétera. Al que las hace circular le basta que con la oigamos y repitamos; he ahí su importancia y su rol en este mundo esquizofrénico. Y ejercerán su poder de seducción porque para eso fueron creadas. No tienen más entidad que "lo sospeché desde un principio", "síganme los buenos", frases que seguimos recordando y que serán olvidadas sólo cuando sean reemplazadas por otras que nos otorguen los mismos segundos de vaga certidumbre: "alica alicate", "estás nominado".

Hay otras formas de la colonización de la palabra. Si no, dígame qué es esto. La televisión (que coloniza como el mejor) se regodea en la exposición de argentinos/as indignados/as diciendo, sin haber leído el expediente, sin haber estudiado abogacía, sin conocer la información mínima, que el juez que liberó a un acusado está equivocado, que hay que aprobar la pena de muerte, que los violadores no se regeneran, que en los Estados Unidos se los condena a muerte (algo que por ahí vieron en una película). Otro ejemplo: niebla en la ruta, accidentes y muertos, un argentino/a se queja de que no cortan las rutas para preservar vidas. Al día siguiente la policía, ante la misma situación de niebla, corta la ruta. Ahora un argentino/a (quizá el mismo del día anterior) se queja de que debido al corte no puede llegar a su trabajo a horario.

Ese discurso puede incluir las palabras crispación, consenso, etc., o no, pero no por eso dejan de ser un discurso colonizador made in Argentina, soplado ahora a la masa de distraídos por los que la juegan de ser nuestros patrones y sus lenguaraces, que tratan de que el argentino/a en cuestión diga lo que su patrón quiere que diga, buscando demostrar (como sea) lo que la coyuntura impone: que este país se ha vuelto inhabitable, que Riquelme se tiene que ir de Boca, que acá la verdura es más cara que en Londres o que los bolivianos tienen la culpa de todo, incluido lo de Riquelme. No hay otra, vea, que aprender a leer entre líneas. ¿Para cuándo `Lectura entre líneas` como materia de estudio en escuelas y universidades? Y a los escritores también habría que leerlos entre líneas, qué tanto. Basta de privilegios. Leer entre líneas vendría a ser una buena forma de no caer en los pozos que cavan los otros, sobre todo los pozos que cavan para que nos caigamos adentro. No es una idea nueva ni revolucionaria, lo reconozco, pero ahora que la digo es mía. No contaban con mi astucia.

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