CONTRATAPA
› Por Marcia Bredice
Los hipertextos y su aproximación a lo infinito, las actualizaciones de los hardwares, la tenaz advertencia de los programas antivirus, las notificaciones que nos ponen al tanto de las publicaciones de los caralibros, los incansables inicios de sesión, los ávidos pedidos de reactualización tecnológica, los alertas de archivos dudosos, las configuraciones de las páginas, sus extensiones y sus plugins. El sistema se atiborra de información y exige de paciencia. Entonces, para consuelo del usuario que insiste en abrir tantos archivos a la vez y demandarle al sistema más de lo que puede dar, aparece el malogrado mensaje sentenciando la espera. "Este programa no responde". La red se satura y uno se satura en la red.
Fuera de la red, el mundo sigue su curso: las campañas publicitarias, la ilusión óptica de los nadies, los reality shows, los concursos por un sueño, la taza soft, los descuentos en planes de adelgazamiento, el llame ya, la enumeración anquilosada y errabunda del discurso moralista, los asuntos de la Nación, el inquebrantable luto, las campañas electorales y ecológicas, las catástrofes naturales, la mala literatura, la histeria de los consorcios, el simpático síndrome de resolución totalitaria de los taxistas, los corredores inmobiliarios, los empleados públicos, las negociaciones salariales, los legisladores inaugurando sesiones ordinarias, la moza contando su propina, los que se emocionan hasta las lágrimas recibiendo el llamado de los sorteos televisivos, los que responden encuestas en la vía pública o atienden respetuosamente el llamado de los fastidiosos telemarketers. Este programa tampoco responde.
Detrás de la pantalla o del otro lado de la línea, apabullados por los movimientos indeliberados del mundo de la virtualidad y el mareo escandaloso de una realidad mediática y mercenaria, vamos digiriendo la dispepsia esnob e intentando deshacernos de la banalidad de lo cotidiano y de la mordacidad de las últimas noticias.
Encastrados en el rompecabezas de lo virtual y lo irreal, lo versátil y lo azaroso, nos resulta difícil preservar la naturalidad y no caer en lo frívolo.
Vamos imbuyéndonos en el bullicio del desahogo, sacudiéndonos la resaca de lo real, encauzando nuestra urgencia por decir, reincidiendo en el maquinal gesto del exabrupto. El espacio que nos abre el desencanto de nuestra cotidianeidad babélica, nos acerca, nos iguala, nos democratiza en la histeria y el desasosiego.
Todo parece volverse vacuo en el vil escenario social de la red, de la información y de la imagen. Su balburdia macilenta nos fatiga; su bullicio inconsistente nos agravia.
No hay prórroga en la maleabilidad de las formas, ni sistema que no sature.
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