CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA
› Por Adrián Abonizio
* En sólo una semana la vecina del 8º, se acostó con todos los hombres del edificio menos con el portero. ¿Porque no le gustaba?. No, porque era eléctrico. El tipo culmina el chiste y al instante advierte que uno de los sentados a la mesa acaba de sufrir un divorcio por esa causa. No es para nadie, aclara torpemente, y todos instantáneamente miran al desdichado. Empieza a oscurecer y se hace silencio, sólo interrumpido por el repiquetear de la cucharita que produce el ofendido. Como ya no le duele se venga de la intromisión produciendo culpas. Se levanta y se va. De espaldas no se le advierte la semisonrisa en su boca. Me ahorré un café, está caro, murmura.
* Dos pibes lavan el Susuki por dentro y por fuera. Hace años limpian las máquinas con desparpajo y cuidado como a animales conocidos mas no saben conducirlas, no tienen carnet, tal vez hasta nunca tengan un auto. Paradojas de esta estupidez injusta llamada civilización.
* Ha sufrido mucho y precisa descargar la pena: Va a los parques y arroja la pelota lejos para luego ir a buscarla corriendo, dando gritos. En la noche, cuando pasea corre detrás de las sombras de las hojas que se proyectan en el asfalto o aúlla en esa calle muerta que tanto le agrada. Come poco y le escapa al baño y al jabón. Sus amigos le rehúyen, temen, no entienden su agresividad proteica, saludable. No sé qué tiene, está como loco, se queja su dueño ante el veterinario. El los mira: no saben lo que es sufrir por amor. Debe estar envejeciendo, dice el tipo con una practicidad que dan ganas de morderle la mano.
* Los chicos juegan en el gimnasio, supervisados por un adulto a lo que nosotros jugábamos en plena calle, sin que medien mayores, esquivando los autos, las protestas de los vecinos en cordial salvajismo. Cárcel lúdica de estos tiempos de barrotes.
* Elongan y prolongan los temidos desgarros, se sienten jóvenes y acompañados. El gimnasio de recuperación que él llama el Titanic bulle de energía, allí nadie se siente solo ni nadie desespera. Se festejan los triunfos ajenos y se acompañan los dolores propios. Una microsociedad perfecta, en donde se alienta al caído y se burla cariñosamente al victorioso. Tienen los días contados suturas, marcapasos, injertos de venas, angioplastías pero lo saben más que otros que circulan en la vida ignorándolo todo y eso los hace más fuertes y perdurables. Misterios de la enfermedad: Todos se recuperan porque están en manada. Saben que el león acecha afuera.
* Cuando entrevistan al corredor las promotoras se agrupan alrededor de él, sonriendo a cámara como abejas zonzas iluminadas de belleza. Ignoran que también le están sonriendo a la Parca de las Pistas que ese día no se llevó piloto alguno para su cueva de boxes pintados de negro, recubiertos en muselina de mortajas con propagandas de aceite.
* El se distrae con facilidad aún en momentos poco propicios donde suele imperar el dolor. El médico está volcando sobre ellos el diagnóstico de la enfermedad de su madre, anciana que yace en plena semioscuridad de la sala, casi flotando en brumas. La voz del doctor lo remite a la tarea de oir. Es un ACV, dictamina. Y al instante el tipo no puede con su genio y encuentra lo lúdico de la vida aún en las cercanías de la muerte. Dr. Acevedo, dice el holograma bordado en el bolsillo alto del delantal. Acevedo, dos ACV, piensa. El médico le da la mano y el tarda en estrechársela, entretenido por el juego de palabras.
* Está sentada con el volante del auto cerca del pecho, estacionada pensando en sus cosas hasta hacer tiempo y llegar a la cita de las 19.30. El encuentro es con un ex novio. Frente a ella, en el boulevard sobrevuelan sombras aladas que a ella le cuesta distinguir si son torcazas que van a dormir o murciélagos. Son ambas cosas. Piensa en la cita y establece la comparación, la dualidad, la anarquía de los sentidos. Evidentemente la felicidad es gris, va, viene y en el camino no se sabe si se ha hecho noche o día.
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