CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA
› Por Adrián Abonizio
* La angioplastía es la implantación de stents que abren las vías tapadas. Es un viaje por la femoral hacia la jungla palpitante que rodea al corazón y son su fortaleza protectora con que levantar los arbolitos arteriales chamuscados por los rayos. En todo esto pensó él en la mesa de operaciones antes del sueño y el temblor post anestesia. -Tiene un CH, dictaminó un ayudante acariciándole la cabeza. Crisis Histérica. Cagazo expectante que explota cuando todo ha pasado. Un miedo organizado. Eso lo enorgulleció. Cuando lo intervenían ni movió un músculo. Dejó que lo escarbaran. Le arañaban el plexo solar. -Tomá aire, largalo ahora ordenaba el timonel. Y el pecho le dolía. El tembleque final fue su consuelo. Ese potente temblor lo desaguaba del terror, mientras que puteaba porque no amenguaba. Cuando lo hizo, juntó al equipo alrededor y con su vena -oh, vena agujerada- más humorística los felicitó porque le habían hecho un bello piercing pero por dentro.
* El entró a terapia sabiendo que le ofrecerían comida, y que por 24 horas no habría de levantarse. La humillación de la chata no la soportaría, así que cenó un tomate y una galleta sin sal. Imaginó corderos humeantes al sol, parras cargadas con vides y soberanas mujeres de criollas ubres. Y fue pleno, porque sabía que más allá del drama, las batas enfermizas y la poca salud, había, hay un mundo del que aferrarse y otro que debe cortar con un cuchillo para que se hunda lejos, donde no contagie ni infecte. Mientras, aguanta en su lecho, esperando con condescendencia el momento de la venganza. -Nadie lo entendería; mientras sus tripas le piden comida que él no le dará. -Sé lo que hago, se dice, sé lo que hago. Mi estómago me pide que me equivoque y los que me mandaron acá cumplieron su faena: Me enfermaron. Pero triunfaré. -El de la cinco se está ríendo solo, comenta por lo bajo Claudia mientras le alcanza un sedante 0,5 para que no sueñe con batallas que aún no puede dar.
* Tuvo cuatro compañeros de pieza: Nemesio y su peritonitis. No paró de contarla hasta por celular. Pero el tipo era noble: Tenía las manos astilladas del trabajo rural y sólo anhelaba volver a la tierra. Luego Poriz, un bancario derrotado de antemano por la diálisis y que mutaba de colores, del gris al verde y luego al naranja, síntoma de salud. Luego de asemejarse a una señal de ajuste, se fue a su casa color salmón. El viejo Carlos, fundador de una empresa de colectivos, inmigrante de segunda camada con un sentido del humor extraordinario y unos pedos como pistoletazos. Finalmente Jorge, un cura ordenado, muy hablador que sólo veía Animal Planet y que se lamentaba con ingenuidad de la matanza de animales, muy reticente con las agujas y las bebidas que debía tomar para su operación de estómago. Me van a poner una malla, le oyó decir. Cuando regresó de terapia con el alta y los trámites, fue a saludarlo y a su cama la encontró tendida. Como si allí no hubiese estado nunca el siervo divino. Como si la malla lo hubiese echo volar sobre las nubes. Quien sabe.
* El se llama Mijuchi y ronda los 65 años pero aparenta 50. Estaba en su barco chino en la sala de máquinas cuando la suya propia -esa que llevamos a la izquierda del pecho- le empezó a fallar y fue internado de urgencia. Su barco se fue y la empresa naviera, mascullando, debe correr con los gastos. Hay varios problemas: Nadie sabe el inglés que Mijuchi sí domina y lo vuelven locos con las malas traducciones de médicos, encargados, enfermeras. Yo pienso que se puede armar un litigio internacional. Ignora que lo tienen que operar. Cuando se entera, se niega a hacerlo. Como sus ancestros vecinos orientales, es un samurai, un kamikaze que prefiere volar 36 horas para hacerse tratar en su patria o morir en el intento. Quiere estar con su familia. La empresa tiene miedo de dejarlo y que el funeral le salga caro, el hospital mitad ve perder un cliente redituable y otra mitad vela por su salud. Mijuchi es disciplinado, asiente, se deja sacar sangre y ve en una tele, sólo noticias en inglés. Cuando se decide la intervención, Mijuchi sabe que se habrá de fugar con un ambo verde que tiene escondido bajo la almohada, contento de reaccionar como un verdadero guerrero y soportar esas horas volando a riesgo que la nafta, como en las hazañas de sus compatriotas le alcanze sólo para la ida: Llegar a su objetivo, la flota enemiga de las Brumas, allá en el corazón fraccionado y gris de los océanos humanos.
* Está en terapia. Tiene suero y le está sacando sangre una Nosferatu enana que como una abeja morochita y dulzona que apenas si le rozó con su aguijón para llevarse a las colmenas de análisis un buen frasco de su liquido bordó. Se mira la bata. Está abstraído, resignado hasta que pase el temblor. Lee en la bata "Terapia". También lee "Te de arpía, Te de paria, Té de piara". La que más le gusta es cambiar el orden: "Arte pai". Le pone algo sagrado y berreta, supersticioso y temible a todo este ambiente ascéptico donde la muerte ronda manejando con sus dedos de falanges pintadas la evolución de los monitores que no dejan de dar un pip intermitente que significa vida, vida, vida.
* Enamorarse no es, es otra cosa. Más ancestral, despojada. Sedienta y calma a la vez. Es el contacto de un brazo, una mano en los dedos, la voz que no irrita y devuelve confianza. ¿Me miente ella cuando me sugiere que todo va a estar bien? Quien lo sabe. No importa. Lo principal son sus ojos almendrados, la cara desigual -un ojo acerado de azul y otro marrón- su extraña timidez de médica recién recibida, su ropa unisex, el mechón que le roza las arterias al aflorar cuando ella se inclina sobre él para medirle presión. Y algo de madre, de novia, de eternidad, de psicodelia, de sobrenatural y de territorio perdido en todo esto hay; este amor perfecto que sólo dura un termómetro en el sobaco y el balón inflándose dentro de su mano bonita y rubia. -Ah, si el amor fuese esto seríamos perfectos. Tiene ganas de agradecer, de llorar, de contestarle al mundo rabioso de afuera que aquí en este valle de paredes cremita inmaculadas y cuadros de jarrones, el amor puede reverdecer a los muertos y hacer con ellos enamorados sin mortaja vestidos para amar.
* A los dos días de salir fue al sanatorio por los trámites restantes. Espere una media hora y le avisamos, señor, dijo una empleada de Ingresos. Fue hasta al restaurant y se pidió una ensalada, agua y el comentario del mozo que le dijo que no haga desarreglos señalando el menú. Se vió comer de nuevo en el lugar donde había sido capturado, sometido a la prisión y a la tortura de infinidad de agujas y se preguntó para sí. -¿Qué estoy haciendo acá?. Ah, ya sé: Estoy sufriendo el síndrome de Estocolmo.
* Entonces sí, al regreso, la mañana posterior a su salida de alta, estaba solo y fue hasta al baño donde se duchó. Y al masturbarse, para alejar todo aroma mortuorio del sin deseo volvió a ver, no a una mujer o a varias o algún detalle carnal: Detectó lo que había olvidado alguna vez al acabar y tenía veinte años. Todo el campo de lirios, violeta y un cielo escandaloso de vida y de sol. Luego se hizo unos mates, no atendió el celular y durmió hasta la noche, cuando fue sorprendido por el tele encendido con un gol de Messi.
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