Sáb 31.03.2012
rosario

CONTRATAPA

Criaturas de las tormentas

› Por Miriam Cairo

La mujer del pedestal: El hombre es una criatura débil, quebradiza. Hay que conservarlo en una casita de algodón, cubierta de cartón corrugado, y evitarle cualquier impacto con la luna porque se desgrana.

El hombre perplejo: La mujer que tiene olor a margarita abandona todo lo que está abandonado y sigue camino, respirando su aire de perla, asfixiada en su propia flor, y uno recoge su huella con los labios, como cuando creía en los jardines.

La mujer frágil: Para mí es fuerte. El hombre es más fuerte que el tequila. Con sólo unos sorbitos me emborracha.

El hombre que mira: Veo a la mujer saliendo de su casa con una maleta llena de huesos, tan mansamente se va que parece un modo de estar llegando. Diez minutos, diez días llevo mirándola. Ya se ha ido por completo, pero es como si no se fuera nunca.

La mujer sucia: El hombre es polvo, del polvo viene y con el polvo se va.

El hombre nube: Por las carreteras europeas, condenadas al capitalismo y corregidas por la inmigración, he visto a la mujer en viaje y aunque me ha mirado más de una vez no me ha reconocido, por mi enorme poder de transformación.

La mujer recóndita: Yo he tocado al hombre que tiene en la cabeza un solo pájaro. No fue en Liverpool, ni en Bangladesh, ni el podio, ni en el escenario. Toqué al hombre en el umbral que separa el día de la noche. Que separa al hombre de los hombres.

El hombre de ningún mundo: La mujer de mi mundo ninguno está hecha a imagen y semejanza de las mujeres del mundo pero sabe amar sombras.

La mujer translúcida: Ni siquiera es necesario que el hombre que se trasluce posea dotes extraordinarias o que realice prodigios para que viva en mi memoria.

El hombre cenestésico: La mujer es una ilusión universal.

La mujer esmerilada: Yo no puedo comprenderlo, ni siquiera creerlo. Yo vivo en la palabra hombre. Pierdo la cabeza en su hache muda. La primera y la última letra son el principio y el fin de esta sensación mía, recurrente como un sueño erótico.

El hombre asteroide: La mujer es un principio de acción y reacción y todavía otras cosas. Cosas ficticias, incluso impalpables, sostenidas a su vez por un principio de realidad que apabulla.

La mujer terrestre: No creo que una montaña salga volando. Podría escuchar cien veces la historia del hombre y nunca creeré que una montaña salga volando.

El hombre constelado: La mujer sólo cree a medias en lo que nos hace creer: carneros dorados, bueyes azules, y nos seduce con su sintaxis erótica, con sus pies anclados en las tormentas. O, lo que es lo mismo, nos seduce revelarnos como su utopía.

La mujer voladora: Los que yo conozco, los que andan a mi altura, con el dedo del corazón maniobran el ala del viento.

El hombre narrativo: La mujer es la noticia de un convicto que, con tal de abolir la celda, aspira el gammexane de los rincones para entrar en la enfermería como quien entra en un ministerio, con una gracia de ultratumba.

La mujer irreal: El hombre no existe.

El hombre Orión: Conmueve ver a la mujer en el matiz del día o de la luna. La mujer adoradora, la amante del mundo. Cuando la mujer existe yo también existo.

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