Lun 10.04.2006
rosario

CONTRATAPA

Pecado original

› Por Sonia Catela

Una supo de inmediato que se encontraba frente a un caballero de otra religión, una, que no por nada recibió el nombre "María" desde la cuna, y para quien los llena eres de gracia constituyeron mandamiento; y le estreché la mano a Samuel Lafone, inglés, y supe que la gracia se hallaba amenazada por esos ojos golosos y por ciertos roces que si bien autorizaba el paseo, hechos como para guiarme en el parque, (esquivar este pavo real, sortear aquella fuente, apartarme de tanta rama espinosa), en realidad encerraban una averiguación mutua: la sustancia de mi piel morena, la temperatura de su piel que por blanca yo imaginaba gélida, y resultó todo lo contrario, una sabe que los ingleses han sido ocasionalmente nuestros enemigos, que piratean por los mares, que cazan vientres africanos para el trabajo mortífero en plantaciones tropicales, que saquean, que decapitan esposas cuando éstas los estorban, "¿va a quedarse a tomar algo?" invitó una pero el inglés Lafone no anda por la India cortando manos hilanderas sino que cultiva el arte del piano y se aviene a tomar mate del mismo calabacín que esta criolla. Su oficio consiste en recorrer lugares exóticos y escribir crónicas al respecto "¿somos suficientemente `extravagantes' como para nutrir su libro de viaje?" inquirió una, y le tendió un mate, "bebida nacional", al caballero de otra religión (un credo hereje y peligroso, que desconoce la autoridad pontificia, sálveme San Pedro); él tomó el cazo y sorbió y que si yo había visto alguna vez un lobizón, pero arrepintiéndose, que no, que no le contestara, que me olvidara de la pregunta, nos atrincheramos en nuestras zanjas doctrinarias y empezamos a dispararnos con metralla bíblica: la pluralidad risible de nuestros santos, el origen espurio de su secta episcopal, la infalibilidad cuestionable del papa, la precariedad de su teología reformista, nuestra inquisición, su ejecución de Thomas Moore; cuando agotamos los tiros, me persigné encomendada a Santo Tomás de Aquino, prelado que si no me ilumina ay de mí; Samuel admirado por la cantidad de libros alineados en mi biblioteca, apuntó que qué bonito me quedaba el traje rosa, un caballero inglés y protestante sentado en mi sala, bebiendo mate de la misma bombilla, intercambiando palabras y espumarajos con una, y una intentando descifrar la heterodoxia de su saliva y la propia cometida al facilitarse a tales actos; mi padre entró y saludó al caballero inglés (cuyo prestigio deriva de su fortuna), palmeándolo con campechanería, dándole salvoconducto y amnistía sin más, en tanto una se entregaba a contrición de antemano, a la deriva por mares plagados de peligros dogmáticos.

Samuel me devolvió el mate e indagó si iba al baile de festejo del 25, esta noche, que le concediera unas piezas, todas las piezas, que vendría a consultar tales y cuales incunables que le parecían interesantes, siempre y cuando mi padre se lo permitiera y padre le permitía eso y "cuanto halle de interés en mi humilde vivienda" cediendo territorios al enemigo y el enemigo que qué bonito me quedaba el traje rosa, ya en la tertulia bailable, una le estira la mano para que él la bese según manda la urbanidad y vuelve a Thomas Moore, sus flagelaciones y decapitación, el caballero concede amablemente y apoya partes prohibidas del cuerpo sobre las de una, que no es ligera de cascos, pero se trata de otra exploración que autorizan las circunstancias -en cierto modo﷓ los giros de la música, los amontonamientos en un salón atiborrado, los errores en algún paso, una caída, un desliz, un resbalón, salimos a tomar aire con el caballero de origen episcopal, y esta servidora, empecinada en sacramentos, en Enrique VIII, en Drake y su vinculación con la corona, caía en ésas más otras vulgaridades porque el aire nos faltaba y se hacía difícil hilvanar argumentos apretados contra la glorieta en la tenebrosidad del parque, una supo que debía desasirse y volver adentro a flirtear con caballeros criollos, legalizados y seguros, pero se declaró vencida, y dio el sí. Así comenzó un noviazgo que atravesó todas las etapas manuales y sociales hasta culminar en matrimonio bendecido por mi padre (imagino que planea endeudarse con Samuel) y bajo el anatema de mi confesor, mi hermana Sor Leila, y las huestes católicas de alrededores y suburbios.

La noche de mi boda decidí comenzar un diario íntimo. Anoté cada riesgo en que me envolvía esa convivencia.

Que rezo el rosario de rodillas y, con sorna, Samuel me quita los hábitos dejándome vergüenzas al aire. Que las sábanas, especialmente perforadas en el lugar apropiado para impedir que los cuerpos se froten en lascivia, de uso habitual entre cónyuges creyentes, él las arroja a la chimenea. Que se pasea desnudo por el dormitorio, y recita poemas con ilustraciones de las que no quiero enterarme.

Que suspende toda conversación conmigo en español, porque quiere que domine su idioma; se dirige a mí sólo en palabras de un lenguaje lejano y no responde si emito vocablos argentinos. Así, aprendo en primer lugar palabras que ninguna mujer de mi raza pronuncia sin consecuencias para su honra. Consigue que me rinda a claudicaciones que no pide. Sostiene que me ama. Al fin, días después en este año de 1832, la catástrofe.

El Restaurador decreta la disolución del matrimonio entre la católica María Quevedo y el protestante Samuel Lafone. Descasada y sin derechos. Samuel me abraza. Que lo acompañe a la neblinosa Inglaterra ya que en pagos criollos la ley nos margina. Sé que mi perdición se halla decretada. Bajo las nubes del puerto de South Hampton, me siento sin muletas y sin pasado. Nos abrazamos en inglés. Se afloja y salta cada tornillo que ajustaba mis costumbres al mundo: hostias, misas, mate, tertulias, unitarios y federales, confesiones, vigilias de Cuaresma.

Cuando Johncito, de cinco años, tacha con su lápiz y saña mis catecismos, y María Clara se disfraza de tacones altos, arrastrando escapularios, mantillas y rosarios, me escucho responder a sus preguntas "qué son estas cosas, mamá" diciéndoles "objetos de mi religión" "qué religión?" "una, queridos, una de muchas"; alzo los ojos al techo pero ya no espero que Santo Tomás de Aquino llegue como antes aprobándome, tan consolador.

("Un escándalo internacional estalló en 1832 durante el gobierno de Rosas al decretar la disolución del matrimonio entre la católica María Quevedo y el protestante Samuel Lafone". Fuente: Boleslao Lewin, en Cómo fue la inmigración judía en la Argentina, pág. 50)

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