CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA
› Por Adrián Abonizio
Reserva natural, dice la etiquetita de la botella de agua mineral que vacía y rellena con agua de la canilla. Nadie lo advierte porque hace que abre el envase con un ruidito a plástico vencido por el puño. "¡¿Qué tal?! ¡Nada como agua fresca y pura!", exclama. "Excelente", dice un viejo adinerado que ya no toma alcohol. "Divino", dice su mujer esplendente y treinta años menos, que ejercita yoga y se alimenta de yuyos. Siendo mozo del bar para ricos donde gana una miseria eligió esa forma de obtener unas monedas. Cuando mira al río, desde el ventanal del boliche, suele agradecerle a la corriente como a un dios. Mientras, acumula envases de una marca prestigiosa que revende en un kiosco, allá por La Tablada.
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El es de una practicidad tan sincera y despojada que se la confunde con indolencia. Si en alguna de sus múltiples mudanzas aparece un sillón cómodo se dedicará a oír música más que nunca. Caso contrario la olvida y parece no necesitarla. Si le llega una bicicleta empezará a ser ciclista. Si aparece una biblioteca comenzará a meter libros y por ende a leer. Cuando ella entró a su mundo, bella, buena e inteligente, se dedicó naturalmente al amor. Cuando lo abandonó y se dejó las plantas en la casa común, él se armó y se interesó prontamente en un vivero.
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La Decadencia y el Mal Gusto están casados hace milenios. Vivían en una casita con vidrio exterior en trocitos y el dibujo de un ciervo. Luego habitaron un monoblock cuya entrada lucía una reproducción del cuadro de un payaso triste. Actualmente moran en la altura de una torre frente al río. Siguen siendo profundamente infelices, pero ahora tienen jacuzzi.
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El cardiólogo es joven y sabe lo que es la integración. Hace un asado para sus pacientes. Da un poco de impresión verlo afilando el cuchillo de matarife con la chaira. El inquiere con sonrisas por la salud de unos y de otros mientras tajea con esmero la tapa de asado del tamaño de un tórax. Un estremecimiento invisible recorre la fila sentada frente a sus platos vacíos de ex combatientes, con sus medicaciones, mientras oyen el crujido del fuego con un fondo de entrechocar de quirúrgico acero.
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El tema con los Tontos Exitosos es que primeramente simulan creerse fervorosamente lo que profesan y en esta etapa inicial están exultantes de adrenalina porque se saben mentirosos. Luego, con la entrada de divisas y triunfo, ya no dudan y excomulgan a los que acercan con ideas nuevas y vitales. Temen lo peor: que los desenmascaren. Así suele funcionar el arte y la política. Nadie escapa a estas reglas consumadas.
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A Víctor García, baterista de grupo legendario, lo encuentra el tipo en un mostrador. Ambos son náufragos de accidentes cerebrales y cardíacos. Ambos están en rehabilitación. No se sabe cómo hacen pero los pertenecientes al Club de las Heridas se reconocen entre sí, como una percepción de roce invisible de antenas de hormigas y rápidamente se complementan. "Los que estuvieron en la guerra enseguida confraternizan", piensa el otro observando cómo se intercambian bocanadas de fe y postales de las trincheras.
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El chiste idiota consiste en tomarse las botellitas de whisky del frigobar y rellenarlas luego con orín. Reemplaza a la broma de la caca de perro que dejábamos en los pasamanos de escaleras o en los umbrales de las casas. Por suerte los niños no acceden fácilmente a las heladeritas de hotel. Pero sí lo hacen los grandotes boludos.
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Es hipersensible a los ruidos y chirridos. Los escapes de las motos le parecen asesinatos, una puerta golpeándose una patada en la cabeza, una silla de acero derrapando en un bar un crimen. Primero empezó a dormir solo. "Vos tenés otra", le ladró ella. Y así durante largo tiempo. El abandonó la casa. ¿Cómo explicar que la sumatoria de bruxismo y ronquidos resultan letales? "Vos tenés otra, hijo de puta", repite ella firmando la sentencia de divorcio.
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Ella tiene pálpitos absurdos e improbables. Un pibe que atiende en una estación tendría que estar como secretario de Cultura. Una cajera de super como Jefa de Medio Ambiente. Son percepciones que ella dispone como quiere, cual Reina de lo Invisible. El mundo es un juego demente donde opina el que no sabe y ejecuta el que no puede. Un dios borracho y fraudulento maneja todo, se dice. Es en la única religión en la que cree.
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La tevé hacía meses que había dejado de funcionar junto a la cama. Los únicos programas que sintonizaba eran de él mismo acostado, leyendo, cogiendo, tomando mates, desperezándose. Era un unipersonal, un Gran Hermano de pantalla gris envolvente con pelusitas y polvo adherido.
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La reunión del G20 devuelve una postal mortuoria. Sarcozy parece una mala caricatura de Tía Vicenta y Angela Merkel una heladera recubierta de un mantel plástico floreado. Ambos sonríen para la foto pero son los equivalentes a parientes lejanos del cadáver al que fueron a visitar de compromiso. "Europa es un cementerio de lujo", habíame dicho el Vasco, antes de decidir matarse. Y cuánta razón tenía. Pero le erró de enemigo. Y eso que le decíamos que no le haga el juego a los poderosos. Así también sucede con los países, que no son otra cosa que personas llenas de personas.
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