Sáb 14.07.2012
rosario

CONTRATAPA

Historia de amor y musa

› Por Miriam Cairo

En este libro imposible llueve a mares. Quien respira aquí se cura de todo corazón que llame por debajo de sus delicias. Aquí la palabra lluvia es irisada, continuamente activa en sus tormentas. Cualquiera podría proclamar que escribir el prólogo de un libro imposible es un embuste notorio puesto que, si éste no existe, tampoco existirán sus lectores, pero nadie podrá negarme que la sola mención de la palabra lluvia crea una experiencia de lectura.

Antes de seguir avanzando, también es preciso decir que el autor de este libro inexistente, huyó, murió, o se casó con una actriz porno, o vaya a saber qué, pero lo cierto es que dejó todo en manos de su musa. Y ella, lejos de echarse atrás se subió a las tormentas y cabalgó el viento feroz de la escritura con alma de astronauta y vigor de amazona.

Lluvia, escribe la amazona, y envuelve un dolor muy brillante en un papel traslúcido a través del cual se ven ríos, peces, puntas y ansias. La musa, insensata como el abismo, convierte las moléculas de agua en cosas que el autor del libro no habría imaginado jamás.

Por momentos creo que me he metido en un brete de insospechado alcance porque a nadie podrá sorprenderle la huída, la muerte o el casamiento del autor con la actriz porno, ya que desde el Gran Barthes hasta acá, este saber se ha hecho moneda corriente. Pero es necesario, querido lector, amigos del alma, que hagamos lugar en nuestro universo perceptivo para agregar el concepto de existencia de una obra inexistente, para que esta tarea mía de prologar no sea más inútil de lo que parece.

Yo sé, yo sé que el universo perceptivo no es de chicle. Sé que por momentos me excedo en mis demandas pero, querido lector, amigos del alma, no encuentro otro modo de prologar este libro que, según mi modesto entender, es inigualable en su artificio porque, hasta ahora, nadie como la musa, ha escrito con tanta dulzura, con tanto desenfreno, con tanta humedad, la palabra lluvia.

Y yo, como prologadora que no ha huido, ni se ha casado con un actor porno, aunque sí conservo, entre otros, el vicio de morir palabra por palabra, siento que, así como es inútil hablar de un autor para percibir su obra, ahora es imprescindible hablar de la musa que escribe la palabra lluvia para percibir la lluvia. Confieso también que, al hablar de ella, los detalles anecdóticos se esfuman tras una frontera intangible y al nombrarla se me llene la boca de agua y de peces.

Al leer la palabra lluvia uno entra en un cuerpo monódico, irradiante, solitario, aunque no separado de los procesos del universo, no aislado de la mujer y del hombre, porque la palabra lluvia está habitada por una miríada de criaturas semi﷓humanas, semi﷓musas, semi﷓lectoras, semi﷓escribientes.

Inútil sería para el editor, colocar su currículum vitae y fotografía en la solapa del libro inexistente, porque la musa no tiene trayectoria comprobable, no tiene un rostro, siempre trabajó en el anonimato, a la sombra de su escritor. Estas cuestiones editoriales vienen a complicar más la inexistencia del libro inexistente, porque la musa escribe la palabra lluvia, no por la fama sino por amor. Por amor a la lluvia. Por amor al escritor que se fue detrás de la actriz porno, o murió, o se hizo millonario y ya no necesita la palabra lluvia para ganarse el amor de una musa. Todos los nefastos movimientos de los derechos de autor, y el alquiler del stand, y los trabajos de promoción quedan aquí anulados porque este libro que no existe nace de la locura de una musa que escribe la palabra lluvia, en un modo tan herido que no es análoga a la lluvia. Pero, aún así, por obra y causa de la musa enamorada que topa como carnero las nubes femeninas, la palabra lluvia es dicha con tal convicción que compromete a la misma lluvia.

Como prologadora, doy fe de que la musa, despojada de todo pensamiento azul, no es una romántica advenediza ni una modernista exótica, sino una musa obrera que trabaja día y noche sobre las páginas imposibles del libro nunca escrito. Así, en ciertos tramos, lluvia es una palabra tormentosa. En otras, es un alhajero colmado de gotas invisibles, en otras un canto de sirenas, pero en este libro no existido, la palabra lluvia nunca es un instrumento de la lluvia, sino la lluvia misma que borra todas las imágenes gastadas del llover.

La musa, al escribir la palabra lluvia, liquida el pasado diluvial y se instala en un presente que conjuga un saber sobre la lluvia con un olvido del saber, y esto no deviene en una ignorancia auto infringida sino en una revelación amorosa de musa abandonada con las piernas abiertas, que se ha dejado consolar por las lenguas del agua. Sabiendo estos pequeños detalles de inspiración, podremos leer este libro no escrito como un libro que ya ha sido creado por otro autor que amemos.

Pues bien, creo que teniendo una aproximación a los métodos creativos de la musa, ya estamos en condiciones de comprender que la vida de este libro está en su fulguración antes que en su vida física. Es decir, en su inexistente inexistencia.

La palabra lluvia supera en él todos los datos de la sensibilidad. En sus páginas faltantes, la lluvia no explica la palabra lluvia. Más aún, la lluvia queda a expensas de su limitada realidad cuando la palabra se le aproxima, puesto que la musa no crea la palabra lluvia como sustituto del llover sino como su experiencia.

Querido lector, amigos del alma, no hace falta que yo siga hablando: este libro está preñado de confusión porque la palabra lluvia no es un producto directo de la musa sino que la palabra lluvia está en nosotros y ella nos la descubre porque nosotros ignorábamos que la teníamos.

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