CONTRATAPA
› Por Bea Suárez
"Fui al río, y lo sentía..."
Juanele ortiz. 1937.
Ibamos el río y yo. Como novios.
El brindando su limpio y curioso espectáculo; íbamos hermanos también, todo junto. Caminábamos sin horizonte, flotantes, pálidos. Y rasos.
Impalpables el uno para el otro, su existencia terrible y práctica, mi feminidad asustada, la figura contraída de los sauces, el ruido del agua ascendiendo hasta quejarse.
Entre el follaje nos besábamos y mucho, intensamente, duramente, largamente, él crecía, era un triunfo de hombre por sobre la sinfonía del frío minucioso.
Todo era fiel entre nosotros, lo navegaba, el destino lo permitía.
Volaron pájaros, cayeron Irupés de mas arriba, camalotes en flor, venía de la profundidad última de un sentimiento. Era además el grito de la vida devenido álamo o sudestada.
Sin necesidad de detenerse en fluviales injusticias de amor, desesperaciones varias o tragedias, nos ultimaba juntos un viento de dirección rarísima.
Cantos maravillosos entre los caseríos, hierros lívidos de antiguas embarcaciones observaban la pasión de los dos sin decir nada.
El transformado en lobo para mí, yo suspirando para el nacer de los pastos.
Ibamos el Paraná y mi transpiración, entre raíces de Rosario que asoman a la tarde y una luna vuelta líquida al mirarse en él. Luna disuelta en agua. Hidrosoluble. Luna físicoquímica.
Nos miraba la purísima costa. La serenísima.
Conversábamos bien.
Logramos un ritmo sobre la originalidad ilimitada de la naturaleza humana. Corríamos, el ganador se convertía en mariposa por unos segundos, me achicaba a propósito.
Pasábamos "El embudo" (esa laguna formada de él, pero verde), salía gente de "El saco", chicos de escuelas entrerrianas murmurando palabras sueltas, como en los desayunos que uno quisiera no terminar nunca.
Atracábamos frente al "Mitre", pedíamos una amarra de cortesía en la "Peña náutica Bajada España", bajaban empanadas del buffet. Yo le tiraba migas, alimentándolo. Era secreto. Era íntimo. Era la noche común delicadamente suelta para ambos.
Nadie podía saberlo, intuir siquiera que pasaba algo.
Un río color otoño avanzado, que lleva consigo peces temblando, islas asesinadas, esqueletos de vaca, cerdos marca menor; río que un día será marea. Paraná elástico de todos nosotros, los de acá más los rosarinos que están dando la vuelta al mundo, de la independencia argentina, del 9 de julio. Río del universo, con filiación molecular en cada quien, que arrastra ranchos y veranitos, que humedece mis sacrificios además de la hierba, en una ribera de conclusiones irrepetibles.
Sus primeritos aires en Brasil nos cantan, el litoral lo cuenta como padre, riega clubes de costa, playas chetas, casitas pobres, aceiteras, fábricas que le escupen sus cardos, él solo pasa, dejándose chorrear como un perro que fuera manso.
Mis dones le doy, le doy seda ¿qué más? le entrego la zona desde donde lo miro, donde observo su majestad comulgante. El es la dulce medida de mis días, el tono de mi frágil estilo, la insospechada luz con que lo adoro.
Ibamos el río y yo hacia el espinillo eterno, íbamos nombrando lo que nombre no tiene, buscando el perfumar perdido de una verbena o la resurrección de los hundidos.
Ibamos el río y yo, desmantelados, sin barco y sin container, ni bote ni héroes ni proa ni norte.
Entre junco y creciente perdimos el silencio y la mirada, todo por una golondrina equivocada.
En la administración general de la poesía no cupo nuestro amor, quedo varado (dicen) en el puerto de las conjeturas.
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