CONTRATAPA
› Por Aimé Peira
"Un tipo cualquiera", dijo. "Deseo ser un tipo cualquiera", y la estrella fugaz dejó de verse desde ese punto del planeta. Contempló por segundos el espacio sin luz que quedaba, y como era costumbre, bajó la mirada. Hasta su cuello lamentaba la constante posición de rendición, dolía en los músculos y tensaba los hombros cada vez que se movía. Al menos esa vez se había animado a desear. Por única vez pronunciaba las palabras y realizaba la acción al mismo tiempo: yo deseo. "Una cuota de humanidad, el mundo pudo ver que soy", pensó, y se sintió orgulloso, al fin dejaría de ser el freak que no entendía por qué nadie lo entendía.
Se levantó, entró en la casa y cerró el patio con llave por primera vez, sabiendo que debía colaborar con el cambio, intentando temer un poco, como la gente común. Sacó el colchón del living, en donde dormía junto a una ventana que llegaba hasta el piso y le permitía ver el patio y el cielo en cualquier momento, y lo llevó al dormitorio principal. Su casa tenía cuatro cuartos, y por lógica el más grande y único con baño dentro tenía que ser el apropiado para el amo del hogar. Así lo eligió, fue e improvisó la cama, poniendo un almohadón en la cabecera y tapándose con auténtica ropa de cama. Se acostó como debía ser, con la cabeza sobre la almohada, para sufrir como el resto del mundo la falta de sangre en la cabeza durante el sueño y las piernas cansadas al despertar. Con la almohada del otro lado: así empezaba a ser normal.
En su cama meditó sobre el que había sido toda su vida. Sintiéndose un hombre nuevo, pensaba en quien había sido siempre como otra persona a la que recordaba con añoranza. Se acarició la cabeza creyéndose su propio hijo y logró dormirse rápidamente.
Al despertarse por la mañana enjabonó su cara y se afeitó como pudo con la gillete que usaba para sacarle las bolitas a los pulóveres. Se bañó, se peinó, y después de mucho buscar encontró el único calzoncillo que había en la casa y se lo puso. Con las bolas apretadas intentando disimular la cara de incomodidad salió para el trabajo. El era un destacado economista y trabajaba para una empresa internacional que vendía seguros para aviones. Sacaba los valores de póliza a partir de las probabilidades de accidentes.
Cuando entró en la oficina todos percibieron el cambio al instante, él lo reconoció. "¿Estamos creciendo Gastón?", le preguntó Rolando, un compañero, y él, haciéndose el relajado y levantando la vista para mirar al otro a los ojos, sintiendo en su cuello todo el nuevo dolor de una nueva posición que tensaba más sus músculos contraídos, le contestó: "¿Ya era hora, no? Qué tipo loco que fui siempre, tan retraído. Ya está, me saqué al antisocial de encima y soy uno más. Dormí como todos ustedes anoche, fenómeno, con la cabeza vacía y las piernas reventándose. Así que hoy tengo como Lidia, Vanesa y José las várices que me explotan. Me encanta, compartir los mismos dolores. Ni hablar de las bolas, me revientan del dolor así compactadas, es fenomenal esto de los calzones, papá".
Pensó en mencionar su cuello, pero prefirió no evocar al sumiso que había sido -mejor dejarlo descansar en la memoria y empezar a perderlo-. Su compañero, emocionadísimo, lo felicitó por sus várices y sus bolas y le recomendó que empezara a fumar. Gritó las novedades por la oficina, que Gastón tenía várices y dolor de bolas, y todos se acercaron a felicitarlo. Lidia salió corriendo para la panadería y volvió al minuto con una torta con velitas. Todo fue muy espontáneo, la torta se puso en un escritorio, sus compañeros lo ubicaron frente a la misma y rodeándolo en círculo le pedían a los gritos unas palabras. Gastón, esforzándose por llorar les dijo: "Simplemente, gracias", y todos se unieron en un gran abrazo. Desde ese día en adelante recibía invitaciones para hacer cosas todas las tardes, ir al urólogo, al proctólogo, al flebólogo, a la farmacia que tenía alcohol en gel de a tres litros y a los lugares de préstamo fácil sin necesidad alguna del dinero, sólo para pagar mensualmente monstruosos intereses porque sí, porque aparte de economista era humano, y tenía que hacer cosas mal para ser normal.
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