CONTRATAPA
› Por Bea Suárez
A mi hermana Pepe. En su memoria. Por haber nacido hace 46 años, este 20 de junio.
Acechado por la locura santafesina, la historia y el dominio lingüístico de algunos poetas, acontece ahí el Monumento a la bandera.
Fichado por centros remotos de alumnos en hilera.
Una mole de representaciones. Argentina representa a argentinos, bandera representa a Argentina, Monumento representa a bandera, bandera representa a Argentina. ¿Cuál es el núcleo representado? ¿o no habrá?.
Una turquesa caída en nieve podría celebrar el 20 de junio, el momento anterior al nacimiento de los símbolos que, enfrentados a materia de arqueólogos, nos da lirismo propio, ése que pretenden llevarse en cámaras digitales. Transeúntes con temperamento, inmensos, que arrastran metamorfosis rosarina para llevar a sus pueblitos.
Animal sin novia. Cabeza pequeña, tronco flaco, brazos de luz, cola de dragón que se levanta y muestra fuego chiquito. Al revés del de la zoología y el mito.
Cansado de navegar quieto (la gente lo sabe y se calla. Todos callamos esta injusticia).
Mira el amanecer siempre (como un hombre de campo), ésa es ya una razón para quererlo y acariciar su piel de seda o llevarlo en un cuaderno. Es, a su vez, árbol sin ramas, un algo con fecha de nacimiento y ninguna hora de extinción.
Confusamente recordado, los junios sucesivos coronan su morada, lo cambian de especie, ¿qué será de sus sueños marmolados por el desempeñadero del esparcimiento y la política? La política, una dureza que se duerme y lo acompaña al alba, le iza un trapo releído, cosido con misterioso amor.
Representador de representaciones, que lleva este asunto al más allá, identidad licuada cada madrugada, con rocío invernal, transpiración de cuarenta grados y orina por doquier, de perros, de sabiondos y suicidas.
Es el Monumento a la infancia, a ella sí la representa, cuando había fe en desfiles y la valentía no era pura escalinata.
Monumento escurridizo que aparece en postales. Es Rosario, no sus souvenires.
La ciudad gira desde el Jockey hasta gitanos de zona sur, va en carros olientes o en cada gente, escuelas públicas, peatonal, circunvalación en perpetuo socorro. Sus muros esculpidos, en el mundo sirven de música y teatro, allí nace Dios cada navidad y habló Juan Pablo Geretto para mejorar la palabra.
Monumento a Belgrano, a la caducidad o no de su buen nombre, el vapuleo de charreteras, armas e idioma en que expresó sus sentimientos nobles. Un militar filarmónico que legó argentinidad a la precaria matriz en que se mueve el territorio.
Pasan lentas las nubes por arriba, muchas veces la niebla le cubre el pelo, el cráneo agujereado en cuatro cavidades. Ascensor que sube savia, la lleva a ver la lontananza unos minutos.
Algo común y bueno vendrá este veinte, la presidenta ha pedido que dure poco, hay quienes no van a ir porque suponen actos partidarios, otros, como yo, provocarán un sustento de misa y oración entre paloborrachos.
Es algo en sí. Es él. No: la bandera. El es el navío donde viaja literal un objeto extraviado color celeste y blanco.
Me hace divagar porque lo quiero, porque tiene más naturaleza que un lago; es piedra parlante, provocadora, música, títeres, visitas y transfiguraciones.
Fue engendrado, en todo caso, por alguien que le prestó placer e hizo ahí (donde se desbarranca el Concejo municipal) un edificio que enmascara el infinito.
Nadie lo vea ornamental, adorno, pequeñez.
De escalones anchos, tendré propiedad y potestad sobre su cuerpo (como de mi casa) desde mi nacimiento hasta mi muerte.
Acompañó los años de Rosario, pero además es medida de algo que nunca sabremos, en todo el país.
Este lunes, cuando exista como lo más importante, evocaré la historia de los calmos, como Belgrano, quien quizás, por eso mismo, pudo suponer una Patria. Una Patria para todos.
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