CONTRATAPA
› Por Beatriz Actis
Diario de viaje (uno)
Había leído aquel poema de Montale sobre la calle de la media luna antes de conocer Edimburgo. Era el fin del otoño y la primera nevada caía. A poco de llegar vi que la media luna no era una calle sino una batería del Castillo que amenaza o embellece la ciudad. En el poema dice Montale: "El hombre que predicaba bajo la Media Luna me preguntó: ¿Sabes dónde está Dios? Lo sabía y se lo dije. Movió la cabeza" (es a la vez espléndido y triste). Entramos en un bar de la ciudad medieval, una tarde oscura, huyendo de la tormenta. Adentro, mujeres de nacionalidades inciertas (¿danesas?) bailaban, y escoceses tocaban guitarra y violín, todos bebían bajo la mirada estática --eterna- de un retrato de Robert Burns. No teníamos frío, no teníamos miedo, éramos jóvenes y amábamos, no nos delataba la mortalidad.
Afuera, escoceses pasaban silbando bajo la ventisca.
Diario de ciudad (uno)
Esta mañana alguien escribió en mi blog que había comprado en una librería de usados un viejo Lobo estepario y que adentro había un recorte mío de un diario (algún reportaje, la crítica de un libro, no sé bien) y entonces me googleó y me escribió para contármelo; esta tarde salí por el barrio desierto y encontré abandonado en una ventana un libro con una dedicatoria del año noventa y siete, cuyo autor es un amigo de Buenos Aires que no veo desde hace largo tiempo. Quiero saber qué va a pasar esta noche.
Diario de viaje (dos) Latinoamericanas
Escribe Esmeralda desde Cumaná sobre su hija: "A Manuela le preguntaron hoy: Manú, ¿es para sexto grado que vas a pasar?, y la muy creyente respondió: Si Dios quiere".
Diario de ciudad (dos)
Dice mi amigo: Al tipo le gusta conversar, una vez me dijo que es croata y que anda de paso, que viene de viajar por el mundo, y no sólo escribe, a veces dibuja. ¿Volvió? Le cuento que no ha regresado a aquella esquina del verano, que está viviendo en otra, también céntrica, cercana. Después recuerda que lo escuchó cuando simulaba hablar por un teléfono público; disiento: yo lo oí hablar realmente y pedir helado, al rato, un cadete de la heladería le llevaba el pedido a su pequeño campamento (a su guarida). Seguimos conversando sobre sus peculiaridades y especulamos sobre el origen, sobre la historia trágica que lo habría llevado a vivir en la calle. Es argentino, claro, y solo una fantasía su espíritu croata, o tal vez... Mi amigo vuelve a preguntar en qué esquina lo había visto en los días recientes, le respondo con la precisión que seguramente aguarda. El hace un gesto de alivio: Temí que el barrio lo perdiera.
Diario de viaje (tres) Otras Latinoamericanas
Irma viajará al sur de Brasil (adonde estuvo exiliada durante la guerra y en donde aún vive su hermano), desde El Salvador, y tal vez se llegue hasta Buenos Aires. Maribel extraña en Caracas, dice, algunas de las calles porteñas que pudo conocer en un viaje de paso desde algún otro lugar del sur que ya no recuerdo. Patricia pasará por Buenos Aires brevemente rumbo a Santiago, desde Cali, para llevar a Chile las cenizas de su madre.
Diario de viaje (cuatro)
Era otoño y las hojas de los álamos caían sobre el jardín del Observatorio, sobre las banquinas, al costado de la ruta de acceso al pueblo, todo más y más amarillo. Hasta hacía un rato nos había perseguido el frío pero enseguida empezó a soplar un Zonda caliente, las hojas volaron de modo veloz y quedé envuelta en un torbellino que oscilaba y crujía. Después del Zonda, sabíamos, llegaba la nieve. En Malargüe tomamos espumante hecho en San Rafael con uva blanca chardonnay y uva tinta pinot noir, el champagne, me han dicho, tiene litio, las sales de litio ayudan a estabilizar el ánimo. El clima mendocino, el desierto alrededor, la calma cuando se marchan los turistas, más el espumante con las sales de litio diluyen el verano, impiden el azote indescriptible del recuerdo, aunque ciertas tristezas o al menos cierta melancolía vayan a estar aquí durante largo tiempo. El verano es, cerca de la montaña, apenas una primavera.
Diario de ciudad (tres)
Si creyera que la vida se dibuja como un mandala, diría que la noticia del ex combatiente de Malvinas dado por muerto que apareció treinta años después, loco y mendicante, en las calles de Tacuarembó y fue repatriado casi moribundo a su pueblo natal de Itá Ibaté, tiene que ver con la historia del suicidio de una amiga de juventud, que pasaba los veranos en aquel lugar de Corrientes en donde, tal vez, gestó secretamente su locura (o al menos eso pensábamos a los veinte años, atónitos ante su muerte) e, incluso, con la del muchacho indigente que vive en la vereda, duerme en una esquina de Rosario y rodea su precario lugar a la intemperie de señales viales y objetos que tienen con ver con la guerra: fotos, cuchillos, una especie de cantimplora, (varias) insignias desgastadas.
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