CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo
"La muerte hace ángeles de todos nosotros/ y nos da alas/ donde teníamos hombros/ suaves como garras de/ cuervo". Jim Morrison.
La mujer que flota, hoy, es un revoltijo de huesos. Confunde al amante de Bovary con el marido de Ana Karenina. Confunde los autorizados ejercicios maritales con la solitaria desnudez sin sentido. La mujer que flota podría retirarse abruptamente hacia noviembre, podría sofocarse con violentos chorros de Blemm, como si fuera un mueble, pero la mujer que flota tiene otros hábitos: no es una sonámbula de cráneo transparente.
La sonámbula de cráneo transparente no vomita después de comer. No come su vómito transparente. No clickea. No se arranca de cuajo todos los pelos de la ingle. No se descontrola con su propia suavidad. No sube la foto de su suavidad al ciber espacio. La sonámbula no ambula en su plena soledad concupiscente.
Como es de esperar, el torpe cazador llega después de que alguien muere. Llega cuando ya no es necesario su cuchillo. La boca se le cierra en un estornudo al cazador que no puede decir nada. Piensa en la red de cazar mariposas que contiene los cuerpos diminutos de dos amantes acribillados. Luego piensa que la red no existe, o los balazos, o los amantes. El cazador con catarro no sabe qué hacer con su cuchillo después de la muerte. Eso es todo. Siempre hay una jodida muerte que se adelanta. Unos jodidos agujeros en el cuerpo. El resto no es más que el viejo cuadro de un artista loco.
La mujer que flota hoy es un animal mordido que no muerde. Feroz estado vegetal. Tal vez enloquezca o muera pronto. Tal vez despierte o desobedezca pronto. Tal vez se ponga a palpar palabras de doble filo para cortarse literalmente. Tal vez se deje preñar por los lobos.
La sonámbula de cráneo transparente pule los barrotes de su jaula. Bebe sus propios gestos líquidos mientras el disco gira pero no suena la canción que le gusta. Todas las reglas siguen siendo válidas en la cajuela transparente de la sonámbula. Habla sin cesar con alguien que ha colgado. Le gusta viajar en avión con su pez gordo. Le gusta más el avión que el pez, pero sin el pez no podría subirse. Es una regla de tres simple. Como sea, la sonámbula de cráneo transparente realmente no tiene ganas de volver pero siempre vuelve.
Una de las dos va a morir. De seguro morirá la que no debe morirse. No hay garantías de que muera la que deba morir ni de que viva la que debe vivir. O ambas. O un mago. O un insecto inmortal. O un torpe cazador que no pueda asestar dos veces su cuchillo porque tiene fiebre.
Lo curioso resulta cuando la sonámbula de cráneo traslúcido se va por error al otro lado de la muerte y agita las patitas de araña para pedir socorro. Se parece a la mujer a la que nadie quiere parecerse pero a la que todas se parecen. Entonces la sonámbula retrocede hasta un límite alcanzable por el torpe cazador que, necesitado de un té con limón, la trae a la jaula nuevamente antes de que estalle la vena de Dios y llueva sangre.
Ninguno de los dos tiene ganas de volver pero vuelven siempre.
La mujer que flota tira hilos al vacío y recoge peces desamparados. Mendigos peces que rescata de la estrechez de los charcos. Levemente inclinada hacia lo oscuro, ofrece el cebo de su carne amarrada al anzuelo. Sólo peces hambrientos se atreven al rescate. Sólo peces muertos, cansados de morir se animan al alimento de sus roces. La mujer que flota los besa escama por escama. Les muestra el mar, el liquen, los hermosos laberintos de coral y dulcemente los devuelve al charco de donde nunca debieron haber salido.
El torpe cazador es un tipo que necesitaría clickear sus proezas fuera de la jaula porque saber lo que sabe no alcanza si nadie más lo sabe. Podría inventar que ama a una muchacha estúpida pero con una voz muy hermosa y clickearlo para que todos sepan que está vivo. Cualquier muchacha de pie en la puerta sería útil para llegar tarde a la muerte o a la jaula. Sus genitales masculinos son pequeños rostros formando trinidades de dos ladrones y un dios. Tose y se le sacuden las trinidades hasta el infierno. Estornuda y se le sube el dios hasta el pescuezo. El puñal está sin filo. El torpe cazador le pide al farmacéutico un antibiótico. Matará microbios. Nadie puede escapar a su destino.
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